Micromentarios | Los tres príncipes de Yemen

02/07/2024.- Un relato anónimo que circula en los países árabes desde hace más de mil años cuenta las andanzas de los tres hijos del rey del Yemen. Estos partieron un día en busca de aventuras, para establecer cuál de ellos merecía suceder a su padre.

Los tres habían sido educados con esmero y poseían un gran conocimiento sobre las ciencias del mundo. Además, habían sido entrenados en la observación de los detalles de la cotidianidad, como un modo seguro de descubrir, aprovechar y comprender el mundo circundante. Precisamente, la más célebre de las múltiples aventuras que vivieron se refiere a esa capacidad de observación.

Un día, mientras recorrían un bosque, los tres hermanos descubrieron las huellas dejadas por un camello. En dichas huellas, cada uno observó un detalle muy particular.

Poco después, cuando salían del bosque, se toparon con un grupo de personas, encabezado por el rey de la región. Este se quejaba en voz alta de haber perdido su camello favorito.

Al verlos, el rey les contó que el animal se le había escapado esa misma mañana. Luego, prorrumpió en gemidos lastimeros.

Cuando detuvo sus sollozos para beber un sorbo de agua de la que le entregó uno de los acólitos, el mayor de los tres príncipes le preguntó:

—¿Tu camello tiene el pelaje claro?

—Sí —respondió el rey, sorprendido.

—¿Es cojo de una pata? —preguntó el segundo de los príncipes.

—Efectivamente —contestó el rey.

—¿Es ciego del ojo derecho? —interrogó el menor de los príncipes.

—Así es —dijo el rey, asombrado. Y añadió—; y como conocen todos sus detalles, supongo que también saben dónde está.

—No —respondió uno de los príncipes—, no hemos visto a tu camello. Solo hemos observado sus huellas.

Al recibir esta respuesta, el rey se enfureció y mandó a apresar a los príncipes.

Antes de que los guardias del rey les pusieran las manos encima, los tres jóvenes se identificaron como los príncipes que eran y exigieron que se les permitiera explicar lo que parecía inexplicable.

—Sé que tu camello tiene claro el pelaje por algunos pelos que vi cerca de las huellas y que el animal debió perder al restregarse contra un árbol —explicó el mayor de los tres príncipes.

—Yo deduje que es cojo —dijo el segundo— porque una de sus huellas es defectuosa.

—Yo supe que es ciego del ojo derecho —señaló el menor de los príncipes— porque solo come los arbustos del camino que están del lado izquierdo, lo que hace evidente que el animal no puede ver lo que está al otro lado.

—Por eso es que pudimos describir al animal sin haberlo visto —concluyeron los jóvenes.

Ante tan asombrosa explicación, el rey los dejó en libertad y, de inmediato, los nombró ministros.

Esta parte del relato anónimo sobre los Tres príncipes de Yemen ha aparecido en dos narraciones bastante conocidas: una, en el cuento Zadig, del escritor y filósofo francés Voltaire, publicado en 1747. La segunda, debida al escritor y semiólogo italiano Umberto Eco, quien la incorporó al primer capítulo de su novela El nombre de la rosa, aparecida en 1980.

 

Armando José Sequera


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