Vitrina de nimiedades | La supervivencia del cochinito de plástico
El cerdo de plástico es casi indestronable en nuestro imaginario
12/11/22.- Ser sobreviviente es igual a convertirse en héroe, un atributo que bien valoramos en cualquier escenario. Detrás siempre está la idea de una batalla librada, sea a pulso o a sangre, por parte de un humano. Pero verlo así es bastante mezquino con aquellos seres inanimados que nos acompañan en la aventura de cruzar las mareas de la vida. Y eso pasa con un objeto tan simple y tan querido como los cochinitos de plástico.
Parece bastante difícil vivir en Venezuela y jamás haber depositado un billete o una moneda en esas alcancías, que mantienen sus rollizas formas sin importar la temporada, especialmente cuando llega su momento estelar: las fiestas navideñas. Sea en medio de la abundancia o de la pelazón inclemente, están bien parados, listos para recibir plata, apostando siempre a quedar tan satisfechos que deban salir de combate, hartos de tanto dinero.
Es una esperanza compartida entre ese recipiente y quienes lo colocan sobre cualquier mostrador desde noviembre, con la idea de repartirse el botín a fines de diciembre. Perdonen que humanice a un objeto de plástico, pero la devoción que le profesamos unos cuantos no me permite verlo como un simple coroto. Dentro de sí guarda anhelo e ilusión, aunque no lo parezca.
Sin ser comerciantes siquiera, muchos crecimos asociando un cochinito plástico con la idea de futuro. En mi casa convivimos con tres cochinitos: uno grande, bastante amplio, que era de mis papás, y dos pequeños, para mi hermana y para mí. Esos pequeños cerditos guardaban en sus entrañas plásticas ese vuelto que sobraba de las compras, para aprender un ejercicio que, no vamos a negarlo, nos salió bastante choreto: ahorrar.
Ahí empezó esa relación con la construcción de futuro. Atado al dinero y a un porvenir que se supone provechoso. Si se guarda dinero, todo estará seguro. Eso es de gente responsable. Y lo mejor era que podía encerrarse ese cúmulo de bienestar en un envase bien escondido, donde nadie pudiera dañarlo, para sacarlo cuando se considerara llegado el momento. ¡Qué maravillosa ficción!
Pero los cochinitos no estaban solos en eso: los bancos también salieron hace algunas décadas con sus recipientes plásticos para estimular el ahorro entre niños, jóvenes y adultos, pero no tenían el tumbao suficiente para volverse populares. Hoy, la competencia la lideran las alcancías digitales. Ayudan a contar cuánto dinero se ha depositado, una gran diferencia con el discretísimo puerco, que solo es delatado por el peso de lo ahorrado. Se va perdiendo un poco la gracia con eso.
Por más que se esmeren en el diseño y en apropiarse de un acto casi ritual, el cerdo de plástico es casi indestronable en nuestro imaginario. Detrás de ese objeto de culto está la complicidad, la idea de "engordar" los ahorros, la emoción de disfrutar aquello que se cuida con tanto celo, el humor, la esperanza y una tradición que se niega a morir, a pesar del bloqueo contra Venezuela, con sus momentos de privación que no vamos a contar acá, y el extendido uso del dinero electrónico.
No nos extrañemos el día que anuncien la creación de la primera alcancía de criptomonedas. Por muy futurista que sea, en alguna quincalla estará el cochinito de plástico regio, inmaculado y querido, listo para seguir sobreviviendo.
Rosa E. Pellegrino