Letra veguera | La reina, la guerra y el chicharrón

Tres en uno...

2/11/22.- Mientras las redes mundiales y especialmente en Venezuela la cuenta Twitter que dirige mi paisano Víctor Hugo Majano, LaTabla, por nombrar la más familiar y así poder mantener claro el foco y saber por dónde vienen o van los tiros y cómo despliegan sus coberturas mediáticas las industrias comunicacionales (que son también de guerra) sobre la situación en Ucrania y el puente Ketchum, cuyo carácter bélico se había anunciado desde 2018, y cómo va el clima bélico en la península de Crimea, que está viviendo una oleada de intensidad similar, mientras todo esto acontece en la barriada donde vivo, unos carajos "politizados" me invitan a hablar sobre la posición de Venezuela frente a ese caos sin veredicto, cuya complejidad no me resulta un tema sencillo, y debo decirlo sin pudor: no he podido llevar el hilo en curso porque se me enreda el carrete.

Mientras, como ya sabemos, el Festival Mundial de Poesía pobló Caracas de creadores y gente buena de otras latitudes, yo intento emerger de mi convalecencia trabajando lentamente, pero con disciplina monástica en mis cosas, entre las cuales está la de hablar paja, que sin duda es un requisito humano universal para terminar diciendo lo que uno cree a ciencia cierta sobre las cosas. Mientras se avecinan fenómenos hidroclimatológicos sobre nuestras costas, yo me apresto a hablar pendejadas con los vecinos que me ven todas las tardes ejercitando mi esqueleto después de un año con el fémur fracturado.

Me acerco a la a casa de los amigos y me entero de que en la tele de la familia Vallenilla se está transmitiendo en modo cómics la historia de la "bondadosa" reina Isabel recién fallecida, su obra, vida y milagro; sus tipos de vestimentas y modos de mirar los atardeceres y toda la parafernalia inglesa para enterrar a una persona como ella, que muestra precisamente lo que no fue, reina sádica y cruel, pero muy elegante y coqueta, tal como siempre quiso estar para seducir al mundo, como si nunca se hubiera sacado un moco en su vida o se le hubiera escapado un peo real enfotándolo entre sus edredones seculares.

Yo opté por ejercer el arte del "mareo", de entrar haciéndome el loco entre el grupo de amigos. Llegué hablando de la lluvia y del desastre que ha ocasionado en algunas ciudades; pregunté a un viejo conocido por antiguos amigos de mi hermano Wladimir y de Hugo Chávez, jugadores de pelota y bolas criollas; esquivé a una rancia opositora que me esperaba, según me dijeron, para echarme en cara las marramuncias de los últimos veinte años de gobierno en Barinas, en fin: llegué, dispuse de mis muletas lejos de unos perros de miradas gachas y me senté a esperar de qué iba el jaleo.

Pensé en llamar a Roberto Malaver a ver si me daba una pista, pero sin darme cuenta, en medio de un patio repleto de gallinas y gatos, y de perros llamados  "reeducados", comenzamos a hablar de temas culinarios llaneros, vuelos de pajarracos nocturnos, especias para aderezar animales en extinción, nubarrones, y los más sagaces, de posiciones sexuales,! cuyas etimologías habrían detenido el curso de la filosofía grecolatina y no digamos la de la antigua China.

Entonces me llama mi amigo de Amazonas algo escandalizado: "Pon TVES", me dice. Pero en ese patio de morrocoyes, matas de sábila y arbustos de orégano.no había televisión, y se lo hice saber, pero él continuó hablando con fervor mitinesco: "

-¡Coño!, y uno que se dedicó a educar a sus hijas contra el sistema monárquico y recordarles que muchos dieron la vida luchando contra ese sistema desde hace más de quinientos años y todo eso lo desbarata tranquilamente TVES transmitiendo una apología de la señora reina y todo lo que representa, con una "ingenua" comiquita para que nuestros niños y niñas le guarden cariño per secula seculorum...

-Se nos extravió la doctrina antiimperialista, le dije justo en el momento en que una señora llevaba a cuesta un caldero del tamaño de un circo: iba a hacer chicharrones, pues llevaba la materia prima, una buena porción de tocino fresco.

Yo cargaba un libro, El arte de la prosa ensayística, que reúne textos de Hume, Diderot, De Quincey, Machado, Valéry, Lamb, Balzac, Ramos Sucre y Benjamín.

Entonces les eché el cuento de Lamb, versionado, claro, de su ensayo Disertación acerca del lechón asado, que, a mi manera de ver, es el origen del chicharrón.

Cuenta Lamb que un amigo le obsequió hace siglos un manuscrito que habla de la historia: en los primeros setenta mil siglos la gente comía carne cruda, tal como lo hacían en Abisinia, hasta que accidentalmente descubrieron el arte de asar, "o más bien el de tostar": en un porquerizo chino, su dueño, fue una mañana al bosque a recoger bellotas para alimentar a los cerdos y dejó al cuidado de Bo-bo, su hijo mayor, que se divertía jugando con fuego y en una de esas, la candela hizo arder toda la granja donde celosamente cuidaban a los puercos de distintos tamaños y edades. En la desgracia pereció chamuscada una cría recién parida.

Es sabido que en la China el cerdo es una adoración mítica. El muchacho, consternado, mientras pensaba que iba a decir a su padre, veía a las víctimas del incendio, las lloraba, las intentaba acariciar, hasta que un olor invadió su integridad humana.

Se trataba de un lechoncito tostadito y quebradizo por el fuego. "Lo primero que hizo, cuenta Lamb, fue tocarlo" en procura de una señal de vida. "Se quemó todos los dedos y para refrescarlos se los llevó a la boca", Cuenta Lamb: "Algunas pizcas de su piel se habían desprendido adhiriéndose a sus dedos". No daba crédito a lo que sintió. Nadie lo había probado ni conocido. Entonces probó: el cosquillante sabor le hizo gritar: "¡Chicharrón!"

Luego de sobrellevar el regaño y las maldiciones de su padre; luego de culposos y pecaminosos silencios sobre lo ocurrido, el hijo convenció al padre hasta tal punto que ambos se sentaron a comer hasta el último resto de la cría.

Bo-bo obedeció a su padre de no publicitar el secreto de mejor carne que Dios les había ofrendado para ser felices toda la vida.

Pero un secreto así es díficil de guardar: al poco tiempo las porquerizas de la comarca comenzaron a arder y Dios se hizo más ídolo entre sus habitantes.

Mis amigos me despidieron con una bolsa de chicharrones crujientes y por momentos fui tan feliz como el padre de Bo-bo.

 

Federico Ruiz Tirado


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