Punto y seguimos | El derecho a pensar

La libertad más grande es la de poder discernir, asociar y dialogar

08/11/22.- Simón Rodríguez pedía encarecidamente que enseñaran a los niños a pensar, a cuestionar. Proponía que ese fuera el centro de la educación y nunca lo escucharon, prevalecieron otras escuelas y otras razones, mientras a él le llamaron loco. Su mejor discípulo también fue considerado un orate y vaya que tuvo que cumplir con una gran epopeya para tener el respeto de aquellos que ni siquiera se atrevían a soñar con hacer una parte de lo que él hizo. Las mentes adelantadas siempre son tachadas de defectuosas, son locos y locas quienes proponen algo distinto a lo conocido, a lo familiar, a lo establecido, a lo "determinado", especialmente cuando esas propuestas son justamente el resultado no solo de la pasión o el atrevimiento, sino de una profunda actividad reflexiva.
 
Los grandes avances de la humanidad, así como sus mejores descubrimientos y producciones, no han sido nunca meramente azarosas. Personas pensando, buscando y cuestionando son las que lo han hecho posible y lo seguirán haciendo. Las peores épocas documentadas de nuestra historia han sido aquellas en las que se intentó restringir, modelar o anular el pensamiento crítico de las mayorías, en vez de fomentarlo. Si bien creemos que hoy somos lo más libres y avanzados que hemos podido ser (creencia refutable, además), lo cierto es que estamos atados como nunca a un sistema de alcance mundial, a un sistema determinado por la contradicción, en donde siendo cada vez más "libres", más se aprietan las cadenas invisibles de nuestra esclavitud. Somos esclavos del tiempo, de la necesidad de producir para poder vivir, de consumir para sentir, de mostrar para ser, de seguir corrientes para pertenecer.
 
Somos libres y tecnológicamente avanzados pero cada vez pensamos menos y de peor manera. El analfabetismo crítico está a la orden del día, porque nos han vendido la idea de que tener mil cosas al alcance de un clic es progreso. Como nunca, tenemos acceso a información, a libros reales y digitales, a otras culturas, a música, a documentos, a cine, es tanto lo disponible, que se vuelve incluso abrumador, pero se carece de la educación que nos enseña a pensar, a profundizar, a dudar, la educación que nos permite seleccionar entre ese aluvión de información aquella que es verdaderamente útil, la que activa el cerebro y despierta el espíritu.
 
Vivimos en el mundo de la superficialidad. Todo es somero, vacuo, rápido, sin raíz. Se consume ávida y velozmente aquello que debería ser catado y disfrutado. Hay que leer rápido y pasar a otros temas, hay que escuchar música en cuanto salga al mercado y cambiar a otra la semana que viene, hay que perrear intensamente sin detenerse a pensar si la canción nos gusta o nos dice algo, hay que estar al día en temas tan inútiles como el divorcio de Shakira o el Instagram de los influencers que te recomendarán -¿cuándo no?- productos que no necesitas mientras tú, en menos de 30 segundos de atención consciente, te convences de que acabas de divertirte o aprender algo. ¿No es evidente que algo está mal? ¿En qué momento nos creímos que se puede aprender realmente algo importante viendo videos de Tik Tok? ¿Cuándo nos convencieron de que cuatro frases de autoayuda con faltas de ortografía llenarían los vacíos de la existencia?
 
Entre tantas luchas necesarias en este complicado mundo, la lucha por una educación transformadora, educación para la emancipación (como decía Rodríguez) sigue siendo la más urgente de las tareas. No habrá libertad individual ni colectiva posible si se sigue fortaleciendo la idea de que pensar críticamente es un asunto de élites, o que es algo complicado, aburrido o innecesario. Las élites lo saben muy bien y es por eso que hacen lo posible para que los pueblos reciban una educación mediocre, sesgada, restrictiva, coercitiva y adoctrinadora. No son las máquinas las que determinan la evolución de nuestra especie, sino nuestros cerebros. Aprendamos a pensar y defendamos el derecho de quienes nos suceden y recordemos que la libertad más grande es la de poder discernir, asociar, dialogar y abordar las profundidades del conocimiento con el goce que corresponde.

Mariel Carrillo García

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