Letra veguera | Leer con la voz
Hacer magia con la lectura
08/02/23.- Hoy es el Día Mundial de la Lectura en Voz Alta, me dijo hace poco mi hijo Juan David: "Lo acabo de ver en un tuit esta madrugadita".
Yo le respondí que cada vez inventan conmemoraciones tan curiosas como merecidas algunas, por ejemplo, el de la pantaleta rosada es sin duda, en este tiempo de guerras y basura sideral, un estímulo a la imaginación; los mejores chistes de Churchill en torno a Hitler, los quesos de Normandía, la jirafa en extinción (que la llaman "la cuello e' toro), el Día Universal del Ego venido a menos; en fin, el tema dio pie para que ambos recordáramos el tiempo de su primera infancia y la costumbre de leerle cuentos para buscar el sueño.
Y así, entre una y otra anécdota, me propuse indagar y di con un sinfín de investigaciones sobre el tema; interesantes, sobre todo, para los especialistas, lingüistas, educadores, escritores y, en particular, para los lectores acuciosos, de los que escudriñan lo insondable hasta palpar lo que buscan, haciéndose dueños de una verdad que ni se compra ni se vende.
El lenguaje es la materia viva que sirve de vehículo para comprender que la naturaleza del asunto comporta una diversidad de matices que pueden explorarse por separado, según la perspectiva y el enfoque, la mirada o "la lectura" que se quiera, al fin y al cabo leer en voz alta no es una actividad ceñida a lo meramente intelectual, viendo el asunto académicamente: es una forma de encantar al otro, de hacer magia con la palabra escrita y plasmada en un papel y, por esa razón, no se puede prescindir de la voz, y yo diría que de ninguno de los sentidos humanos.
"Leer textos escritos con otros es crear espacios donde la lectura se instala como interlocutor, como centro, y alrededor de la lectura: los sujetos que leen en voz alta y los que leen escuchando. Un encuentro que transita entre la literalidad y la oralidad. Una lectura colectiva, compartida.”, señala en un ensayo la periodista y escritora colombiana, Johana Lobo, publicado en La Jiribilla en el 2015.
En cierto sentido me gusta esta apreciación de Lobo porque a mí mismo me ocurrió una vez que, apoyando a unos amigos en un taller de literatura en la cárcel pública de Mérida, leí en voz alta ante los prisioneros participantes, no recuerdo cuántas páginas de Cien Años de Soledad.
Para entonces yo conservaba casi textual en mi memoria el inicio de la novela de Gabo. Entonces leía y recreaba con ellos los instantes que vivió el coronel Aureliano Buendía frente al pelotón de fusilamiento, recordando el relato total de la saga familiar, la primera vez que vio el hielo, pero sobre todo a su padre y a Remedios, la Bella.
Leí, releí mi imaginación, la compartí a viva voz con otros que iban acompañando a García Márquez, y lo hice durante un largo y milagroso tiempo que no perteneció a nadie, pues en ese acto de magia de leerles en voz alta, me convertí en un personaje fugado de la novela más escandalosamente perfecta que he leído.
Federico Ruiz Tirado