Vitrina de nimiedades | Culpable por hacer periodismo
05/10/2024.- Un concepto puede parecer ser una explicación aceptable hasta que, producto de cierto roce con la realidad, se notan sus fisuras. Incluso, la más completa definición parece insuficiente cuando vemos que no satisface nuestra necesidad de totalidad. Pasa con las cosas más elementales y también con aquellas que luchan contra la intrascendencia, como el periodismo.
Desde el Gabo, autor de una de las definiciones más extendidas sobre la práctica periodística, catalogada por él como “el mejor oficio del mundo”, pasando por Rodolfo Walsh, quien llamó con su ejemplo a romper el aislamiento, volver a sentir la satisfacción moral del acto de liberar, derrotar el terror y hacer circular la información, quienes ofrecen luces para definir la profesión hacen hincapié en la virtuosidad de revelar lo que todos deben saber, con distintos grados de riesgo y con la avidez de quien consigue algo que cambiará las cosas, una carga simbólica permeada también por sacrificios y riesgos. No es gratuito el aire heroico atribuido desde distintos espacios a quienes asumen este trabajo.
El peso histórico del periodismo resulta incuestionable, especialmente por el valor estratégico que la información juega en la dinámica social. Hoy, sin embargo, es un reto monumental estimular en las nuevas generaciones el interés por lo que ocurre en nuestro entorno. Las redes sociales son ahora las mediadoras entre las audiencias y los medios, que parecen quedarse a ratos a la zaga de los cambios tecnológicos. Sabemos, además, el impacto de la nueva realidad comunicativa entre los actores sociales: políticos que le hablan directamente a la gente, artistas que parecen más cercanos a sus fanáticos y nuevas figuras, parecidas a ti y a mí, con alta capacidad de influencia en las áreas más disímiles.
Frente a ese panorama, no faltará quien piense que los periodistas estamos sobrando. Bastante se ha hablado ya de la evasión de noticias y del cuestionamiento a los medios de comunicación, cuya credibilidad se desestima abiertamente. Vale preguntarse si después del sacudón informativo, tecnológico, ético y político de estos años es posible hacer periodismo o, en todo caso, dejar claro qué le puede ofrecer al mundo. ¿Puede ser una voz de alerta frente a las urgencias ignoradas? ¿Debe ir al son de lo viral? ¿Puede dominar al algoritmo o terminará siendo su esclavo? ¿Qué debe contarle realmente al mundo y cómo debe hacerlo?
Vale la pena hacerse esas y muchas otras preguntas para ir más allá de la retórica. Urgen respuestas para una comunidad profesional y una sociedad donde las hegemonías siguen siendo las mismas. Pero, sobre todo, es necesario cuestionarse hacia dónde va la profesión cuando las víctimas globales de la búsqueda de la verdad pagan el precio de enfrentar a un sistema que prefiere el silencio.
Esta semana, a dos meses de su liberación, Julian Assange habló en público por primera vez. Su testimonio, que tomamos de medios internacionales, fue tan telúrico como la filtración de documentos que lideró a través de Wikileaks: "No soy libre hoy porque el sistema funcionó, sino porque, tras años de encarcelamiento, me declaré culpable de haber hecho periodismo". No hay concepto ni discusión que honre la deuda que tenemos ante figuras como él…
Rosa E. Pellegrino