Hablemos de eso | La nueva base social del fascismo
23/02/2025.- Que la clase media conservadora sea la base del fascismo no es raro. Se siente especialmente amenazada por la clase trabajadora cuando esta se alza y de ahí al odio le queda poco trecho. Que sectores populares desclasados sean los más virulentos tampoco es extraño. Se suman al fascismo intentando demostrar una afinidad que no tienen con los sectores medios y altos: en su fidelidad ante los amos está el resentimiento por no ser como ellos y lo vuelcan contra sus iguales. Esa es la base tradicional del fascismo.
En los países que juegan como colonias en el sistema mundo, las oligarquías locales tienen un papel de clase media transnacional, pues históricamente son intermediarios, representantes del gran capital monopólico internacional en sus propios países; les gusta parecer sus iguales, pero son sus subordinados; por lo general, están poco identificados y desconfían de los pueblos de sus países, pues se sienten extranjeros en su propio terruño. Ese papel los ha hecho también históricos y furibundos partidarios de someter a los pueblos, y apoyo imprescindible de los regímenes autoritarios, que son vistos como fuerzas disciplinadoras de "estos pueblos levantiscos". Así han actuado aquí contra la Revolución Federal o, en este siglo, contra la Revolución Bolivariana. Así actuaron también en Centroamérica, confundidos con las más feroces dictaduras, o en el Cono Sur, cada vez que han visto comprometido su dominio.
Sin embargo, las nuevas fuerzas son otras, tal vez más o menos entusiastas, pero sumadas a la lógica del sálvese quien pueda y afines a los ideales del libertario proimperialista, que proclama que vivamos sin patria, cada uno valiéndose por sí mismo o pereciendo. Estos grupos pueden encontrarse en lo que llama el sociólogo estadounidense George Ritzer la macdonalización de la sociedad. Su tesis es que los métodos y valores que permitieron a la firma McDonald´s extenderse por todo el mundo se convirtieron en patrón para las cadenas de restaurantes de comida rápida, pero también para otros sectores de la economía, extendiéndose a diferentes ámbitos de la vida social, incluyendo la familia. La predeterminación de procedimientos al detalle, la robotización de la fuerza de trabajo, el trato al cliente bajo normas de eficiencia en apariencia amables, pero profundamente despersonalizadas, parece ser una de las nuevas maneras de ser del capital. Las consecuencias sobre las trabajadoras y los trabajadores de la economía macdonalizada son claras y nos resultan ya familiares: la gran mayoría de ellas y ellos son jóvenes; para muchos es su primer empleo; no duran demasiado en ese trabajo, ni lo pretenden; la "experiencia laboral" que obtienen es apenas para la realización de tareas sobresimplificadas bajo dirección externa y no les prepara de ninguna manera para empleos más calificados.
Por supuesto, para esta extensa categoría de nuevos empleados y empleadas, temas como la seguridad social o la estabilidad en el empleo no tienen mucho sentido. Si lo tuvieran, parecería un destino inalcanzable. La situación se reporta tanto en Estados Unidos como en Europa, como en Argentina…
A ellos se suman los subempleos de superexplotación que abundan en economías en crisis, como, por ejemplo, algunos con doce horas de trabajo diarias; otros en que solo lo llaman a uno cuando hay volumen de trabajo, y algunos en que todos los insumos son puestos por el trabajador y el empleador no asume ninguna responsabilidad por el trabajador o la trabajadora. En particular, en la bloqueada economía venezolana de la hiperinflación y la escasez (vivida intensamente entre 2017 y 2021), pudimos encontrar casos como el de trabajadores que recibían hasta diez veces más que su sueldo de manera informal, lo que significaba que no tenían prestaciones sociales; u otro caso, donde una estudiante trabajaba por cien dólares a cualquier hora como "asistente" en línea de un empleador en Chile, mientras el salario mínimo en aquel país era de unos trescientos dólares. Regímenes de sobreexplotación, clarísimos, pero que les permitieron (y todavía les permiten) a esas muchachas y muchachos ganar significativamente más dinero que los trabajadores formales y estables. (Aquí tendría que introducir como nota que, con el mejoramiento progresivo —aunque insuficiente— de la economía, las condiciones salariales de estos "nuevos empleos" pueden haber mejorado, aunque persistan las condiciones de sobreexplotación, que, sin embargo, puede ser percibida sin locura como "mejor" que la de los trabajadores "formales").
En todos los casos, esta nueva clase trabajadora desarrolla pocos lazos de solidaridad con sus compañeros y no se identifica con sus empleos. Tiende a autopercibirse como gente que se vale por sí misma en un ambiente hostil. Esta condición subjetiva les hace proclives a discursos del capitalismo "libertario" como el de Milei o "sexi" como el de María Corina. Son condiciones de sobreexplotación en que la gente no se reconoce como pueblo ni como clase, sino como sobreviviente, lo que tiende a una espiritualidad empobrecida que bien puede ser llenada por el odio hacia cualquiera. Estas son las condiciones que generan un caldo de cultivo para el fascismo.
Humberto González Silva
centrodescolonizacionvzla.wordpress.com