Letra fría | Santana, 2024

23/08/2024.- La última consentidera de mi yerno Carlos Reyes y mi hija Ligeia fue llevarme al concierto de Carlos Santana en el Toyota Center de Houston. Fue la última noche de mi largo viaje de tres meses por aquella ciudad maravillosa, y acepté más por compartir con ellos y mis nietos Carlos Gabriel (31), Stephanie (30) y la sin par Isabella, de cinco años, que por la ciudad misma, porque me asumí en modo "familia intensiva", sin dejar de salir a casa de amigos y diligencias varias. Incluso, realicé viajes a Dallas y Austin, la capital de Texas. Estuvo incluido mi hijo Vicente, que se escapó de México —y ya está de vuelta en Madrid— para pasar un mes con nosotros. Debo agregar también la playa de Freeport y las imperdibles salidas en lancha… Pero volvamos a Santana, que es el tema de hoy.

Carlos Humberto Santana Barragán, de Autlán de Navarro, Jalisco (20 de julio de 1947), ha sido un compañero de viajes desde la propia adolescencia. Ya en el último año de bachillerato, descubrí, por Emilio Pacheco, a "ese tal Santa Ana", como le decía yo, sin saber, hasta que vi el primer disco y descubrí mi error, sin que nadie lo supiera. Luego escuché, en Soul sacrifice, el solo de once minutos en su guitarra Gibson SG, con la que tocó en el famoso festival de Woodstock. Aunque mi verdadero enamoramiento fue con Abraxas, aquel adorable disco que me acompañó a Bogotá y que fue la banda sonora de mis segundos cachitos. Los primeros fueron en el Instituto Pignatelli de Los Teques, en un retiro espiritual con mis adorables curas jesuitas.

Después vino Caravanserai, en el 72, pero antes, en el 71, lo vi en el estadio El Campin, aunque ahora dudo si fue en el 73, como me corrige el compadre Alejandro Higuera, porque fuimos juntos a ese concierto. En cualquier caso, en el 74, vino el disco Borboletta, el de la mariposa azul que me encantó tanto que mi hija Ligeia se salvó de llamarse así, ya que, en un ataque de lucidez, pensé que la mamadera de gallo en la escuela sería de terror y preferí el título del cuento de Edgar Allan Poe, uno de mis favoritos, precisamente en el género de terror, pero más potable, je, je, je. Finalmente, el nombre fue asumido por mi esposa Dilcia como su alias en su exitoso negocio de bienes raíces. El disco fue lanzado en una funda azul metálico con una mariposa, en alusión al álbum Butterfly dreams (1973) de la brasileña Flora Purim y su esposo Airto Moreira, cuyas contribuciones influyeron profundamente en el sonido de Borboletta. En portugués, borboleta significa mariposa.

Después de eso, creo que vino su fase mística con Mahavishnu y sentí que lo perdimos, aunque creo recordar que en el concierto de Bogotá llegó vestido de blanco. Sin embargo, con los años, al verlo con Maná y el Corazón espinado, donde hasta hace coros, o La flaca con Juanes y otras incursiones latinas, me volvió el alma al cuerpo, como con aquel memorable Oye cómo va, de Tito Puente. Igual sigo siendo fanático de aquel "hippie imperialista", como lo tildó Velazco Alvarado, aquel general que lo expulsó de Perú, impidiendo el concierto en Lima. Fue muy grato volverlo a ver, 51 años más tarde, sereno, sentadito y mascando un chicle, seguramente de cannabis, que me encantaría probar, ja, ja, ja.

Sin embargo, la verdadera revelación de este concierto fue su esposa Cindy Blackman Santana (18 de noviembre de 1959), pero creo que vamos a tener que dejar ese cuento para la próxima semana, mientras escucho el memorable solo de batería que grabó mi yerno querido y que fue la verdadera sensación de la noche.

¡Llévatela, Rosa!

 

Humberto Márquez


Noticias Relacionadas