Crónicas y delirios | ¡Ese cochinito es mío!
¡Qué manteca y qué mantequilla nos esperan en este porco mundo, amigos!
11/11/22.- Olvidémonos por un momento, queridos lectores, del tráfico y el tráfago de la ciudad, de datos y candidatos, de los precios o desprecios del dólar, para meditar sobre lo que nos revela el último informe de una empresa británica de biofarmacia:
Esto es que “cinco cerdos (y no Tres Cochinitos como reza el cuento tradicional), nacidos bajo clonación, poseen un gen inactivo que, en caso de implantes, reducirá el riesgo de rechazo por parte del sistema inmunológico humano”. ¡Qué jamón, qué notición, qué sino, qué tocino, damas y caballeros!
Ya quedaron atrás los experimentos con perros y monos, y ahora la ciencia –sin ladre ni monerías– pone su ojo sapiens en el cochino común y de estercoleros corrientes, para sacar de él los órganos que necesitamos. Así, una nueva y cuadrúpeda época nos aguarda a la vuelta de cualquier corral. ¡Honk, Honk!
Por ejemplo, si usted desea por un loco motivo correr más velozmente en el maratón de la vida, podrá incorporarse unas ágiles paticas de cerdo que lo ayudarán en el cometido de moverse en este (in)mundo. Si por seriedad genética, su pareja carece de buenos humores, ahí estará aguardando una gran trompa de cerdo con el objeto de que esboce gentiles “sonrisas de cochino”. En el supuesto de contrariedades de tórax, buscaremos costillitas de marrano (¡a nuestra medida, obviamente!) para resolver el caso; jamás nos faltará la audición porque para ello existen las enormes orejas de los chanchos; y asimismo borraremos del mapa la “mala leche”, pues un lechón sortario podrá solucionar los problemas de marras (o de quienes nos sentimos cuasi marranos).
Sume chancho-terapias sin trompetillas de cochino y siga: los perezosos estudiantes podrán incorporarse “chuletas” para consultarlas en los exámenes, sin el riesgo de que los profesores los sorprendan; los muy escuálidos de testa contarán con amplias cabezas de cochino, escogidas por catálogo veterinario; los flacos y endebles utilizarán trasplantes de tocineta para el mejor engalanamiento de su puerco cuerpo; los calvos lucirán largas melenas de pelo “chicharrón”; y a aquellos que padezcan de gastritis crónica, se les abrirá el camino de introducirse alternos mondongos estomacales.
Pese al chorizo de aplicaciones que la ciencia moderna prevé, oteamos algunos inconvenientes, pues es factible que los galenos, en vez de cochinos rubicundos, usen órganos de puerco espín (¡por razones de ahorro, claro está!). O que a ilustres intelectuales les añadan partes de groserísimos cochinos de monte. O que, aterradoramente, Oscar Mayer acapare el mercado y nos fría en la olla, vendiéndonos piezas corpóreas de cerdo al precio de cifras incalculables, bajo el eslogan de “a cada humano le llega su sábado”.
Cuando el futuro nos alcance, El Junquito quizás se convertirá en un emporio científico-industrial de cochinas ofertas; la carretera Guarenas-Caucagua demostrará que su insalubre entorno de deshechos sirve para la salud; los comerciantes con rabo de cochino no aguantarán hacernos marramuncias; y algunos de nosotros, pobres mortales adicionados, cantaremos “el mundo fue y será una porquería” (o una porqueriza), y nos descubrirán los órganos ajenos por el olor característico que despiden. O por las cochinadas que, sin conciencia, realicemos.
Para concluir esta longaniza, los invito a entonar –echándole pierna en coro de corolario– las notas del antiguo y augurante merengue: “Soy un negrito fino, fino, pero muy fino/ y como no tengo arrogancia/ a mí me tratan como un cochino”.
¡Qué manteca y qué mantequilla nos esperan en este porco mundo, amigos!
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Igor Delgado Senior