Estoy almado | Alma

19/10/2024.- La primera vez que escuché la palabra alma tenía nueve años. Fue en un partido interbarrial de fútbol sala. El "entrenador", un señor alto, con ceño fruncido, gritaba en pleno encuentro: "Jueguen con el alma, ¡carajo!".

No tenía idea de a qué se refería con "alma", pero intuía que nunca, nunca, debíamos rendirnos, aunque estuviésemos perdiendo por goleada, como siempre nos ocurría.

Ya de adulto, aún tengo más dudas que certezas sobre el alma. Al parecer, nadie sabe cómo está hecha, ni dónde está.

El filósofo griego Heráclito la describió como una combinación de fuego y agua. Su colega y compatriota Epicuro creía que era igual que los átomos que forman el cuerpo humano.

Francis Crick, uno de los científicos que descubrió la estructura del ADN, sospechaba que el alma podía ser parte de algunas neuronas. Sin embargo, nunca pudo demostrarlo.

Tal vez en China tengan ahora mejor suerte. Un grupo de científicos intenta diseñar un "escáner cerebral" para hallar el alma. Prometen que con ese aparato se verá clarito la parte más oculta de nuestras entrañas.

Mientras la ciencia sigue buscando, el escaso conocimiento que compartimos algunos mortales comunes es que el alma es vital, como el amor, el miedo o el aire que respiramos. Por eso siempre está en nuestro vocabulario: "Esa vaina me llegó hasta el alma"; "Miarma, ¿qué te pasó?" (en el argot zuliano); "Lo deseo en el alma"… Y así.

Si hay que identificarla con una imagen, muchos lo harían con un corazón. Más allá del puro sentimentalismo, la relaciono con nuestra fuerza interior: lo que realmente nos mueve y nos aleja a diario del pasotismo.

En la sociedad actual, no es un detalle menor. Se trata de un tesoro inmaterial disputadísimo, aunque no nos demos cuenta. Los poderes fácticos siempre están a la caza del alma para dominarla, moldearla y, peor aún, erosionarla, hasta que seamos mentes y cuerpos inertes, sin libertad, consciencia o espíritu de lucha; hasta que nos entreguemos y nos retiremos cabizbajos de la cancha, desprovistos de algún ápice de pundonor.

Para evitar eso, hay que nutrir, cuidar y educar el alma. Ejercitarla de forma permanente, donde quiera que estemos y por encima de las adversidades. Al hacerlo, no recibiremos más bienes materiales, es cierto, pero sí nos servirá de envión para afrontar con valía las batallas que se avecinan. Será útil para siempre "jugar con el alma", como nos decía aquel profesor de fútbol.

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Cuando se cumplen cuatro años de publicarse esta columna en Ciudad CCS, puedo decir que voy en esa misma dirección: todavía estoy almado.

 

Manuel Palma


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