Análisis Colombia | El reto de romper el maleficio de la desesperanza
Frente a una victoria popular existen dos caminos: quedarse en el éxtasis del triunfo o cerrarle el paso al demonio de la desesperanza. Esta última ruta la tomó Gustavo Petro al asumir la presidencia de Colombia este 7 de agosto, cuando ratificó su compromiso con el desafío de darle una segunda oportunidad histórica a su país y, por extensión, a los pueblos de América frente a asuntos tan desgastantes como la violencia, el narcotráfico y la desigualdad.
Esos flagelos han impactado por décadas la sociedad colombiana al amparo de gobiernos de corte conservador y la estigmatización de los movimientos progresistas. La propia historia política de Petro da cuenta de ella, por eso sabe el peso simbólico que tiene haber llegado a la Casa de Nariño, una proeza que en su discurso de toma de posesión definió como una situación esperanzadora para millones de colombianos. “Nos la hemos ganado, se la han ganado. Su esfuerzo valió y valdrá".
Al hablar en pasado y en futuro muestra que ese anhelo se alimenta del presente, de las acciones que desde ya empiece a dirigir para la transformación integral. Ese es el sentido del decálogo de gobierno que guiará su mandato, centrado en la construcción de la paz verdadera y definitiva, la protección de los sectores vulnerables, el apoyo a la mujer, el diálogo amplio e inclusivo, el encuentro con todos los sectores, el combate a la violencia, la lucha anticorrupción, la protección del ambiente, el desarrollo integral y el estricto apego a la Constitución.
Con estas tareas se propone darle forma a la esperanza y asumir compromisos específicos con la sociedad colombiana. Este conjunto de acciones funcionará, sin duda, como un monitor de su gestión. Al mismo tiempo crea una ruta de navegación para encarar las preocupaciones de la sociedad colombiana y afrontar desafíos mundiales como el fracaso de la “guerra contra las drogas”, pues considera que solo fortaleció a las mafias y debilitó a los Estados. Su apuesta al cambio es construir políticas preventivas efectivas e impulsar el diseño de una nueva convención internacional en la materia.
Es un punto sensible, especialmente por la influencia que tradicionalmente ha ejercido Estados Unidos (EEUU) sobre los gobiernos colombianos a costa de la lucha antinarcóticos. Consciente de este pernicioso influjo, Petro remarca que la erradicación del narcotráfico es clave en la construcción de la paz verdadera que se propone no solo para Colombia, sino para el continente americano.
El discurso para Latinoamérica
Es una afirmación extendida que la paz de Colombia es la paz de la región; y esa idea subyace en el primer discurso de Petro como presidente, que se deslinda abiertamente de las políticas de su antecesor Iván Duque, marcadas por el divisionismo y el apoyo a invasiones extranjeras.
Alejado de esas pretensiones el nuevo mandatario llama a trabajar por la unidad regional, así como retomar los ideales del Libertador Simón Bolívar y de otros próceres latinoamericanos para ser fuertes en un mundo complejo. Esto, sin embargo, no es idea nueva, y así lo reflejan las bases constitutivas de organizaciones como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac).
La novedad, en este caso, está en la posibilidad de ver a Colombia participar vigorosamente en ese bloque y contribuir al reimpulso de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), debilitada por la acción de gobiernos conservadores en la región, como el presidido por Duque. Por supuesto, hacen falta más voluntades para lograr esa unidad y el paso de los meses demostrará cuánto puede aportar el gobierno de Petro en ese campo.
Sobre Venezuela, el nuevo mandatario no hizo mención particular. Queda esperar el nombramiento de embajadores acordado a fines de julio pasado y ver los avances en el restablecimiento de las relaciones vitales para la paz y el desarrollo de ambos países.
Los símbolos, combustible para la esperanza
Este domingo Gustavo Petro se anotó su primer triunfo simbólico como presidente de Colombia, ya juramentado, ordenó traer a la plaza de Bolívar de Bogotá la espada del Libertador, que horas antes su antecesor, Iván Duque, le negó para el acto de toma de posesión. El nuevo mandatario dictó la instrucción como una orden del pueblo que lo eligió.
El gesto resume el carácter de esta toma de posesión: fue un acto para marcar la ruptura con la dominación de sectores oligárquicos, reconciliarse con el pasado heroico de América, las raíces del pueblo colombiano, el anhelo de justicia y la consolidación de la paz.
Eso quedó demostrado en la imposición de la banda presidencial a cargo de la senadora María José Pizarro, hija del excandidato presidencial y líder del extinto M-19, Carlos Pizarro, asesinado en 1990. En el juramento por cumplir con la Constitución “hasta que la dignidad se haga costumbre”, como dijo la nueva vicepresidenta Francia Márquez, en los actos que visibilizaron a las víctimas de la violencia y a los sectores excluidos por décadas.
Apenas comienzan las luchas del nuevo mandatario, serán miles las batallas que le tocará encarar, pero este 7 de agosto encendió la chispa necesaria para enfrentar los desafíos que implica construir un nuevo orden político y social ante castas que se resisten a perder el poder que da gobernar. Los símbolos, al final, también alimentan la esperanza.
Rosa Pellegrino