Cívicamente I Infierno necesario
La pena privativa de libertad procura la reinserción del condenado en la sociedad.
16/02/23.- La libertad personal es inviolable, salvo que por la comisión de un delito que revista pena privativa de libertad la perdamos. Solo así ese derecho tan preciado y por el que ha luchado la humanidad puede ser suprimido.
Aunque vulgarmente se perciba como un mero castigo, la pena privativa de libertad procura la reinserción del condenado en la sociedad. Sin embargo, para los más garantistas los recintos penitenciarios del mundo constituyen centros de violación sistemática de los derechos humanos, donde no solo la libertad se ve comprometida, también la vida.
¡Un infierno! Así resumió esto último una mujer, madre de un joven que fue sentenciado a años de prisión. Temía y estaba convencida del horror que ahora transitaría su hijo en ese recinto.
Entonces, con toda la demonización carcelaria en nuestra cultura, no le quito razón a esa madre y a su coherente símil, pero aun teniendo los recintos penitenciarios estigma infernal, algunos —muchos— no temen nadar entre sus pailas, como el joven condenado de este relato. No quiero imaginar si, por el contrario, los percibiéramos como un "paraíso".
Pero más allá de las formas de vida que se puedan caracterizar en una prisión, el ya no gozar de tu libertad es infernal. Creo que por eso es la mayor sanción para quienes violan a otros sus derechos. Ir a la cárcel debe dar miedo.
El miedo bien ha sabido fungir como mecanismo de control social: ¿cuántos por temor a caer presos no delinquen? Porque ganas a lo mejor no les han faltado...
Si la percepción de la cárcel fuese la de un paraíso, en los avatares económicos de nuestros pueblos esculpidos por el capitalismo hasta yo procuraría ir preso y que el Estado vea por mi manutención, mientras aprovecho el tiempo de reclusión para completar mis estudios en otro idioma, hacer ejercicios y desarrollar un arte. Cambiaría así gustosamente las preocupaciones de las cuentas por pagar por las ocupaciones de cada día de visita conyugal y por el anhelo de los domingos de visita familiar.
Creo que necesariamente, sin que nos vayamos al extremo del "ojo por ojo y el diente por diente", tiene que sentirse en ese tipo de sanción un terror ejemplarizante. Enfrentar circunstancias que por fuerza busquen el arrepentimiento y dejen la convicción de no querer volver jamás.
Puede que todas estas apreciaciones disten de los postulados de teorías de derechos humanos. Es un razonamiento más primitivo y ancestral donde la mala conducta social era reprochable y suponía pérdidas para el transgresor.
Sin duda que estas sociedades modernas no son como las de antes, que procuraban su equilibrio teniendo como objetivo su propia preservación. Las de ahora —más desiguales, de privilegios para pocos a costa de la explotación de muchos— nos hacen proclives al delito, y este termina siendo una alternativa para la subsistencia. Entonces se torna debatible la cuestión de si merecemos el infierno por andar buscando el paraíso.
Lo que si es cierto en el hoy y el ahora —y seguro por un tiempo más— es que es táctico en nuestra cultura de miedos que la idea del infierno persista porque aunque el paraíso sea una entelequia todos vivimos queriendo uno. Eso hace que midamos nuestras conductas sociales y con nuestros semejantes para mantenernos a raya de uno con la creencia de estar más cerca del otro.
Carlos Manrrique