Araña feminista | La fiebre del gallo pinto
13/08/2024.- Semanas antes de las recientes elecciones presidenciales, celebradas el pasado 28 de julio de 2024, circuló por las redes sociales una tendencia estética denominada "la fiebre del gallo pinto". Traemos este suceso para visibilizar la violencia estructural en nuestra sociedad venezolana, la cual tiene componentes racistas, clasistas y sexistas.
La tendencia fue difundida mediante un video. En él diversas mujeres lucen las uñas de sus manos con el dibujo de un gallo, símbolo de la campaña presidencial del candidato del Gran Polo Patriótico. El mostrar los diseños de la manicura estaba acompañado por un primer plano de las protagonistas, al tiempo que verbalizaban la frase: "Las bellas llevamos las uñas de gallo pinto".
La ola de violencia lingüística que se desató contra estas mujeres, mediante comentarios racistas y clasistas, son la manifestación simbólica del odio que han instalado contra las mujeres afectas al chavismo, especialmente hacia quienes pertenecemos a los sectores populares. Calificativos peyorativos como "desdentadas", "tierrúas", "marginales", "pata en el suelo" son los más repetidos entre una vasta gama de improperios crueles. Por supuesto, el ideal de belleza hegemónico es exigido a voces: "¿Dónde están las lindas o las bellas?". Otros/as respondían: "Son las mujeres del CLAP".
Luego gritan "Libertad". ¿Cuál es el concepto de libertad que defienden? No se trató de un grupo reducido de usuarias/os de redes sociales. Cientos de personas dejaron mensajes similares en estas publicaciones; en su mayoría adultas y una gran cantidad de ellas con profesiones afines a la psicología, derecho, medicina o a la docencia. Lo mismo se repite en los comentarios de cualquier noticia de medios digitales sobre el contexto venezolano. Odio y más odio.
Todos estos ataques son manifestaciones de la violencia simbólica por motivo de sexo, género, raza, afinidad política y condición socioeconómica; se incita al odio mediante la humillación y el menosprecio. Detonantes con una profunda carga racista y clasista, que deshumanizan a las mujeres de los sectores populares; o sea, a las sujetas históricas y políticas de esta revolución. Es el menosprecio a la vida y a la integridad humana de una población históricamente vulnerable.
El odio profundo contra las mujeres de los sectores populares es el resultado de la invasión europea de finales del siglo XV y del coloniaje que el quiebre del tejido social comunitario ha logrado, de manera forzada, para imponer lo individual como el más alto valor. Es la instalación de un pensamiento eurocéntrico, de la exclusión de las grandes mayorías, de la limpieza de sangre y del debate religioso sobre quiénes poseían alma y quiénes no. Es el maltrato sistémico y sistemático contra una puebla cosificada por una sociedad de criollas/os que usa el término de mestizaje como eufemismo para ocultar la violencia sexual que dio origen a nuestra sociedad venezolana.
Odio y crueldad inoculados a personas desclasadas que no conciben que las mujeres de los sectores populares tengamos poder político en nuestros territorios; que no seamos más las "cachifas o sirvientas" de la gente bien como María Corina. Por cierto, una mujer que no nos representa porque no nos sentimos identificadas con ella.
Urge dialogar sobre esas heridas ancestrales, un verdadero reconocimiento de aquello que nos divide, aceptando que somos una sociedad polarizada desde hace siglos, porque las desigualdades sociales son históricas; es decir, no se trata de un fenómeno reciente, como nos quieren hacer ver.
Es necesario un diálogo por la paz, acompañado de la justicia para nuestras lideresas asesinadas, para las que fueron asediadas, discriminadas, por las madres cuyas/os hijas/os fueron instrumentalizadas/os por esa élite económica que financia el terror, mientras sus hijos disfrutan de una tarde de pesca en algún sitio paradisiaco de eso llamado primer mundo.
La incitación al odio no es algo ingenuo, ni el ejercicio de la libertad de expresión. Ese odio se convirtió nuevamente en violencia extrema y se materializó en los cuerpos de Isabel Cirila Gil y de Mauyari Silva, cuando la herida de Orlando Figuera aún sigue abierta.
Gabriela Barradas