Micromentarios | La gran contradicción

Una mirada al hipócrita mundo del entretenimiento

07/02/23.- Cuántas contradicciones exhibe, sin el menor decoro, nuestra sociedad. Una de ellas es que se consideran pornográficas las imágenes fijas o en movimiento de una pareja teniendo relaciones sexuales e, incluso, las de cuerpos humanos desnudos, en cualquier posición.

Y lo son o pueden serlo, cuando quienes entrelazan sus genitales o, simplemente, los muestran son mercenarios del amor o exhicionistas; es decir, las y los llamados estrellas del porno.

Cuando en un video o una película aficionada dos personas se aman espontáneamente, ese material no puede considerarse pornográfico, a menos que quienes lo han hecho pretendan venderlo o distribuirlo comercialmente, o lo utilicen como elemento de chantaje.
Por el contrario y he aquí lo contradictorio, películas en las que les cortan la cabeza a algunos personajes y un surtidor rojo se eleva uno o más metros sobre el cuello cercenado no se consideran inmorales, sino que se presentan como filmes de entretenimiento. 
Igual ocurre con las películas en las que, tras un crimen, la sangre corre hacia la cámara formando un lago en miniatura; o donde un ser sobrenatural –vampiro, hombre lobo, zombi u otro–, descuartiza a sus indefensas víctimas esparciendo miembros sanguinolentos en todas las direcciones. 

Lo mismo ocurre con las telenovelas en las que, capítulo a capítulo, sus personajes acometen sin rubor y en interminable seguidilla pecados bíblicos como el incesto, el adulterio, la traición, la deslealtad, el asesinato y la furia sin control.

En los videojuegos, los participantes disparan sobre cualquiera que aparezca en la pantalla; golpean sin misericordia hasta la muerte a rivales caídos, pues no se contempla la rendición; torturan prisioneros; cumplen acciones y misiones terroristas y antiterroristas que se consideran heroicas cuando se realizan contra rusos, latinos, árabes, chinos o africanos y, por supuesto, las llevan adelante personas con fenotipo caucásico.

Nada de esto se tiene como pornografía, porque se considera parte de la industria del entretenimiento.

En tales casos, la palabra industria sirve de detergente, pues, al parecer, lo limpia todo.
Con las películas y videos de sexualidad explícita, la doble moral de quienes manejan tal industria alcanza su cénit canallesco, al producirlas y comercializarlas en calidad de empresarios y luego condenarlas en público como devotos de alguna iglesia. Obviamente, esta condena constituye su mejor promoción –que se traduce en mayores ventas–, pues en nuestra sociedad no hay nada más atractivo que lo prohibido. 

Llama, además, la atención que tales individuos –hombres y mujeres, por igual–, que promueven, difunden y mercadean la violencia como entretenimiento, luego se dan golpes de pecho y ejecutan lavados de manos al criticar que en el mundo impere la guerra y no la paz.

Armando José Sequera



 


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