Historia viva | La ficción histórica en resistencia

09/10/2024.- Cualquiera puede imaginarse que los actos de resistencia implican estar escondidos, huyendo de la persecución o en posición de defensa, ante la avasallante ofensiva de un enemigo con mayor capacidad de fuego; en fin, "aguantar la pela", como decimos en criollo. Sin embargo, no necesariamente es así cuando nos planteamos reivindicar una humanidad que han tratado de domesticar, diezmar y olvidar en sus constructos culturales.

La gnoseología de la "resistencia indígena" les confiere a los pueblos originarios una categoría defensiva en el mismo momento en que los cronistas españoles, especialmente los religiosos, se abrogan el derecho a la defensa de los "desvalidos", de los "salvajes" que no tenían armas para oponerse y defenderse de los agresivos conquistadores militares españoles. Entonces, los catequizaron desde la infancia para introducirlos en el Evangelio y dotarlos de "cultura", de acuerdo con los consejos del sabio Antonio de Nebrija a la reina Isabel en 1492.

Sin embargo, estos cronistas dejaron testimonios escritos que merecen respeto, en tanto que desde sus descripciones y caracterizaciones nos permiten la reconstrucción cultural de algunos pueblos que fueron exterminados o disgregados. Tal es el caso de los pueblos tomuzas, del centro norte de Venezuela. Ahora, algunos promotores e investigadores culturales se motivan a recuperar la ancestralidad identitaria de esos pueblos casi extintos.

Es tardíamente cuando las expresiones culturales de los pueblos originarios llaman la atención y son estudiadas con reflexión justa por una literatura tímida o reservada hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En el caso de Venezuela, podemos citar los estudios y valoraciones de Lisandro Alvarado sobre pueblos originarios dentro del territorio venezolano, como los kariñas en los llanos orientales y parte de los centrales, dentro de la familia lingüística de los caribes. Su ensayo "Noticias sobre los caribes de los llanos orientales", publicado en 1919, es un claro ejemplo de reivindicación cultural, así como el Glosario de voces indígenas o el libro Observaciones sobre el Caribe hablado en los llanos de Barcelona, del mismo autor, entre otras páginas de interés para la literatura indigenista.

Aunque son obras abordadas bajo el método positivista, no deja de dar información valiosa el médico con el sombrero de etnógrafo que siempre llevó puesto Lisandro Alvarado. Puede que existan otros autores inéditos, o no, que desde el siglo XIX se aproximaran a una literatura mayor de los pueblos originarios, pero son poco conocidos, lo que nos deja ante el riesgo del olvido y la desmemoria, que siempre ha sido una amenaza.

Mencionemos las aportaciones significativas del llamado Padre Indio, como le gustaba ser llamado a fray Cesáreo de Armellada, cura franciscano estudioso del pemón —lengua que además aprendió a hablar con fluidez—, aunque su nombre de pila era Jesús María García Gómez, nacido en la ciudad de León, en España, en 1908. Su vida la dedicó a recorrer los pueblos originarios de Guayana, Amazonas y Delta Amacuro, donde compiló cuentos, relatos y otras expresiones literarias indígenas, que fueron publicadas en los años sesenta y setenta. Esto motivó la producción de una literatura eufemística fantásticamente mitológica, como lo son nuestros pueblos originarios y el pueblo venezolano heredero de esas cosmovisiones.

Todavía la literatura latinoamericana y caribeña tiene la deuda de una narrativa literaria que se escriba desde la cosmovisión originaria, desde el enfoque vital de estos pueblos fundadores. Si revisamos la producción novelística sobre la conquista y la colonia en América Latina, encontraremos maravillosos relatos nutridos de descripciones y metáforas muy bien realizadas, pero desde la cosmovisión del dominador, incluso desde la visión crítica, pero evocando el protagonismo español en estas tierras.

Es necesario motivar la creación literaria originaria desde el prisma del Popol-Vuh, porque cada nación o cada pueblo tiene una mitología propia de la naturaleza humana, de las virtudes de las aguas, las montañas, el viento, las nubes personificadas, la tierra sagrada y del ser humano vitalmente dinámico y transformador de sus propias energías.

Con esos recursos, el creador tiene la capacidad y posibilidad de observar lo que no se ve a simple vista. Es como el pintor de las sombras violáceas de un cerro en el atardecer o en el amanecer, que aun al observador más acucioso se le escapan en lo invisible.

Sobre la novela histórica del período de la conquista y de la colonia hay una abundante literatura inspiradora muy descriptiva de esos períodos. En México y el Caribe, con fray Bartolomé de las Casas, en el siglo XVI. En Venezuela, con fray Antonio de Caulín y la Historia corográfica de la Nueva Andalucía, editada por primera vez en Madrid en 1779. Señalo solo estos dos casos para no exceder el espacio disponible para este texto. En realidad, hubo muchos cronistas militares y religiosos que escribieron notables obras descriptivas de las formas de vida de los pueblos originarios. Ya es hora de que una generación de excelentes narradores vaya a la ofensiva de una literatura que por siglos ha resistido la ignominia del olvido y el silencio.

 

Aldemaro Barrios Romero


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