Caraqueñidad | Paurario, Tucunuma y Papelón son los Morros de San Juan
14/11/22.- En orden decreciente, por su talla, esos son los tres picos de punta achatada y roca caliza que integran los Morros de San Juan, forma natural de unas 2.275 hectáreas –hace 80 millones de años fueron mar–, que desde el 11 de noviembre 1949 por el decreto N° 318 adoptan la condición de monumento nacional y el nombre de Arístides Rojas, a manera de enaltecer las destacadas funciones y aportes científicos del naturalista, escritor, médico, historiador y periodista, nacido en Caracas el 5 de noviembre de 1826.
A la meseta Paurario, que es la más alta, también se le conoce como el Morro del Faro, debido a que Juan Vicente Gómez ordenó la colocación del potente instrumento lumínico como guía para la incipiente industria aeronáutica nacional de esos días. Ha sido desde siempre el punto elevado perfecto para apreciar la entrada de los llanos centrales desde la capital guariqueña, San Juan de Los Morros.
Los otros dos morros, Tucunuma y Papelón, bautizados así también por los pobladores originarios de la zona, completan el trío de esta excepcional formación geológica a manera de tepuyes que data de más de 80 millones de años cuando el mar que allí existía alejó sus aguas y talló esta belleza natural que ha sido testigo y escenario del transitar histórico nacional, incluyendo batallas desde antes de los días de la Colonia, ya que por allí desfilaron caravanas de españoles y otros invasores cuyo principal objetivo era expoliar el oro que se decía manaba por grandes cantidades en las riberas de los bondadosos ríos adyacentes.
Así se da esa relación histórica, geológica y geográfica, en el marco de la realidad ambientalista nacional y por eso la decisión de reconocer la distinguida labor de quien en vida fuera de los más sobresalientes personajes del mundo científico en favor de la conservación y de exaltación de todo lo natural, el también cronista don Arístides Rojas.
Una extraña combinación rocosa que marca el inicio de la inmensidad del llano con una elevación calculada en 1.060 metros en su punto más alto, para desde allí servir de vigía un terreno que se extiende hasta el horizonte sobre todo hacia el sur, el este y el oeste, y que esconde en sí mismo, un tesoro de historia, emancipaciones, biodiversidad, tradiciones y costumbres, temas en los que destacó el homenajeado.
Las elevaciones tienen una serie de cavernas donde habitan básicamente murciélagos y en su escasa flora conformada por especies de sabanas de arbustos el resto de la fauna está integrada por pequeños zorros, monos araguatos, conejos y pequeños lagartos.
Un volcán apagado
Desde siempre ha existido en torno a la preciosa formación arrecifal una serie de mitos y cuentos, propios de la personalidad del llanero de pura cepa, y aunque no hay constancia acerca de que don Arístides Rojas haya escrito al respecto, seguramente fue testigo de varios de ellos, como por ejemplo la creencia popular de que “los morros braman cuando hace mucho calor”, situación que es atribuida a que “ese cerro es un volcán apagado”, dice el populacho, y ya sabemos que cuando el río suena es porque piedras trae.
Hubiese sido interesante que estudiosos como Rojas dejasen algunas líneas al respecto, así como hizo en torno a la flora y la fauna nacional, y acerca de otros temas como historia y geografía, con dejos literarios a favor del folklore venezolano.
No obstante, la creencia que se alimenta como rumor que pasa de boca en boca –y cuando Radio Bemba habla casi nunca se equivoca, dice el dicho– asevera que en días de excesivo calor se ha llegado a oír un estruendo que estremece desde lo profundo de la tierra “porque esos son los morros que anuncian que algo está por suceder”.
Y el refranero popular agrega que “así son los volcanes apagados, avisan y en cualquier momento explotan. Ave María Purísima”…
Lo cierto es que a escasa distancia, en el corazón de San Juan de Los Morros existe un complejo turístico con un balneario de aguas termales, que pareciera tener estrecha relación con la ciencia de la vulcanología.
Desde los días de Antonio Guzmán Blanco la zona se vendió como atractiva, justamente por las bondades curativas de las aguas sulfurosas que bullen de manantiales provenientes de los morros; por eso en 1916 Juan Vicente Gómez ordenó la construcción del balneario, y cuatro años más tarde se erigió el Hotel Termal para alojar la concurrencia nacional y foránea que ante la fama de aquellos efluvios acudía a curar sus males.
Todo bajo la supervisora y protectora mirada del santo patrón representado en la impresionante gigantografía escultórica del patrón Juan El Bautista, alzado a un costado de la plaza Bolívar de la ciudad de San Juan de los Morros, sobre el cerro El Calvario.
Iniciado por el arquitecto criollo Alejandro Colina en 1934 y culminado un año más tarde por Renzo Blanchini, el mastodonte vigilante de la zona con 19.8 metros de altura tallado en concreto puro y rodeado de leones de concreto y varios cañones que protegen al protector, hizo que a su culminación el dictador Juan Vicente Gómez, quien lo ordenó en 1933 como obsequio a la ciudad con motivo de haber sido nombrado capital guariqueña, exclamara: "Me pedían un San Juan y ahí tienen el Sanjuanote". Desde entonces ha sido apodado San Juanote.
Y ¿por qué tanto cuento guariqueño en esta caraqueñidad? Porque, como ya se dijo, cada 11 de noviembre se celebra un nuevo aniversario en homenaje al caraqueñísimo Arístides Rojas, epónimo de esa maravilla natural.
Luis Martín