De comae a comae | Entre el buen marido o el buen padre  

Las parejas con las cuales me había relacionado tenían mucho del esposo que fue mi padre

Papá algunas veces se escribe con una "P" enorme.

 La misma "P" es usada para escribir Patriarcado.

 (Ortiz, Daniela. Papa with P for Patriarchy. 2020)

 

30 /11/22.- Existen en la historia familiar occidental figuras arraigadas y confusas como la del hombre-padre. 

Después de cumplir los 30 años viví un despecho inusitado, no era romántico, o quizás sí, aquello dolía de manera indescriptible, no era cosa de corazón roto o decepción amorosa, tampoco se trataba de desilusión, la sensación se parecía más a un enfado que a otra cosa; toda la admiración, idolatría, encandilamiento y desborde que sentía hacia un hombre había cambiado.

Este ser humano tenía el poder de transformarse en mis cuentos en una especie de superhombre, hablar de él me hacía sentir emoción; era fuerte, inteligente, sensible, comunitario, solidario, buen padre, responsable, amoroso, comprensivo, simpático, trabajador, buen hijo, sabía arreglarlo todo, cocinaba rico, estar cerca significaba sentirse segura y protegida, en pocas palabras era un tipo perfecto. 

Edgar me dio todo lo que tenía a su alcance, muchas veces incluso hasta quedarse sin dinero en la cuenta del banco, esto implicó trabajar muchas horas extras, lo cual le restó tiempo de buen sueño y otras cosas a su vida, aquel sacrificio lo hacía resaltar, exprimirse de aquel modo era lo que el mundo esperaba de él, a cambio recibía el amor incondicional de la hija (es decir yo) y la admiración de quienes le rodeaban.

Por años busqué en parejas vestigios del hombre al que tanto amaba, mi referencia masculina estaba siempre presente, sin embargo por más que intentaba no lo lograba, las expectativas eran demasiado altas, nadie podía compararse; una y otra vez decepcionada ante el fracaso romántico no lograba discernir entre el buen marido y el buen padre. 

Mirando el pasado empecé a darme cuenta de algunos detalles, las parejas con las cuales me había relacionado sexo-afectivamente tenían mucho del esposo que fue mi padre, cuando caí en cuenta de aquello me topé de frente con su antagonista (mi madre) a la que había convertido en mis recuerdos en un ser amargado, ceñudo, iracundo, gritón y violento. 

Destejer las capas de los “amores” de mi vida me hizo sentir terror, vi al cónyuge mujeriego, al que daba prioridad a los amigos, a la fiesta, al hombre que ama más en el espacio doméstico, pero poco o nada en la vía pública, al consorte presente, pero al mismo tiempo ausente. Entonces, sentí compasión por mi madre y al mismo tiempo por mí misma. Al reflejarme en su historia logré entender su malestar, la necesidad de escapar, sus deseos de sentirse amada, deseada, valorada.

El desencanto me impulsó a renunciar a la idea del matrimonio, de la maternidad y la familia, más como una pataleta que como deseo real, fueron años de soltar y desistir, fueron tiempos de hacerme preguntas sobre mis deseos y espectativas, me abrí a relaciones abiertas, incluso hasta algunos seudointentos de poligamia; sin embargo? nada de lo que experimenté me hizo más feliz que antes, tampoco me brindó tranquilidad.

A los 35 años cuando mi madre era más mi amiga y mi padre menos el hombre de referencia para escoger marido, surgió en mí un deseo fuertísimo de ser madre, no quería repetir la historia de quienes me concibieron, solo quería encontrar a un hombre que deseara como yo gestar una vida, también a un hombre con ganas de hacer y construir juntes, pasaron solo dos años y hoy puedo decirles que siento estar lo suficientemente cerca de aquello que dibujé de mi vida.

Espero que este texto sirva para brindarte algunas luces y sobre todo claridad entre tanta oscurana.


Ketsy Medina
















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