Micromentarios | Una casa para cuatro personas

05/11/2024.- Cuando usted va a vender un objeto o un inmueble, se topa con un tipo de persona arrebatadoramente tóxica.

Se trata de esos individuos masculinos o femeninos que revisan lo que vendemos como si estuvieran realizando un examen forense y, al término del mismo, dotan a sus rostros de un gesto que denota asco y reprobación, como antesala de un veredicto descalificador.

—Esto que usted vende es una porquería…

Hace más de treinta años, me tocó vender una pequeña casa en el litoral central. Una casa que, si bien no estaba en perfectas condiciones, estaba habitable y contaba con un gran patio repleto de árboles frutales. Fue una vivienda que adquirí para mi abuela porque, en el lugar que tenía alquilado en la avenida Sucre de Catia —donde residía desde hacía más de cuarenta años—, la estaban desalojando. A ella no le gustó la casa por su ubicación fuera de Caracas y debí mercadearla.

Un sábado se presentó un hombre que, tan pronto llegó, quiso ver el patio. Tan solo se asomó a este, lo recorrió con la mirada y dijo:

—¿Usted llama patio con árboles frutales a este terrenito de mala muerte? ¡Un patio con árboles frutales de verdad fue el que yo vendí hace seis meses! ¡Tenía naranjos, limoneros, mangos y pare usted de contar! Cinco o seis árboles de cada uno, cargados de frutas maduras que se podían cosechar tan pronto compraran la casa. Perdone que se lo diga, pero su anuncio es una estafa: ¡aquí no hay más de dos o tres árboles de cada especie y ni siquiera están floreados! ¡Si yo no fuera una buena persona, lo denunciaría ahora mismo ante la policía por estafador!

Por el contrario, cuando uno va a comprar algo, una casa incluso, quien vende te muestra un rancho de tablas como si fuese una construcción equiparable al palacio de Versalles o al museo del Hermitage.

Luego de vender la casa del litoral, me dediqué a buscar una vivienda asequible en la avenida Sucre de Catia o próxima a esta, que era donde la quería mi abuela.

Revisé los avisos clasificados de El Universal durante varios días. Al quinto o sexto, mi memoria no precisa, encontré una casa que, al parecer, satisfacía los deseos de la abuela: en planta baja, ubicada en o cerca de la avenida Sucre de Catia, con al menos dos habitaciones, baño, cocina y sala comedor. Ah, y céntrica, servida por una o varias líneas de transporte público.

Me cité con la persona que la vendía, frente a las residencias Naiguatá, en la entrada a la urbanización El Manicomio. La casa era la tercera en la acera oeste, contada desde la mencionada avenida.

Cuando entramos, vi que en realidad la vivienda era un antiguo pasillo: de ancho apenas superaba los dos metros y de largo tenía dieciocho. Se hallaba entre dos viviendas y una de estas la usaba como entrada y salida.

Al ver mi cara de decepción, el vendedor me dijo, sonriente:

—Aquí pueden vivir, cómodamente, cuatro personas…

Mientras me despedía, pensé: "Serán montadas unas sobre las otras". Aún lo pienso.

 

Armando José Sequera


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