Estoy almado | Cosas de perros y gatos (y III)

El secreto de la píldora del perro que solo los gatos ignoran 

17/12/22.- Es lunes por la mañana. El perro ha recibido un gran pedido de píldoras después de que el Gobierno gatuno decidió subsidiar a toda la población gatuna con el pago de la píldora. 

El perro está más que contento, mueve la cola de tanta alegría y brinca de la emoción, sobre todo después de recibir en su cuenta el cuantioso pago por adelantado que le hiciera el Gobierno gatuno. 

Las píldoras vienen dentro de estuches de rollos fotográficos. Para garantizar un envase rápido y masivo, el perro dispone de un ejército de jornaleros perrunos. 

Había una unidad canina encargada de buscar las píldoras. El trabajo era simple: debían ir a la farmacia más cercana y comprar al precio más bajo todas las vitaminas A, B, C, D y E que pudieran. 

Luego, trasladaban todas las vitaminas a un galpón para envasarlas en los estuches de los rollos fotográficos. Para adornar el producto, le pagaban una calcomanía que mostraba un gato con gafas oscuras, de actitud pretenciosa mientras era abrazado por muchas gatas. 

Mientras el perro supervisaba atentamente todo el proceso, recibió una llamada. De inmediato, se le notó el ceño fruncido. 

—Para esta semana serán 500 píldoras, solo 500. Lo siento, para esta semana no tengo capacidad para más— replicaba con insistencia el perro. 

—Está bien, pero para el próximo lote necesitamos más de 1.000, sin excusas— dijo una voz gatuna. 

El perro acababa de conversar con su socia, La Reina Gata Mamba, que calculaba cuántos cortejos podrían producirse con 500 píldoras. 

Si cada píldora alcanzaba para dos cortejos, entonces con 500 píldoras se esperaban al menos 1.000 cortejos. 

Con esa cuenta, la Reina Gata Mamba pidió a 1.000 gatas que engañaran a los gatos. Debían hacerles creer a ellos que la píldora era milagrosa, aunque eran solo vitamina A, B, C o E. 

Mantener el secreto de la píldora era importante para todos los que se beneficiaban de ello. 

Si el Gobierno Gatuno se entera de que está pagando un dineral del presupuesto por vitaminas baratas que solo sirven de placebo para gatos inseguros y timoratos, el perro, la Gata Mamba y todos sus colaboradores irían inmediatamente a las mazmorras donde tienen a más de una rata criminal pagando sus condenas. 

Con las ganancias obtenidas por las píldoras, las vidas del perro y Gata Mamba cambiaron drásticamente. Ambos antes eran simples comerciantes especuladores, de poca monta, que vivían en callejones populares como el 90% de la población. Ahora los dos habitan en lujosas mansiones; tienen chofer, chefs, ayudantes y guardaespaldas. Engrosaron la lista del nuevorriquismo. Visten y calzan lo más exclusivo. Beben y comen hasta el hartazgo. Socializan con poderosos, viejos ricachones oportunistas, indecentes en alma y espíritu, pero ejemplares a los ojos del colectivo. 

Por momentos el Gobierno sospechó de las píldoras, sobre todo porque un alto funcionario gatuno compró un estuche y notó que se parecían a las vitaminas que le recetaba el doctor. 

Pero el efecto que causaban las píldoras milagrosas aplacó esa sospecha en el Gobierno: ver a toda la población de gatos rebosantes de alegría y seguridad bajo los efectos de la píldora, no daba espacio a la duda. Incluso, el problema del crecimiento poblacional se solucionó. Nacieron nuevos gatitos, y la mano de obra de relevo aseguraba el futuro económico de la comunidad gatuna. 

Lo que nunca se solucionó fue la confianza en los gatos. Se volvieron dependientes de la píldora. Ellos creían que sin el placebo de la píldora (o vitamina) no podían enamorar a las gatas. No se creían capaces de amar por su cuenta, de cortejar sin el estímulo de una píldora que los impulsara. 

La estafa de la píldora mató el amor innato de los gatos. Esa desconfianza perenne pasó de generación a generación. Los gatos ancianos les decían a sus nietos e hijos que sin píldora no habrá paraíso. 

Eso hizo que el Gobierno Gatuno fijara una partida millonaria para subsidiar las píldoras permanentemente. Lo llamaron “IZnversión para la Felicidad Gatuna”. Ese subsidio en el presupuesto se volvió una tradición intocable, no importa quien gobernara.  

Con las píldoras como necesidad para vivir, pronto el perro comerciante y la Reina Gata Maba serían los seres más influyentes en la comunidad gatuna, mucho más incluso que el propio Gobierno Gatuno de turno. Ellos ejercían presión en las políticas económicas del Gobierno, tenían agentes económicos en la banca para mover los hilos de la finanzas y decidían en el Parlamento gatuno qué leyes debían o no aprobarse. Eran el verdadero poder detrás del falso y débil poder público.

En tanto, la nueva generación de gatos, sin confianza en sí mismos, creció con el miedo en sus corazones. Solo seguían las sombras de sus propias inseguridades. Ellos y sus padres habían extraviado la certeza de creer en ellos. Perdieron el rumbo.

Para reducir la inversión anual en píldoras, el Gobierno ordenó investigar si había otras posibilidades para que los gatos recuperaran su confianza, pero los expertos no son optimistas. Estiman que pasaran años para lograr algún resultado fiable. Pasarán décadas para que la confianza vuelva a los gatos. Porque la confianza es como el amor, cuando se va, cuesta regresar.

Lo curioso es que solo los gatos vivirán con esa psicodependencia gracias a la píldora. 

Las gatas, por su parte, mantienen su confianza intacta, incluso desde que empezó la crisis de confianza en los gatos. Hoy las gatas son libres de decidir y accionar con determinación, valentía y pasión, en medio de una marejada de gatos timados y nublados por sus inseguridades. 

Tienen tanta confianza que el Gobierno gatuno ni se ha percatado de eso, tal vez por aquello del machismo gatuno que cree que las gatas solo sirven para parir más gatos y vivir a la sombra de estos. 

El Gobierno gatuno no se ha dado cuenta que en la confianza en las gatas se gesta un futuro irreversible. Hoy, sin placebos mentales ni emocionales, las gatas están listas, preparadas para tomar por asalto el cielo cuando los “predestinados gatos” ya no pueden hacerlo sin la dependencia de un placebo. 

Porque solo basta que las gatas rechacen de nuevo a los gatos para provocar una nueva crisis y revelar la fragilidad de un sistema que depende de las vitaminas de la farmacia de la esquina; de un sistema que depende de que los gatos crean falsamente que una píldora milagrosa los vuelve seguros y confiados. 

Solo basta que ellas, las gatas, ejerzan el poder inutilizado que tienen en la comarca gatuna para cambiar el orden establecido, más allá de las miserables ganancias que reciben por dejarse cortejar por los gatos y vivir subyugadas por estos.

Pronto las gatas harán historia con una confianza fulgurante y no necesitarán de píldoras ni placebos para pasar de esclavas patriarcales a reinas poderosas. La confianza en ellas es a prueba de chantajes y adversidades.

Manuel Palma

 

 

 

 

 

 

 


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