Punto de quiebre | Niño violado

La víctima tomó largo tiempo para vengarse de su tío político

31/01/23.- Cuando ya se creía que el chamito se había encarrilado, se devolvió para su casa y allí, siguiendo el ejemplo de varios de sus primos, se convirtió en un temible azote...

Vivir en aquella casa era un peo. Había no menos de quince chamitos y el mayor de ellos no llegaba a los trece años. Todos eran hijos de las cinco hermanas de la señora María y cinco de ellos aún no sabían caminar. Tres de los maridos de las mujeres vivían allí también aunque uno de ellos pasaba más tiempo fuera, porque era muy mujeriego. Allí imperaba la ley de la selva. Nada era de nadie. Todos se ponían la primera ropa que encontraran a su paso. La abuela era quien se encargaba de procurarles algo de comida, pues las mujeres se levantaban muy tarde y casi que de inmediato agarraban la calle. Dos de los hombres trabajaban y aportaban el dinero para la comida. Afortunadamente nunca estaban con egoísmos y sabían que el dinero que ellos daban debía ser estirado para poder cocinar para todo ese gentío. El otro hombre era el que más aportaba porque era quien más ganaba, pues vendía drogas. La vaina es que no iba todos los días. Algunos vecinos los ayudaban y siempre les hacían llegar tanto ropa usada como cualquier cosita para la comida.

Un buen día apareció Leobaldo, el papá de tres de los chamitos. Se había desaparecido porque había peleado con la mujer, pero se dio la reconciliación. Era ahora uno de los que más aportaba para la casa porque ganaba bastante plata en un negocio de venta de hamburguesas.

“Cada vez que tengas hambre me puedes visitar al puesto y te brindo un perro o una hamburguesa y así me ayudas un poco en el negocio”, le dijo en una oportunidad a uno de sus sobrinos políticos que era un chamito bien pilas, a pesar de que no debía llegar a los diez años de edad. A partir de ese día el niño iba todos los días a ayudarlo y como premio o pago, le daban una hamburguesa bien resuelta.

Aquella tarde había oscurecido más temprano que de costumbre y Leobaldo le propuso al niño subir a un apartamento que tenía en un bloque cercano de allí mismo del sector El Mirador, en el 23 de Enero, donde tenía unos chocolates y el niño aceptó. Ciertamente el hombre tenía unos chocolates y el niño se deleitaba come que come y el hombre comenzó a acariciarle una pierna y luego le dijo que si se portaba bien con él podía darle mucha plata y el niño se dejó tocar y allí estuvieron hasta la medianoche cuando se devolvieron para la casa.

A partir de ese día el niño ya no quería ir más para el negocio y cuando lo hacía, se hacía acompañar por alguno de sus primitos, pero la tentación pudo más y el niño volvió a subir con Leobaldo a su apartamento varias veces y en su casa nadie le preguntaba de dónde estaba sacando tanto dinero.

Pasaron los años y el niño se fue a vivir a la casa de una señora que vivía cerca y que lo quería mucho. Allí lo metieron en la escuela y aprendió a leer y a escribir, hizo su primera comunión y los hijos mayores de la señora lo trataban como su fuera un hermanito más, pero en la casa había normas y reglas y el niño venía acostumbrado a una vida de libertad plena, por lo que, tres años después le dijo a la señora que él se quería devolver para su casa. No pasaron ni seis meses cuando ya se había metido a malandrito, porque seis de sus primitos ya lo eran y siempre tenían plata porque vendían droga y además tenían armas y los respetaban en el superbloque y en los sectores adyacentes. En poco tiempo aquel niño se convirtió en uno de los azotes del sector y era muy temido.

Aquella noche de abril, Leobaldo cerró su negocio a eso de las 9 de la noche porque no había muchos clientes y antes de irse para la casa donde vivía, decidió, tal y como solía hacerlo todos los días, pasar antes por el apartamento donde vivía solo para dejar algo de la plata que había ganado en el día. La escalera estaba oscura y no se escuchaba un alma. Apenas metió la llave en el cilindro, sintió que le colocaban algo frío en el cuello. Y reconoció la voz del niño, ya adolescente, que le ordenaba quedarse quieto y entrar lentamente, si no quería que le metiera un balazo en la cabeza. “Tu te volviste loco, cómo me vas a echar esta vaina a mi después que te he ayudado tanto”, le dijo Leobaldo, en un intento por tomar el control de la situación. “Tú me violaste y abusaste de mí durante casi un año y ahora me las vas a pagar, te voy a robar todo lo que tengas. Ahora acuéstate boca abajo aquí en el piso”, le respondió el niño, quien se dirigió a la puerta y la abrió y entró otro de sus primitos, malandrito también.

El cadáver de Leobaldo fue localizado tres días después. Presentaba varias puñaladas. Toda su habitación estaba patas arriba y era obvió que se habían llevado varios artefactos electrodomésticos.

El crimen de Leobaldo quedó impune, pues la policía nunca investigó. El niño falleció un año después tiroteado por los integrantes de una banda rival.

Wilmer Poleo Zerpa

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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