Londres efectúa Juegos 1908 al reemplazar a Roma a última hora (II)
Erupción del volcán Vesubio en Nápoles impidió su realización en Italia
16/07/24.- Los Juegos de la IV Olimpiada fueron asignados a la ciudad de Roma para ser celebrados en 1908, pero el 7 de abril de 1907 el volcán Vesubio hizo erupción y el Gobierno de Italia encaminó sus esfuerzos humanos, económicos y materiales a la reconstrucción de la ciudad de Nápoles, que quedó totalmente devastada y en ruinas.
Londres preparó para el año 1908 la Exposición Franco-Británica y miembros del Comité Olímpico Internacional (COI), para no perder la secuencia de la olimpiada, solicitaron a las autoridades británicas la autorización para organizar los juegos en esa ciudad.
Con el anuncio se presentaron varios inconvenientes, porque los irlandeses y los representantes de Finlandia (este no era un país, era un ducado ruso), se negaron a desfilar con las banderas de Inglaterra y Rusia, respectivamente, además de que los estadounidenses y los suecos no quisieron presentarse con sus estandartes ante el rey Eduardo VII, quien presenció la inauguración desde la tribuna principal.
Para los Juegos fue construido el Estadio de White Palace, con una capacidad de 70 mil espectadores, los cuales presenciaron el desfile de no todas las naciones participantes por las razones antes expuestas, debido a las posiciones de algunos atletas foráneos.
Fue el escenario donde se efectuaron las competencias de atletismo (pista de cemento de 603,50 metros), ciclismo y natación. Para las especialidades acuáticas se construyó una piscina de 100 metros de largo por 15 de ancho, junto al espacio con grama sembrada situado al frente de la tribuna principal.
Las competencias se realizaron entre el 13 y 25 de julio, pero los torneos de fútbol y boxeo se escenificaron en octubre, porque se presentaron muchos inconvenientes, cuando los organizadores no pudieron reunir a la totalidad de los deportistas desde el comienzo de los Juegos.
Participaron 2.008 atletas (1.971 hombres y 37 damas), representantes de 22 países. Compitieron en 110 variantes de 22 deportes y 110 especialidades.
El mejor atleta de los Juegos resultó el corredor estadounidense Melvin Sheppard, quien ganó los 800 y 1.500 metros planos, y en esta distancia estableció una marca mundial para la época con un tiempo de un minuto y 58 segundos, para aumentar los disgustos de los jueces británicos
Destacados en acción
Otro atleta destacado de Estados Unidos fue Ray Ewry, ganador en los saltos sin carreras, que se realizaban con un solo impulso. Marcó 3 metros, 33 centímetros en salto largo y 1 m, 57 c en salto alto, pruebas hoy en día olvidadas. Completó nueve títulos olímpicos en esas pruebas, ya que, hasta ese momento, había actuado en los cuatro Juegos Olímpicos que se habían realizado.
Sobresaliente fue el francés Geo André (19 años), quien dominó el salto alto con carrera, al igual como se realiza ahora, con 1 metro con 87 centímetros, luego cuando en su último intento pasó limpiamente la varilla de 1 m, 91c, hizo caer la barra con su calzón, que era muy largo y al final el vencedor fue el norteamericano Harry Porter con registro de 1 m, 90c.
Geo André continuó una brillante carrera en los saltos hasta los juegos de 1924, realizados en París. Murió en combate el 4 de mayo de 1943 durante la Segunda Guerra Mundial. Su hijo Jacques André también destacó en el atletismo mundial y olímpico.
Oscar Swahn se convirtió en el deportista más longevo en conquistar una medalla de oro. Con 60 años de edad ganó en tiro sobre ciervo. Los arqueros William y Carlota Dod fueron los primeros medallistas hermanos.
Por su parte, el británico Richard Gunn ostentará para siempre el galardón de ser el boxeador de más edad que consiguió una medalla de oro al hacerlo con 37 años, ya que, según la reglamentación olímpica actual, no se permite pugilistas mayores de 30.
Distancia definitiva
El duque de Windsor deseaba que la carrera de maratón partiera desde su mansión, para que él y su familia presenciaran la largada desde sus balcones y presentó esa petición a Pierre de Coubertin, quien aceptó la petición y así se hizo. La ruta por las calles londinenses culminó con la llegada en el estadio White Palace, cuya meta estaba fijada frente a la tribuna principal, donde se encontraba la reina Alejandra de Inglaterra.
La distancia del maratón no se debe a razones técnicas, ni humanitarias, ni de otra índole. Simplemente, midieron el trayecto entre la mansión del duque de Windsor y la tribuna principal del estadio White Palace.
El resultado fue la medida inglesa de 26 millas (42 kilómetros, 195 metros). Así se estableció en definitiva y desde entonces se corre bajo el sistema métrico decimal. No es de ninguna manera la distancia que separa a las localidades de Maratón y Atenas, en Grecia.
El vencedor llegó sin aliento
En esa carrera se presentó un drama con el corredor que llegó primero al estadio. El italiano Dorando Pietri, quien se cayó de cansancio pocos metros antes de la meta.
Como pudo, se levantó tras la primera y segunda caída, pero en la tercera, extremadamente agotado, fue ayudado para terminar la prueba, por lo que fue descalificado.
Dorando Pietri fue enviado al hospital, recuperado al día siguiente fue llamado a la tribuna principal y la reina Alejandra le entregó una copa de oro, como premio por su hazaña y su simpatía.
Esa carrera la ganó el estadounidense Johnny Hayes, con tiempo de 2 horas, 51 minutos y 18 segundos. Siguieron el surafricano Charles Hefferson (2h, 56m, 6s) y el estadounidense Joseph Forsham (2h, 57m, 10s)
Frase histórica
Los Juegos Olímpicos de Londres 1908 nos legaron una frase que se ha mantenido en el tiempo y se atribuye con frecuencia, erróneamente, al barón Pierre de Coubertin.
Fue en realidad monseñor Ethelbert Talbot, obispo de Pensilvania, en un sermón pronunciado el 19 de julio de 1908, en la catedral de San Pablo, ante unos atletas que se disponían viajar a Inglaterra para defender los colores de su país en dichos juegos.
Les dijo: “Más que vencer, lo importante es participar”, frase que muchos la han interpretado como un mensaje de hermandad.
Pierre de Coubertin repitió con mucha frecuencia esas palabras, pero siempre atribuyó la paternidad de ellas al prelado estadounidense.
JULIO BARAZARTE / CIUDAD CCS