Letra veguera | La ciudad fantasma
29/08/2024.- Un amigo primitivo de Barquisimeto trazó en las redes un imaginario camino inverso hacia la ciudad. El más añejo de su paisaje crepuscular a mediados del siglo pasado se levanta ante mis ojos como la metáfora de una inmensa nube multiforme y se va haciendo, de a poco, como un crucigrama, otra historia del país, la suma de sus signos epocales, de sus episodios "estelares". Frases de la izquierda, o tomando lo esencial de un reciente ensayo de Reinaldo Iturriza, también de la derecha, siempre para voltear semánticamente la tortilla de la pugnacidad de las clases sociales cada vez más mediatizadas.
Mariano Picón Salas —y ofrezco disculpas si la sentencia del historiador venezolano está o no de brújula a un análisis de la historiografía e historia de Venezuela contenidas en ese extraordinario libro de Jacqueline Clarac de Briceño, El lenguaje al revés— dijo que cada generación no debía jactarse de lo conquistado o cristalizado en determinado período, sino vislumbrar en ese hecho una especie de quiebre que abría nuevas arterias del llamado ser nacional, de las señales de humo del "destino" de la nación.
Alfredo Maneiro
Ciertamente, esa década es el asomo, apenas eso, de una Venezuela calificada por Alfredo Maneiro como la era de la apoteosis de la riqueza petrolera; como una bomba de tiempo, de esas que son determinantes en las caracterizaciones que hizo Maneiro de esa época y, sobre todo, de sus pronósticos, si no se atendía con voluntad nacionalista, al menos, lo que estaba muriendo y naciendo al mismo tiempo en un país donde comenzó a sentirse, con una euforia incomprensible, la existencia de más semáforos que carros, de más porteros que puertas, de una jungla poblada por los "resplandores" de la riqueza que emergía del subsuelo patrio directamente a las alcancías de una clase política perversa y antinacional.
Los profetas
La década de los setenta es la de la Venezuela saudita, la del "excremento del diablo", como acuñaron Pérez Alfonso, Uslar y Domingo Alberto Rangel, entre otros venezolanos que advirtieron la enfermedad.
Yo vivía en Barquisimeto y allí, después de conocer a Maneiro, comenzamos a sacar una hoja en multígrafo llamada La Ruta R, a la que hace referencia Nelson Villacinda, mi viejo amigo, destinada a levantar opinión sobre el tema petrolero. La distribuíamos en la ciudad, pero particularmente en el oeste y en el portón de la Siderúrgica del Río Turbio (Sidetur), donde se concentraban los trabajadores. Ellos eran nuestro norte.
También en esa época los voceros de la Liga Socialista —fundada nacionalmente por Jorge Rodríguez—; un sector del viejo PRV, de Douglas Bravo; otro sector del GAR; otro de la OR, y el PCV editaban en sus hojas por toda la ciudad, y seguramente en poblaciones como Carora y los Humocaros, o en El Tocuyo, que era un hervidero de ideas y canciones frecuentado por Alí Primera.
No nombro al MAS porque era percibido como un partido insulso en las colectividades populares; no así en los pedagógicos. Sus publicaciones se hacían en Caracas y solo se agitaba cuando había una actividad política pública con dirigentes nacionales alrededor de la figura de José Vicente Rangel. En esas ocasiones, sacaban sus perchas de domingo y miraban al resto como si los diferentes no fueran ellos, sino los demás.
En la Barquisimeto de esa época, vivimos también un intenso y prolijo signo alrededor de la Unión Cultural de los Barrios y de un intelectual y sabio hombre llamado Juan Arcadio Rodríguez, fundador y promotor del cineclub Chaplin y extraordinario expositor de temas relacionados con el arte, la literatura y el cine, como lo fueron el poeta Álvaro Montero, Frank López u Orlando Pichardo. La Galería VEA fue un referente fundamental.
Por esa hoguera pasamos también de la mano de Rosa Montañez, editora y aguzada analista, Wladimir Ruiz Tirado, Pedro y Leonardo, Yeo Cruz, Manolo Silva, Pompilio Santeliz, Vangó Caripá, Omar Villegas, Freddy Castillo Castellano, Sadia Yordi, Kloriamel Yépez, poetas, dramaturgos e historiadores. No había tantos camaleones como el que pinta Monterroso.
Una vez, esa burguesía criolla, que está en todas partes queriendo ser siempre la misma, hizo de la ciudad un crucigrama fatídico, despoblando y ocupando espacios de vida. Se encontró entonces con la voz y la acción de Fruto Vivas y de quienes nos juntamos con él para conjurar lo que Fruto llamó la "zona de compresión", esa especie de juego macabro que aún se juega con dados y fichas llamado Monopolio: un ricachón aquí, un bolsa pataenelsuelo en la esquina, una colina allá llena de quintas desde donde se divisan los cerritos blancos…
Y aunque no pudimos detener el plan, el nombre de Fruto quedó allí en Barquisimeto como una flor invicta.
Federico Ruiz Tirado