El Maracanazo forma parte de la historia mundial del fútbol
Este acontecimiento está a la cabeza de los más recordados del certamen
03/11/22.- En cada oportunidad que se realiza un Mundial de Fútbol ocurre una movilización de millones de personas y un sinfín de tecnología, que representan, junto con los Juegos Olímpicos, uno de los mayores acontecimientos deportivos en la historia de la humanidad.
Con la celebración del certamen saltan los recuerdos de situaciones y hechos, los cuales con el correr del tiempo son inscritos en la historia del fútbol.
En esta ocasión, recordaremos un episodio, triste para los brasileños, pero que se sembró en los anales de la organización de los campeonatos mundiales de fútbol.
Luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, la FIFA decidió organizar el campeonato de 1950 en Suramérica, porque los países europeos estaban en plena reorganización, debido a que sus infraestructuras y sus economías internas estaban en ruinas. ¡Nada más indicado, para la época, que Brasil, país con sus estadios y la enorme afición que siempre ha tenido por el balompié!
Es necesario señalar que siempre ha tenido, al igual que entonces, sus estadios aptos, para llevar a cabo un certamen de esa envergadura. El Maracaná, situado en Río de Janeiro, es venerado de manera permanente. El certamen se llevó a cabo desde el 24 de junio al 16 de julio de 1950.
Se jugó mediante una ronda final de cuatro equipos, bajo la modalidad de todos contra todos. En la primera Brasil venció Suecia, con goleada de 7 a 1, mientras que Uruguay y España empataron dos a dos.
En la segunda fecha Brasil se impuso sobre España 6 a 1, mientras que Uruguay derrotó a Suecia 3 a 2. Para el juego final, Brasil se presentó con un enorme gol average y con el favoritismo de la gran mayoría del público que se presentó en el Maracaná, donde se contabilizó una impresionante asistencia de 173 mil 850 espectadores, la mayor cantidad jamás reunida, para entonces, en presenciar un partido de fútbol.
El estruendo en las graderías se sintió desde antes del pitazo inicial y el primer tiempo terminó empatado a cero. Situación que favorecía a Brasil, porque con solo igualar quedaría campeón, debido que tenía cuatro puntos, producto de las dos victorias, mientras que Uruguay sumaba tres, por el empate con España y el triunfo ante Suecia.
Apenas comenzado el segundo tiempo, el brasileño Friaca anotó el gol en el minuto 47, lo que provocó el aumento del griterío provocado por el público asistente y se produjo la sensación de tener en el poder, para Brasil, su primera copa mundial de fútbol.
Aunque el uruguayo Schiaffino marcó el empate en el minuto 66, aún permanecía la esperanza de conquistar la copa, porque la igualada favorecía a Brasil, cuyos millones de seguidores seguían animando al equipo, para que continuara el camino hacia la victoria final.
En el minuto 79, el uruguayo Ghiggia marcó la diferencia, que silenció a las repletas graderías y luego se convirtió en tragedia nacional en Brasil, cuando se oyó el pitazo final.
La prensa de la época reportó numerosos suicidios de aficionados y desde entonces la palabra Maracanazo quedó como una expresión de desconsuelo, tal como cuando sucede un desastre natural y tan humillante como una derrota bélica.
Lo prometido
Antes de presentar lo narrado por Jules Rimet, sobre el acontecimiento denominado El Maracanazo, tal y como prometimos que en cada ocasión que se nos permita presentar breves historias relacionadas con el fútbol, copiamos un capítulo de la obra de Eduardo Galeano, titulada El Fútbol a Sol y Sombra.
El Estadio.
¿Ha entrado usted, alguna vez, a un estadio vacío? Haga la prueba. Párese en medio de la cancha y escuche. No hay nada menos vacío que un estadio vacío. No hay nada menos mudo que las gradas sin nadie. En Wembley suena todavía el griterío del Mundial del 66, que ganó Inglaterra, pero aguzando el oído puede usted escuchar gemidos que vienen del 53, cuando los húngaros golearon a la selección inglesa. El Estadio Centenario, de Montevideo, suspira de nostalgia por las glorias del fútbol uruguayo. Maracaná sigue llorando la derrota brasileña en el Mundial del 50. En la Bombonera de Buenos Aires, trepidan tambores de hace medio siglo. Desde las profundidades del estadio Azteca, resuenan los ecos de los cánticos ceremoniales del antiguo juego mexicano de pelota. Habla en catalán el cemento del Camp Nou, en Barcelona, y en euskera conversan las gradas de San Mamés, en Bilbao. En Milán, el fantasma de Giuseppe Meazza mete goles que hacen vibrar al estadio que lleva su nombre. La final del Mundial del 74, que ganó Alemania, se juega día tras día y noche tras noche en el Estadio Olímpico de Munich. El estadio del rey Fahd, en Arabia Saudita, tiene palco de mármol y oro y tribunas alfombradas, pero no tiene memoria ni gran cosa que decir.
Discurso no pronunciado
Jules Rimet, el presidente de la FIFA en esa época, narró tiempo después que, pocos minutos antes de terminar el juego, repasó el discurso preparado, para entregar el trofeo a Brasil.
En su recordatorio expresó que “Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Al término del partido yo debía entregar al capitán del equipo campeón. Una vistosa guardia de honor se formaría desde el túnel hasta el centro del campo de juego, donde estaría esperándome el capitán del equipo vencedor (naturalmente Brasil). Preparé mi discurso y me fui a los vestuarios poco minutos antes de finalizar el partido (estaban empatados a un gol y con ese resultado el equipo local se coronaba). Pero cuando caminaba por los pasillos se interrumpió el griterío infernal.
A la salida del túnel, un silencio desolador dominaba el estadio. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne. Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber qué hacer. En el tumulto descubrí al capitán uruguayo Obdulio Varela. Casi escondido le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano y me retiré sin poder decirle una sola palabra de felicitación”.
JULIO BARAZARTE / CIUDAD CCS