Neruda revive a diario en la fiera magia del mar
La muerte no lo salvó del destierro. La dictadura hizo todo lo que pudo para proscribirlo, pues era emblema del Chile que había sido ahogado en sangre.
Los chilenos dicen que el nerudismo ha sido una pasión, una religión y también una enfermedad. Los escritores y aspirantes a tales que se contagiaron de ella, fueron consumidos por el afán de imitar al inmenso maestro.
En su faceta de religión, la devoción de los nuevos poetas y narradores llegó a tal extremo que era casi obligatorio realizar al menos una vez una peregrinación a Isla Negra. Y aún parece serlo, pues son pocos los que se resisten a realizar una visita a la casa-museo, en Valparaíso, el sanctasanctórum del poeta, lugar donde, en 1992, fueron sepultados sus restos junto a los de su tercera esposa, Matilde Urrutia (antes estuvo casado con la poeta María Antonieta Hagenaar, “Maruca” y con la pintora Delia del Carril, “la Hormiguita”).
El sitio, según muchos de los que lo han visitado, está profundamente imbuido de la energía creativa del hombre que había nacido en 1904 con el nombre de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1971. Los objetos que han sido conservados y el ambiente, que él describió como una “costa salvaje con el tumultuoso movimiento oceánico”, hacen la magia de revivir al poeta ante la sensibilidad del visitante.
La relación de Neruda con el mar quedó impresa en su obra y reflejada en sus memorias póstumas (Confieso que he vivido). “El Pacífico se salía del mapa. No había dónde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”, dibujó con palabras.
En la casa también está el testimonio de su vínculo con el océano: “Las colecciones más importantes que se conservan en esta casa, se vinculan con el mar: mascarones de proa, réplicas de veleros, barcos dentro de botellas, caracolas marinas, dientes de cachalote”, señala el texto de la página web de la Fundación Pablo Neruda.
El poeta venezolano Luis Felipe Bellorín es uno de los que se sintoniza con lo marino. “Pensar en Neruda es pararse frente al mar y ver cómo las olas se acercan hasta nuestros pies, y nosotros podemos depositar nuestros secretos en un cofre de plata, y tener la seguridad de que cuando volvamos al mar, vueltos cenizas, esos secretos nos serán devueltos”.
Autor de una abundante obra, Neruda fue también una figura muy activa de la política chilena: miembro del Comité Central del Partido Comunista, senador de la República, precandidato presidencial y embajador en Francia. Con esa trayectoria, estaba destinado a un nuevo exilio (ya había tenido varios) o a algo peor, luego del golpe de Estado contra Salvador Allende. Y fue tal el impacto de este zarpazo a la democracia orquestado por el Departamento de Estado de Estados Unidos y las fuerzas más tenebrosas de su país, que el poeta apenas si sobrevivió 12 días. El diario El Nacional, entonces de izquierda y bajo la conducción de un gran amigo del genial chileno, Miguel Otero Silva, resumió la noticia de su fallecimiento en una lapidaria mancheta: Neruda murió de Chile.
La muerte no lo salvó del destierro. La dictadura de Augusto Pinochet hizo todo lo que pudo para proscribirlo, pues era emblema del Chile que había sido ahogado en sangre. Sin embargo, la dimensión descomunal de Neruda haría inútil ese empeño fascista.
Prueba de ello es que su ya prolífica bibliografía aumentó considerablemente de tamaño luego de su partida física. Más de 20 libros se publicaron luego de aquel nefasto 1973, mostrando a un Neruda que había permanecido parcialmente oculto.
Algunos de sus biógrafos afirman que en el afán de seguir difundiendo materiales que había escrito, se incurrió en algunos excesos, como hacer que vieran la luz algunos poemas que él mismo había descartado. Jorge Edwards es una de esas voces autorizadas, conocedor a fondo del trabajo de Neruda, dice que en los últimos años de su vida ya empezó a quejarse de que los editores querían expulgarlo para tener hasta su último poema. “Me van a publicar hasta los calcetines”, solía decir Neruda.
Asegura Edwards, un polémico intelectual chileno que ha recorrido casi todo el espectro político de su país, que Neruda no era un poeta espontáneo, sino extremadamente cuidadoso con lo que escribía, por lo que “si dejaba poemas suyos sin publicar, era porque su gusto personal, su autocrítica, su sentido de la composición de cada colección de versos los había rechazado. Escogía bien los poemas que publicaba y olvidaba los que merecían ser olvidados. No era un autor a quien se le cayeran los poemas de la mesa de trabajo y quedaran extraviados entre papeles”.
La muerte del poeta, tan pocos días después del golpe de Estado, volvió a ser motivo de controversia política en 2011, cuando Manuel Araya Osorio, su amigo y ayudante, declaró que Neruda habría sido asesinado en la clínica de Santiago a la que fue llevado de urgencia desde Isla Negra.
La denuncia llevó a que en 2013 se exhumara su cadáver para realizar diversas pruebas. Los resultados iniciales indicaron que Neruda murió debido a un avanzado cáncer de próstata, pero no todos quedaron convencidos. Aún hoy, muchos chilenos siguen asegurando que, tal como lo planteó Araya Osorio, un médico le inyectó algo al poeta, quien murió seis horas después.
Luego de numerosas solicitudes, la Fundación Neruda logró que los restos fueran de nuevo inhumados en la casa-museo, en 2016.
En 2017, el panel de expertos que había sido designado para ello dictaminó que Neruda no murió de cáncer, sino que pudo haber sido víctima de la acción de terceros a través de una toxina cultivada en laboratorio.
Sea como haya sido, su fallecimiento fue parte de la terrible infamia del derrocamiento y muerte de Allende, inicio de un período de oscurantismo que –según parece- todavía no ha terminado del todo.
Un intenso recorrido estilístico
Pablo Neruda alcanzó tempranamente la fama con su libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada, que se publicó cuando él no llegaba a tener 20 años. Los estudiosos de su obra aseguran que entonces era un poeta casi ingenuo, muy simple. Pero dos años más tarde, en 1926, ya había encontrado otra tesitura, con más contenido político, cuando publicó Tentativa del hombre infinito.
En 1933, cuando se publica Residencia en la Tierra, llegan a calificarlo de surrealista. Mientras tanto, en 1937 acentúa su enfoque militante al presentar España en el corazón, una denuncia contra la Guerra Civil. En 1950 derivó hacia una poesía difusora de la historia de América Latina: el Canto general, que él consideraba su libro más trascendente.
En 1958 dio otro giro, esta vez hacia un tono más desenfadado e irónico, al publicar Estravagario. Volvería al contenido romántico con Cien sonetos de amor, en 1959, y en 1969 asumió poéticamente la angustia por una eventual catástrofe nuclear, con La espada encendida.
El intenso recorrido estilístico finaliza con sus memorias, Confieso que he vivido, en las que recorre su vida entera, incluyendo los aspectos más sórdidos, y cierra con su dolor por la muerte de Allende y el violento fin del experimento socialista chileno. Esta obra se editó y publicó en forma póstuma.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS