Psicosoma | El placer de la vejez
Aceptar las décadas practicando lo que les gusta
03/01/2023.- Ser mujer anciana, viuda del tercer mundo no es lo mismo que estar en un asilo del primer mundo. En conversas con mujeres mayores de ochenta y más años (excepto una de cincuenta y otra de 60) prima esa percepción dolorosa de invisibilidad, del ser inútil, porque "ya nadie nos toma en cuenta ni nos escuchan, ni nos dejan hacer nada; solo nos traen la comida, que les agradezco, como la silla de ruedas; pero no nos escuchan y menos en estas reuniones de fin de año que nos reciben porque se sienten obligados".
Las cábalas para recibir el año son tan personales y de rituales afectivos como una foto amarilla, una flor seca, un envoltorio de chocolate, un peluche, las doce uvas, la maleta, la pantaleta amarilla, etc. Sin embargo, en estos tres años de pandemia, las brechas en todos los niveles nos disociaron y las relaciones interpersonales e intrasubjetivas fueron dañadas. Las familias se encerraron y abandonaron a las parejas ancianas, dejaron de asistir a las citas regulares por temor al contagio y decuidaron a los familiares con enfermedades crónicas. Al respecto, cuentan supervivientes que perdieron a sus parejas porque no se les controló las secuelas de un derrame cerebral, la diabetes, la tensión arterial, la epilepsia, el parkinson, el alzheimer, entre otras. Por su parte, las de residencias geriátricas quedaron al resguardo del equipo de sanidad.
En esta cultura hedonista se rinde culto a la juventud, sinónimo de belleza, salud, bienestar, mientras que a la vejez se le identifica con enfermedad, deterioro, y se le desprecia porque se cree que quienes están en esa etapa son "improductivos". "Nos tratan con un fastidio mortal e indiferencia; cómo les cuesta entender que seguimos siendo seres humanos con conciencia lúcida. Esta generación boba de multitareas e hiperkinética, de veloz respuesta, les entra el miedo primario para pensar en torno a la desconocida vejez".
La cultura preventiva para tratar y cuidar a los adultos y adultas mayores no existe, y si se decreta, no se educa para ella. No obstante, el colmo es no aceptar la autonomía y placer en la vejez, se le controla bajo el modelo médico occidental, con la cura pragmática de pildoritas mágicas que eliminan el dolor y entonces: ¿qué pasa con el aumento de adultas mayores de sesenta en perfecta actividad física, mental y espiritual, mientras decrece la natalidad?
Claro que existe una brecha generacional con los hijos e hijas, pero se salvan algunas abuelas y abuelos con el placer de escuchar o aprender con los nenes que carecen de miedo y que escuchan al gozar en complicidad amorosa. ¡Qué terrible cuando algunos desalmados no les permiten cercanía, contacto, porque "los viejos apestan"!, ya sea por sus creencias, conducta liberal.
Ciertamente, no es obligatorio participar en el cuido de los nietos y menos entregar nuestros reales’’, pero las que tienen "suerte’" viven con su familia en un cuarto sola, viendo TV y se creen el cuento de que están enfermas, no sirven para nada cuando son mujeres tan capacitadas, que se mueren de fastidio, se niegan a comer y caen en depresión.
Vamos a declarar un manifiesto del buen vivir amoroso: reconocer que haber superado los ochenta y noventa las inmortaliza, al vencer día a día la parca. La vejez no es una enfermedad, es el vicio de vivir con gozo. Aceptar las décadas practicando lo que les gusta y el derecho a la independencia económica. Los años no son equivalentes con las ideas de pérdida de la fuerza física y del nivel cognitivo; es el disfrute de la sensualidad y erotismo, de la intimidad en pareja o consigo misma. Ser independiente y aceptar que a cualquier edad se puede morir.
Rosa Anca