Punto y seguimos | El monstruo de la industria alimentaria
Tenemos poca o ninguna idea de lo que ingerimos
25/10/22.- En Venezuela, las enfermedades que causan mayor morbilidad son las afecciones cardíacas, el cáncer y los accidentes cerebrovasculares. Los problemas cardíacos, según cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS) son la principal causa de muerte en todo el mundo, tanto en países desarrollados como en países pobres. Las causas que se atribuyen al "reinado" de los daños al principal órgano del cuerpo humano son el estrés, la herencia y la mala alimentación, siendo esta última vital no solo en el caso de estas patologías, sino de muchas otras.
Una dieta balanceada se considera imprescindible para tener una buena salud. El exceso de grasas saturadas, azúcares, sal y comidas bajas en nutrientes han venido enfermando a la población mundial, que, mientras más parece avanzar en materia tecnológica y de producción de alimentos, menos sana resulta para los seres humanos. Cuando cambió el modo de producción y distribución de los alimentos, con agricultura, ganadería y pesca industrializadas, las personas -especialmente en los sectores urbanos- perdieron toda relación con la tierra, llegando a desconocer los procesos y asumiendo que la comida llega a los supermercados "por arte de magia".
El desconocimiento acerca de cómo funciona la agricultura, el poco o nulo interés en el autocultivo y, a nivel cultural, la idea de que lo que comemos no es realmente asunto nuestro, pues ya está "solucionado" por otros, ha generado un ambiente propicio para que la industria alimentaria mundial se convierta en una absoluta monstruosidad con el poder económico, suficiente para manejar gobiernos, diseñar sus propias legislaciones, afectar el medio ambiente y la salud planetaria sin una verdadera oposición ciudadana.
Quizá los casos más conocidos que apenas nos dan un vistazo de la complejidad, alcance y poder de esta industria sean los escándalos de empresas como Monsanto con su herbicida RoundUp y su manejo y control de las semillas transgénicas que han afectado los campos de todo el mundo, desterrando a pequeños productores locales que quedan indefensos ante la aplanadora de este consorcio que ha impuesto a la fuerza legislaciones y que ha regado por el mundo químicos cancerígenos que afectan la salud vegetal, animal y humana. Las semillas transgénicas alteran la composición de las plantas y además "se riegan" hacia cultivos orgánicos contaminándolos, y esto es especialmente grave en productos tan básicos para la dieta mundial como el trigo, la soya, el maíz o el arroz.
La soya, transgénica en casi toda su producción mundial, constituye la base de millones de litros de aceite comestible y es además alimento para animales de cría y sacrificio, lo que implica que las consecuencias nos alcanzan por partida doble, al ser parte de la dieta de los animales que comemos. Punto aparte y tema de investigación sería el de las condiciones de extrema crueldad con la que se alimentan y matan los animales destinados al consumo humano, una de las principales razones por la que existe el veganismo como postura política; pero más allá de ello el punto es que tenemos poca o ninguna idea de lo que ingerimos y que además estamos en mano de trasnacionales que producen más y más barato, acaparando el mercado y forzando a los grupos de menores ingresos a comer productos nocivos, en razón de su precio.
La industria alimentaria es una de las que mejor evidencia la inhumanidad del capitalismo. Conecta a las especies que habitamos este mundo y a todas las maltrata, y en lo referente a los seres humanos nos ata directamente a otra industria nefasta, la farmacéutica, que nos vende los químicos para tratar el daño que causamos a nuestro organismo al comer basura ultraprocesada, conservantes, plantas alteradas y animales explotados. Un ciclo sin fin de envenenamiento colectivo que plantea a la sociedad el reto de romperlo para sobrevivir. Según datos de la OMS del año 2021, la humanidad aumentó su esperanza de vida, pero también la discapacidad, es decir, vivimos más, pero en peores condiciones, con patologías crónicas y mal funcionamiento del cuerpo en todos los rincones del globo, dato particularmente cruel si consideramos los países más pobres donde la inanición aún es causa de muerte.
En resumidas cuentas, y como decía Voltaire en su Cándido: es menester volver a cultivar la tierra. Si el sistema nos apabulla, solo la conciencia comunitaria podrá ayudarnos, garantizando producción y distribución local de alimentos cultivados con parámetros de sanidad y, sobre todo, procurando que los saberes campesinos no se pierdan. La educación en materia alimentaria es fundamental. Si no sabemos qué consumimos, ni cómo obtenerlo respetando la naturaleza, estamos condenados a continuar con el ciclo ponzoñoso de la industria alimentaria que nos mata a todos por millones cada día.
Mariel Carrillo García