Caraqueñidad | William Pernalete es Ismael Miranda dos
“La música es como el aire que se respira”
02/01/23.- “Se formó la rumba, todo el mundo contento está. Ya vienen los soneros y rumberos armonizar. Empiezo yo por cantar, una rumba pa Colombia, un guaguancó a Venezuela y son montuno a Panamá…”, porque el año pasado, específicamente el 4 de agosto, el caraqueñísimo William Pernalete –quizás el mejor imitador del Niño Bonito de la Salsa, don Ismael Miranda– cumplió 62 años de edad y un montón trepado en tarima donde hace buena música y afina el itinerario de sus sueños artísticos y culturales, que pasan por la internacionalización y el rescate de la salsa dura, a la que le debe su pasión por el canto.
Con seis décadas a cuestas, el criollo entona a su ídolo puertorriqueño como en sus días de inicio con Joe Pastrana en la icónica pieza Rumbón melón cuando Miranda era apenas un adolescente.
Pernalete, nacido en la Maternidad Concepción Palacios y criado en Carapita, muestra cómo la música es parte de su ADN. Es uno de los menores de 15 hijos que tuvo la pareja larense integrada por Ricardo Antonio Pernalete y doña Isidora Ramona González.
En cada presentación pública o privada realza el talento familiar que de sus padres pasó a sus hermanos, quienes lograron ensamblar un grupo de aguinaldos y otro de gaitas en sus días de infancia. “Creo que antes de Los Tucusitos”, rememoró.
Desarrolló esa vena artística desde lo empírico y con la precisión del mejor alumno de cualquier academia. Sin clases de teoría, solfeo ni mucho menos de ejecución de instrumento –por la falta de recursos en tan numerosa familia–, el ambiente y el sentimiento del barrio permearon en su alimentación musical típica y folclórica que fue mutando en ritmos caribeños.
Explica el versátil vocalista, quien domina desde el bolero y el joropo hasta lo más variado y movido –a excepción del reguetón y el vallenato, “porque salen de mi plan artístico, para mí no tienen sentido”–, que la casona donde se crio en la parroquia Antímano era escenario de ensayos de los grupos de sus hermanos, además de que otros músicos del sector pasaban por allí a escuchar guarachas, boleros, sones y otras melodías de la Sonora Matancera, Billo’s, Los Melódicos y diversas orquestas de la época que su papá y su tío Cheché ordenaban colocar en el tocadisco Philco, todo un boom en esos días de los años sesenta e inicios de los setenta.
Por ser uno de los más chamos le ordenaban colocar los discos en el entonces moderno picó. “Eran los LP de acetato de esas orquestas de moda. El equipo estaba en la sala y con un cableado especial las cornetas se distribuían estratégicamente hacia la platabanda, donde era la rumba de los mayores. Esas fiestas duraban dos o tres días. Era otra época”, evocó sobre esa indudable influencia.
Empírico de calidad
Como se dijo, la situación económica no daba sino para sobrevivir. Comprar un instrumento, más que imposible. Por eso, como otros chamos del barrio, descargaba con latas de leche y algunos objetos a los que les sacaba sonido con afinación. Y con instrumentos prestados incursionó en el timbal, bongó y bajo. “Los ejecuto bien y al bajo los rasguño”, dice sin pretensión alguna.
“El oído es mi maestro. Si me dice que voy bien, sigo, insisto, perfecciono y saco las notas requeridas”, dice con la misma seguridad con la que se siente tan bailarín –palabras mayores– como Roberto Roena.
Comenzó a oír a Ismael desde Rumbón melón, y luego ese sonido irreverente con Larry Harlow. “Descubrí que ese timbre era favorable para mi garganta y me gradué de Ismael Miranda”, afirma con orgullo mientras recuerda que buscaba todos sus discos, porque ese tono alto, semejante al de Celia Cruz, Héctor Lavoe o Joe Arroyo, se le hacía muy natural y fácil. “Desde entonces mucha gente me dice que soy Ismael Miranda”.
De ese modo forjó su gusto por lo latino, por esa convergencia de letras sentimentales y anecdóticas acompasadas con ritmos urbanos y alegres que dieron por llamarse salsa. “Así la bautizó el gran Phidias Danilo Escalona en su programa de radial. Un radio era mi almohada y siempre lo oía. Él es el papá; los demás, sus alumnos”, sentenció tajantemente.
