Crónicas en bici: Sembrando en la UCV
Advertencia: no tiene usted que hacer nada de lo que se narra aquí.
Desde Parque Central hasta el Instituto Nacional de Higiene Rafael Rangel, un edificio recién pintado de blanco que, lleno de sol tipo nueve de la mañana del 18 de octubre, día del cumpleaños 84 del “abuelo”, según palabras de la vicepresidenta del INHRR, María Fernanda Correa, bueno, desde allá hasta más allá, la vía más rápida es por la autopista.
En pandemia, o recién empezando la, vi un señor con bastón caminando por el túnel de La Trinidad. Iba para Santa Mónica; “es mejor por aquí”, dijo con una sonrisa. Sin transporte, la pista sur de la autopista Prados de Este era el camino.
Frente a donde murió Pedro Chacín, voy a paso rápido, pasando carros en la cola que se hace para entrar a la UCV, al lado de la reja maltrecha del Jardín Botánico. El pedal izquierdo de la bici no da la talla, por ahora. Tengo que repararlo antes de ir a Cumaná; van a homenajear a Alí Primera el 31 de este mes.
El INHRR
“Después del Clínico”, dice un señor trujillano que tiene 50 años vendiendo lo que vende en su mesita al lado del Hospital Universitario de Caracas; “caminan un poquito y llegan”. “¿Es un diente de oro?”, le pregunto desde lejos, viendo el chimó. Me acompañaba una editora que llegó en su vehículo.
Antes, camino, solo, por el pasillo cubierto. Una ingeniera que trabaja en la colocación de gas directo asegura no tener idea de cuánto cuesta poner gas directo en. Única mujer, casco blanco, “aunque eso era antes; ya cualquiera se lo pone”, cruza los brazos cuando le pregunto por el machismo en la construcción. Un joven baja del techo; en la laderita que está llena de verde al lado del pasillo, se reflejan las sombras de los trabajadores desde el techo y ya voy por la plaza descubierta del rectorado y el carrito de chicha bajo el reloj tiene una cola de cinco personas.
El auditorio estaba completamente lleno. La celebración agarró a María Fernanda Correa, que acaba de salir del covid; que fue a Rusia, a estudiar maneras de controlar agentes infecciosos, que anda pensando en el pan y que respira con dificultad después de la enfermedad, asumiendo la tarea porque la presidenta del INHRR, la doctora Esperanza Briceño, tenía que salir de prisa a un compromiso. “El 18 de octubre de 1938 fue creado este instituto, por Eleazar López Contreras, con funciones de salud pública, hoy de salud colectiva. Producción de vacunas, investigación en el diagnóstico de enfermedades, análisis para la idoneidad de los productos sanitarios: medicamentos, alimentos, cosméticos”. La doctora Briceño habla de prisa; desea cantar cumpleaños antes de marcharse. “Casi en su centenario, el instituto está mirando el futuro. No celebramos con más fuerza por la situación de Las Tejerías”.
María Fernanda Correa resalta con resaltador rosado párrafos enteros en hojas que se riegan en sus piernas. “No te puedo contestar ahorita, porque estoy terminando de hacer esto”, dice muy seria. Me quedo callado, la grabadora sigue. Suspende, respira, me mira. “Este es un instituto que es muy importante, porque lo que hace, no lo hace otra gente en el país. Lo que se hace aquí nos ha salvado a todos. La población venezolana debería conocer lo que hacemos porque es esencial para su seguridad”.
La coral
En el centro de esta ciudad, el Palacio Arzobispal está siendo pintado de amarillo. El Museo Sacro, de verde perico. Pusieron grama en el jardín interno. La mansión Gradillas, que no es la Casa del Vínculo, tiene color fucsia. Llovió y el viento se llevó algunos toldos en la plaza Caracas; todos los útiles escolares se mojaron.
Otra vez en el INHRR. Las jóvenes del protocolo repartieron unos ponquecitos deliciosos.
Al salir, Isabel Iturria, la directora del Hospital Cardiológico Infantil Dr. Gilberto Rodríguez Ochoa, se agachó y recogió el billete de cinco bolívares, algo más de medio dólar estadounidense, en este mes y este año. “¿De quién es este billete?”, pregunta con voz firme. Se oye desde donde se ve casi toda la fachada de ese edificio “incólume”, como dijo la presidenta de. La veo, y sé que no es mío. Un trabajador se acerca. “¿Quién lo necesita?”, vuelve a preguntar la directora de ese hospital al que el presidente Maduro no ha visitado. Pero el presidente no lee esto; si lo leyera, no repetiría más aquello de “que nadie se coma la luz”. Si lo leyera, lo visitaría. Chávez fue.
El trabajador guarda el billete en su cartera e Isabel camina lento por el estacionamiento. Adentro, un doctor tuvo que agarrarla de la mano para que se acercara hasta donde estaban todos los doctores y doctoras que dirigen el INHRR: María Fernanda nombró a “ascensoristas y obreras” que no dejaron de trabajar durante la pandemia. Su tío dirigió el instituto y con voz quebrada, se paseó por compromisos familiares, una tristeza inmensa cuando se despidió y la alegría que riega en este reencuentro. De ahí, la bioquímica se fue a dar clases en la Facultad de Medicina. Ya son 37 años en eso. No leyó ninguna de las palabras que resaltó en rosado; “donde puedo lo digo: a veces, es incómodo para la dinámica económica, pero el trabajo del instituto es de seguridad de Estado”. Pensando en su pan bien pensado, en el que tiene rato pensando, la ciencia le atraviesa el discurso. Por eso, quizá, la idea de la creación de un Fondo Editorial, que en el marco del cumpleaños 85 del abuelo Rafael Rangel, que recibió clases del doctor José Gregorio Hernández y murió muy joven, presente la primera colección que muestre, entre todo lo que tiene para enseñar, bueno. ¿Cómo van a hacer?
Yo tengo que reparar la bici. Ando en una prestada.
Próxima entrega: Papel de cáñamo
GUSTAVO MÉRIDA / CIUDAD CCS