Psicosoma | Positividad tóxica

10/08/2024.-

Vivir en una sociedad efímera

La sociedad efímera, egoísta, narcisista y "más real en el mundo virtual" nos condiciona a la inmediata, sin apegos, "al paso", con informaciones sin recuerdos, con interacciones disímiles que se van borrando o, quizás, donde algunos pueden filtrarse sin darnos cuenta. Casi todo es presentado "a la carta". De este modo, cada vez más, la soledad y la nostalgia invaden nuestros espacios íntimos.

El desarraigo, el individualismo y la creación de un "mundo rosa" y utópico de "caritas felices" desarrolla un espacio de pura positividad tóxica, donde se idealiza el amor romántico perfecto, en el que encuentro a "mi alma gemela" o "el amor de mi vida". Así, en la virtualidad, competimos sobre quién es más feliz, porque las emociones y sentimientos básicos de miedo, ira, rabia, odio, tristeza, llanto, fracaso y vergüenza están execrados.

Esa creencia todopoderosa del "sí mismo" auténtico evita o niega dar valor al otro u otro, y casi nunca reconoce al grupo que le conforme. Solo instrumentaliza la necesidad de mostrar fortalezas por encima de todo y todos. Los más vulnerables son los niños y adolescentes, así como los jóvenes y adultos mayores que buscan el tan codiciado como . El uso indiscriminado del tiempo, la repetición y el gusto por la secreción de feromonas, oxitocina y dopamina condicionan la búsqueda de mayor frecuencia, haciéndola compulsiva. Las mentes frágiles y en evolución de los adolescentes, con un lóbulo frontal en desarrollo —zona de toma de decisiones y de madurez mental y psicoemocional—, son las más afectadas.

Estamos tan desarmados ante la avalancha cibernética que el mundo inmediato y frugal nos implosiona, o conforma a imagen y semejanza del consumo neoliberal de horas, días o años en el rastreo de un goce oscuro, adictivo y cautivo, volviéndonos presos de los teléfonos inteligentes.

Han pasado dos décadas y poco sabemos de las causas y los efectos neurocognitivos, conductuales y psicosomáticos de las redes sociales a través de estudios científicos controlados, con seguimiento de las variables tecnológicas de los celulares inteligentes. Sin embargo, sí conocemos el boyante mercado de la tecnología y el basurero de celulares que alcanza más de ciento cincuenta torres Eiffel.

Existen diversos estudios que indican que el tiempo excesivo en las redes sociales es un detonante de ansiedad, soledad, depresión, ideas suicidas, carencia de contacto físico, aislamiento, sentimientos todopoderosos, carencia de amor propio e inestabilidad emocional. La socialización ahistórica sin sueños ni esperanza hace percibir el mundo virtual como la gran balsa de supervivencia.

Recordemos que las plataformas tecnológicas están diseñadas para ser adictivas. Sus algoritmos manipulan a los usuarios con contenidos perfilados según sus preferencias, gustos e interacciones, manteniéndolos interesados por largos períodos de tiempo. Esto interfiere con la higiene del sueño, altera la melatonina y provoca insomnio, lo que lleva a conductas erráticas e impulsivas. Estas plataformas manipulan al ser y lo disocian, haciéndolo sobrevivir en la apariencia de mundos suprapositivos, pendientes de juegos de ganadores y perdedores, comparaciones sobrevaloradas y distorsionadas y experiencias que siempre esperan la validación a través de los "Me gusta".

Casi todos los estudiosos abogan por un tiempo límite y contenidos apropiados. Aunque el trabajo terapéutico que indica suprimir el uso del celular genera síndrome de abstinencia, las psicoterapias cuentan con el apoyo de familiares y dinámicas cognitivas conductuales y clínicas que registran las conductas. El núcleo fundamental es el entrenamiento de un miembro familiar y centrar al paciente para que perciba y tome conciencia de que ese "oscuro objeto del deseo" es algo innecesario, casi inútil, y que llegue a verbalizar la acción: "Puedo vivir sin el celular". El asunto no es prohibir su uso, sino saber controlar la frecuencia del tiempo, identificar cuándo se vuelve excesivo y gestionar ese tiempo personal.

En el ámbito de la salud mental, los profesionales reconocen y abordan cada vez más el impacto de los teléfonos inteligentes y las redes sociales. Las terapias ahora suelen incluir componentes destinados a reducir el tiempo frente a la pantalla, promover hábitos digitales más saludables y abordar los patrones de pensamientos negativos asociados con el uso de las redes sociales.

El doctor Ryan Sultan y el Laboratorio de Informática de Salud Mental han realizado estudios aislados y son defensores de implementar pautas universales sobre el tiempo frente a las pantallas de los adolescentes. Recomiendan establecer "horas de puesta del sol" para el uso de teléfonos inteligentes entre los adolescentes, fijando una hora específica de la noche después de la cual se animaría a los adolescentes a guardar sus teléfonos. El objetivo es reducir la exposición a los efectos potencialmente nocivos del exceso de tiempo frente a las pantallas, como las secuelas de alteración del sueño, aumento de la ansiedad y síntomas depresivos.

Sinceramente, desde hace tres décadas, el equipo de colegas de la Escuela de Psicología y la Federación Nacional de Psicología, al que pertenezco, señala la necesidad de regularizar y crear normas para el uso de celulares. Incluso, solicitamos la mayoría de edad para el empleo de celulares. Especialistas de otras áreas proponían la edad mínima de quince años o la supervisión y acompañamiento de los padres en la utilización de teléfonos inteligentes.

Es innegable que estos dispositivos ayudan en el desarrollo e interacción social, pero, como todo instrumento creado, necesitan supervisión. Se hace urgente un estudio riguroso con los datos que suministren los dueños de las redes sociales. Tal vez estemos esperando demasiado, como en la declaración de los efectos de la nicotina, variable causal en el origen del cáncer pulmonar. Claro, la psique no se ve ni se cuantifica, pero se siente, y la deshumanización quizás venga de ese frente, aunque no se quiera tocar por todo lo que oculta. Tras bastidores, el movimiento de actores del teatro sigue cayendo como moscas.

 

Rosa Anca


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