¿Coincidencias o casualidades?
Este perfecto imitador de Ismael Miranda cursó su primaria en la escuela Andrés Bello, ahí en su parroquia, de donde asegura que su familia está entre los fundadores del barrio Carapita.
Sucede que allí estudió también Oscar D’ León, y aunque no coincidieron en aulas, por una razón netamente cronológica, su tío, José Rafael González, conocido como el Chino Cheché –el Guajiro, para Oscar– fue uno de los pilares de la exitosa carrera del Sonero del Mundo.
“A Oscar le faltaban 80 bolívares para pagar un bajo que le trajeron Ricardo Ray y Bobby Cruz. Mi tío le pidió ese dinero a mi papá supuestamente para hacer mercado. Mi viejo sacó de sus ahorros como obrero del IAN. Nunca supo la verdad ni recuperó su plata. Oscar, a decir de él mismo a manera de chanza, jamás honró esa deuda. ¡Y, mira, adónde llegó gracias a ese instrumento!, ja, ja, ja”, comenta entre risas.
William, después de cantar tanta gaita y aguinaldos junto a sus hermanos, y bajo la inocultable influencia del Diablo de la Salsa y de la Dimensión Latina, a la que reconoce como la única, la original, estaba convencido de que su objetivo era la salsa, y a partir de allí, su pasión casi obsesiva: perfeccionarse como imitador de su ídolo Ismael Miranda.
A mediados de los años ochenta hubo un mano a mano entre Oscar e Ismael, en el marco de un festival salsero en Margarita. Un supuesto amigo de infancia que hace coro con el Sonero del Mundo lo invitó al ensayo, porque sabía de su gusto por el estilo del boricua. Allí se lució. Montó las ocho piezas del repertorio, ya que Oscar debió asumir otros roles. Todos, más que conformes, acordaron verse al día siguiente para el viaje a la isla. ¡Oh, sorpresa!, ese amigo que lo invitó al ensayo le dijo que no podía viajar, porque no había recursos para su boleto. Una mentira gigante porque el avión estaba fletado completo. William se quedó con las ganas de intercambiar con su ídolo, quien se enteró de lo ocurrido en el ensayo y lamentó no poder conocerlo. Es un lunar en la carrera del talentoso caraqueño. Así sucede no solo en la música, sino en la vida misma, donde muchas veces la miseria humana impone jugadas y personajes innombrables. Lo importante es no rendirse y pa’lante. “Uno de mis máximos orgullos, confiesa, es que los músicos profesionales me apodan Ismael Miranda Dos”.
Atrás quedó esa zancadilla. Solo se le recuerda al infractor, en ritmo de Miranda: “Tú la tienes que pagar…”.
Perseverancia y aprendizaje
Pernalete sigue en su empeño. “Oigo todos los días a Ismael Miranda, porque en este asunto del canto y de la música siempre hay algo que aprender. Cada vez capto nuevas entonaciones y maneras de expresiones específicas en cada canción y en cada fraseo”, aseveró.
Este artista, que paralelamente se desempeña en el área de seguridad del Ministerio de Educación, tiene un itinerario profesional garantizado por sus dotes de gaitero. La FAN lo contrata año tras año. Gaitea y sonea. Además, con su pista de Ismael Miranda se presenta en locales comerciales y redondea el sustento con el que ha sacado adelante su hogar y a sus hijos William Emilio, Dayana Andreína y Bárbara Wileydi.
Este guerrero musical recomienda a las nuevas generaciones estudiar y leer para buscar siempre mejoría, con lealtad y respeto por lo más sagrado, la música, que es su pasión.
Con todo su recorrido, su fe puesta en Dios Todopoderoso y dedicando sus logros a sus padres por lo heredado artísticamente, además de agradecer a su hermano de la vida Larry Machado, ensaya a diario para superarse, porque el sueño de internacionalizar su talento parece haber conseguido un destino en Panamá como primera parada de lo que asemeja una larga ruta. Es un convencido de que quien incursiona en tan fascinante mundo allí permanece hasta el fin de sus días, “porque la música es como el aire que se respira”.
Luis Martín