Psicosoma | Adicciones psicológicas
23/07/2024.- Reconocer nuestras adicciones nos ahorraría sufrimientos inútiles. Las sensaciones bruscas, incomprensibles, los deseos e impulsos incontenibles serían controlables. Esto incluye las ganas de comer comidas chatarras, tener sexo compulsivo, autoerotismo, adherirse a religiones o ideologías de manera rígida, participar en juegos de azar, consumir sedantes e hipnóticos y la dependencia a los dispositivos celulares, entre otros.
En la actualidad, casi nadie está libre de experimentar estas sensaciones. El consumismo patológico se ha desarrollado mediante estrategias y condicionamientos dirigidos al cerebro reptil, las emociones y los sistemas límbico y reticular. A todos los niveles del inconsciente colectivo, se establecen conductas deseables que, en un principio, pueden parecer inofensivas para el consumidor, pero, en realidad, son como guerras silenciosas que nos autodestruyen lentamente.
En psicología, trabajamos con las frecuencias y las recaídas. Analizamos las respuestas conductuales ante estímulos desencadenantes y enfrentamos las clásicas justificaciones y el negacionismo (resumidas en la frase: "De algo hay que morir").
La frecuencia marca nuestra "conducta disciplinaria". El placer inmediato puede nublar la razón, dividiéndonos internamente y convirtiéndonos en sujetos de un experimento global. Recuerdo mis prácticas de laboratorio con ratas blancas, a las que las condicioné con bolitas de queso para inducir la obesidad.
La conciencia reflexiva se aprende y condiciona desde la estimulación intrauterina: sonidos, ondas, luces, el fluir del río y el simple hecho de llamar a alguien por su nombre. Sin embargo, la comunicación se ha fracturado con el auge de las redes "antisociales". El diálogo interno y familiar se ha vuelto escaso y, en muchos casos, se olvida por completo. En los microespacios, las terapias cognitivas conductuales nos ayudan a concienciar sobre los brotes de adicciones e incluso a prevenirlos al detectar signos tempranos en posibles adictos.
No deberíamos disculpar los rituales de consumo de drogas los fines de semana. A menudo, la familia normaliza estas conductas, sin considerar las consecuencias. El disfrute real no depende de factores externos ni de gastos materiales. La verdadera satisfacción proviene de la tolerancia escasa o nula hacia el exceso, como en "una noche loca" por alcohol o en la creencia errónea de que las drogas potencian el sexo (cuando en realidad deprimen el organismo).
Aprendamos a pedir ayuda. Es posible superar las adicciones con el apoyo de la familia. Sin embargo, la realidad también nos muestra madres permisivas que "matan con amor" y madres ignorantes que alimentan machismos y libertinajes al beber con sus hijos o regalarles celulares y dinero.
En países escandinavos, se permite el uso del celular solo una hora al día. Quizás deberíamos seguir su ejemplo y fomentar la lectura en voz alta, como se hace en las escuelas de Europa Oriental.
El desarrollo de la inteligencia emocional nos permite enfrentar las guerras del marketing y redescubrir nuestras potencialidades como seres humanos. En talleres de lectura, personas que nunca han tenido contacto con escritoras encuentran nuevas perspectivas. Además, el colectivo TeArtEmbrujo, que se centra en la resiliencia, valora las capacidades y comparte experiencias comunes frente al femicidio.
En psicoterapia, uno de nuestros recursos más valiosos son los cuadernos o diarios que "exigimos" a los pacientes para que registren sus vivencias. En la mayoría de las consultas, nos encontramos con la alexitimia, que es la incapacidad para comprender y expresar emociones. La inteligencia emocional se convierte en una herramienta fundamental para alfabetizar a estas personas en el lenguaje de sus propias emociones. Es como una introspección que les permite expresar lo que sienten.
La sociedad nos ha condicionado a ser neutrales, a mantenernos fríos y a ejercer un autocontrol discapacitante. Sin embargo, urge desarrollar la capacidad de entender y expresar nuestras emociones internas y externas. Necesitamos ponernos en el lugar del otro, comprender lo que les sucede. A menudo, quedamos atrapados en "noches locas" o abusos sexuales impulsados por la presión del grupo, o incluso en el consumo de drogas.
El cerebro requiere su dosis de dopamina, y la obtenemos al disfrutar de nuestro trabajo. Evitamos así los estados de supervivencia y el estrés crónico, que desencadenan la liberación de cortisol. Sin embargo, el problema radica en que las dopaminas nos brindan un placer inmediato, y los tiempos de reacción se han vuelto cada vez más breves. Casi todo está diseñado para obtener respuestas inmediatas, y este placer se vuelve adictivo debido a las frecuencias programadas.
La liberación excesiva de dopamina en respuesta a sustancias o comportamientos adictivos puede desensibilizar los circuitos de recompensa del cerebro. Esto reduce nuestra capacidad para experimentar placer en otras actividades. Por ejemplo, en casos de trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), el paciente no puede controlar la voz interior que le insta a ejecutar una idea, como la compulsión de lavarse las manos hasta hacerlas sangrar. Además, la ninfomanía (aumento exagerado del deseo sexual en mujeres) y la satiriasis (apetito sexual desenfrenado en hombres) pueden esclavizarnos a nivel psicológico, afectando nuestra salud mental, emocional y cognitiva, y llevándonos a perder el autocontrol.
A nivel social, estas adicciones deterioran las relaciones interpersonales, el rendimiento laboral y académico e incluso pueden generar problemas legales y económicos. Como dice el refrán: "Es bueno el cilantro, pero no tanto". Todo en su justa medida.
Rosa Anca