Retina | Íntimos y desnudos
Todo el mundo cree que está en su libertad de opinar y consumir opiniones...
23/01/13.- La paradoja política de este momento es que los ciudadanos están atrapados en su libertad. Las nuevas tecnologías han posibilitado apresar a la gente en un fluido intercambio “libre” de opiniones e informaciones.
El poder no limita ese flujo. Todo lo contrario, lo estimula, lo impulsa, lo vigila y lo explota.
Ese “libre” intercambio de ideas proporciona todo lo que los publicistas, los estrategas políticos y los responsables de seguridad siempre han querido. Allí están todos los sueños, los temores, los anhelos, las fobias y las filias de los ciudadanos.
Con los recursos adecuados para estudiar esa data, y con el conocimiento profesional adecuado para organizarla y dividirla en segmentos de público objetivo, se pueden diseñar mensajes amoldados a cada persona, para vender cualquier cosa, para fortalecer cualquier idea, para hacer dudar sobre cualquier convicción y para ganar unas elecciones.
Por esta vía, la de las redes sociales, la campaña de Donald Trump tocó directamente a 250 millones de personas, todas distribuidas en segmentos estudiados y medidos por la empresa contratada por su comando de campaña.
La segmentación precisa de un público tan inmenso, lograda mediante el manejo adecuado de sus datos, permite una eficaz y estricta contabilidad del voto que se puede propiciar, medir y corregir de inmediato.
La intensidad de consumo de las redes sociales permite mediciones instantáneas, la rápida elaboración de mensajes para públicos específicos, el aprovechamiento de mensajes producidos en la red que apuntalen la propuesta que se impulsa y la evaluación inmediata del impacto de los mensajes.
Lo mejor de todo, digo desde el punto de vista de quienes impulsan la campaña, es que los mensajes aparecen no como intervenciones directas de los emisores, sino como un diálogo libre entre ciudadanos. Todo el mundo cree que está en su libertad de opinar y consumir opiniones, sin percibir que hay una maquinaria que opera en su cerebro, de manera directa y personalizada, alimentada por el aprovechamiento de esa falsa sensación de libertad.
Reagan y los Bush alguna vez intentaron meter micrófonos y cámaras hasta en las alcobas para vigilar a los ciudadanos. Ahora ya no hace falta, nosotros mismos las compramos y las metimos hasta en la cama y cedimos nuestra intimidad para que el poder la observe y la explote desde la debilidad de nuestro desnudo.
Freddy Fernández
@filoyborde