Micromentarios | El (falso) Diario de Ana Frank
11/06/2024.- El Diario de Ana Frank es una de las obras no literarias más difundidas en el mundo. Se presenta como el testimonio de una niña de catorce años, oculta en la parte de atrás de una casa en Ámsterdam, durante la ocupación nazi de dicha ciudad. Por supuesto, ha conmovido a decenas de millones de lectores.
Desde su aparición en los Países Bajos (1947), el Diario ha generado polémicas debido a que, según rumores que corrieron entonces, se trató de un fraude perpetrado por Otto Frank, su padre.
Dichos rumores dejaron de ser tales años después y fueron confirmados como hechos reales, aunque quienes se benefician económica y políticamente de la compasión que el libro genera lo nieguen. Lo niegan e incluso —en diversas ocasiones— han agredido físicamente a quienes se apegan a lo que en verdad ocurrió con la niña y su presunta obra.
Ana Frank existió e inició un diario, de eso no hay duda. De que ella y su familia padecieron el acoso nazi y luego todos, excepto su padre, Otto Frank, murieron en campos de concentración, tampoco se duda.
El asunto es que el texto que conocemos del Diario no fue el que ella escribió. Su padre no solo censuró aquellas partes en las cuales Ana hablaba de su naciente sexualidad y se quejaba de su madre. Él reelaboró la mayor parte del manuscrito, no corrigiendo errores ortográficos y sintácticos, sino introduciendo informaciones y reflexiones que hacen ver a Ana como una niña prodigio, tanto por el lenguaje empleado, como también por las ideas que maneja.
Otto Frank actuó como un escritor negro, esto es, alguien que elabora un libro que se edita bajo el nombre de otra persona. La propia Fundación Ana Frank, con sede en los Países Bajos, lo reconoce.
Son los sionistas —los judíos ultrarradicales que detentan el poder en el estado de Israel— quienes persisten en la mentira. Desde hace décadas advirtieron las virtudes propagandísticas del Diario y, aparentemente, lo emplean como un testimonio contra el fascismo. Sin embargo, su verdadero objetivo es —a través de la supuesta voz de una niña— acentuar la victimización del pueblo judío.
Una victimización que data del siglo VIII a. de C., cuando los judíos fueron expulsados de Israel a Samaria, y doscientos años después —siglo VI a. de C.—, del reino de Judá a Babilonia. El reiterado martirio prosiguió con la llamada diáspora —vocablo, por cierto, utilizado alegremente por un sector político de nuestro país—, esto es, la dispersión del pueblo judío en múltiples naciones, simbolizado por el personaje conocido como el Judío Errante.
El pseudotestimonio de Ana Frank ofrece una visión inocente y desamparada de alguien que está a merced de fuerzas malvadas y oscuras que, en cualquier momento, pueden eliminarle. Pero ese alguien no es un individuo —no es solo Ana Frank—, sino el pueblo que se autoproclama como elegido de Dios.
Quienes leen el Diario sienten lástima por Ana y, a la par, por quienes ella representa, pero ese sentimiento resulta de un descarado plan propagandístico manejado para generar simpatías.
Se explota la imagen de víctima para hacer de la religión y la política un formidable negocio. Un negocio que no solo se traduce en dinero, sino, además, en poder.
La lástima es un arma. Sirve para crear empatía. La emplea incluso una potencia económica como Estados Unidos. Sus empresas explotan a cientos de millones de personas en el mundo y, cuando son expropiadas o se nacionalizan, sus dueños son presentados como víctimas de opresores y dictadores.
Hoy quien debería ser el depositario de la compasión internacional es el pueblo palestino, que sufre el fascismo de los sionistas. Los altos funcionarios del gobierno israelí hablan de exterminar a quienes comparten tierra con ellos desde la antigüedad, como quien se prepara para fumigar su vivienda. Consideran a sus vecinos alimañas a las que hay que hacer desaparecer del orbe.
Como todo cobarde, sea individuo o grupo, no la toma contra quien o quienes le hicieron daño, sino contra las personas indefensas que tiene más cerca, en especial, contra los niños.
Y me pregunto: ¿cuántas Ana Frank habrá en Palestina, describiendo sobre cuadernos o en simples papelitos los horrores con los que les toca vivir? ¿Cuántas mirarán el cielo con miedo, mientras esperan nuevos bombardeos?
Seguramente, no sobrevivirá ninguno de estos escritos. Las bombas que llueven del firmamento y las balas que corren horizontales hasta los pechos y las cabezas los borrarán con fuego.
Armando José Sequera