Araña feminista | "Por nuestro derecho al placer"
20/02/12.- Mis primeros acercamientos a lo que se supone que era educación sexual vinieron de mi seno familiar, en el cual los relatos provenientes solo de mis figuras maternas me dejaban muy en claro que la sexualidad era un acto principalmente reproductivo en la mujer y de satisfacción en el hombre.
Bajo la lógica del patriarcado, la división sexual del trabajo nos subordina en todos los aspectos de la vida (incluyendo la sexualidad) y la imposición del modelo de familia tradicional establece mandatos en los cuales lo masculino prevalece por sobre lo femenino. En ese sentido, para muchas nuestra sexualidad femenina queda sometida al placer masculino y se convierte para nosotras en una experiencia vivida desde la opresión, la manipulación y la insatisfacción.
El placer o el disfrute pleno de nuestra sexualidad es una fuente de bienestar integral, es un derecho sexual y debe ser reconocido como un derecho humano, además de que se garantice la información y educación sexual que servirá para la progresiva transformación de nuestra sexualidad femenina, sin discriminación o coerción.
Ya entrando en la adolescencia inicié mi autoerotismo, disfrutando cada nueva sensación y pensamiento que recorría mi ser, descubriendo lo que años después podría identificar como orgasmos. Decidí mantenerlo en secreto por miedo a ser juzgada, pues en casa y en el liceo solo escuchaba acerca de la masturbación masculina y de lo normal que era esta práctica en todos los hombres.
La masturbación femenina ha sido sentenciada cultural y religiosamente, siendo difundida mayormente por la industria pornográfica, sexuada a prácticas y fantasías que giran en torno al placer masculino. La profunda desigualdad de género conlleva a que muchos hombres, e incluso mujeres, regulen y condenen nuestra sexualidad y placer femenino desde que somos niñas.
Tanto decidir sobre nuestro cuerpo y sexualidad, así como ejercer y disfrutar-nos sexualmente son parte de nuestros derechos sexuales, forman parte de la autonomía de nuestros cuerpos. Cada vez somos más las que re-conocemos los múltiples beneficios de la masturbación femenina: aumenta el autoconocimiento, reduce el estrés, mejora el sistema inmune, la calidad del sueño, la concentración y el estado de ánimo, alivia los dolores menstruales, estimula la lubricación, ejercita el suelo pélvico, incrementa la intensidad de los orgasmos y mejora las relaciones sexuales.
A punto de cumplir la mayoría de edad tuve un novio e inicié mi sexualidad compartida. Se lo confesé a mi mamá porque pensaba que eso sí estaría permitido -no la masturbación que había llevado a cabo desde hacía años- y que, además, sería bien visto por mi familia, ya que aclararía dudas que habían surgido respecto a mi orientación sexual dada mi “inactividad” sexual con algún chico y a mis encompinchamientos y muestras de afecto “sospechosas” con algunas amigas.
Dentro de la heteronormatividad, la actividad sexual se ha convertido en un paradigma falocéntrico y coital, digno de aceptación social. Y es que la sexualidad femenina con lo masculino lo presentan como lo admisible, lo respetable y normalizado. Asimismo, el derecho a manifestar mis afectos públicamente y a decidir con quién o quiénes me relaciono están vinculados a nuestra libertad individual de expresión y de relacionamiento afectivo, erótico y social, sin que eso conlleve a ser víctimas de discriminación, de cuestionamientos y limitaciones.
Desde muy joven comencé a tomar pastillas anticonceptivas debido a un descontrol hormonal. Para mi familia no habría riesgo alguno en que yo quedara embarazada, pues para ellos ese parecía el único riesgo al cual estaría expuesta durante mi vida sexual, no se conversaba sobre el riesgo de contraer una infección de transmisión sexual (ITS). En cambio, recuerdo que mi hermano, apenas un año menor que yo, tenía en su cuarto una caja llena de preservativos y lubricantes patrocinada por mis padres y que se había vuelto tema de conversación, bromas y complicidad entre mis padres. En el sistema escolar la dinámica no era muy distinta, después de mostrarnos fotos de ITS y de niñas embarazadas se nos invitaba a usar preservativos masculinos y a las jóvenes se nos responsabilizaba por el uso del mismo durante los encuentros sexuales.
Los métodos anticonceptivos (pastillas, implantes subdérmicos, dispositivos intrauterinos, inyecciones, parches, etc.) no proteguen de una ITS, VPH o VIH. Únicamente el preservativo (femenino y masculino) se convierte en la herramienta de más fácil acceso para la prevención. Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el VPH constituye la causa más común de cáncer del cuello interino, el cuarto tipo de cáncer más frecuente en las mujeres. Aunque ya en Venezuela está disponible la vacuna, el Estado no la ha incluido en su programa de vacunación y muchas no podemos asumir el costo.
Por todo ello, es vital que se promueva el uso y se garantice el acceso gratuito no solo de los métodos anticonceptivos, sino también de los métodos de protección, que forman parte de nuestros derechos sexuales, preservando el principio de confidencialidad y no discriminación, pues nuestra sexualidad femenina no tiene fines meramente reproductivos, sino de placer y bienestar integral.
Actualmente, puedo reconocer que siempre tuve rechazo hacia todas estas ideas y formas sobre la sexualidad femenina, en la cual mi placer no parecía tener cabida. El feminismo me ha permitido deconstruirme, confrontar desde el debate y socializar mi aprendizaje con las otras, reconociendo que muchas son experiencias en común que ya no queremos que se reproduzcan.
Como mujer, por nuestro derecho al placer, sigamos alzando la voz.
Jamy Anais Ayala Luna