Caraqueñidad |Nos sacamos el gordo en la Lotería de Caracas
Muerto que habla es el 48, recomienda San Cono para el juego caraqueño que cumple 211 años
A la memoria de las abuelas Lourdes, Rosa y María…
27/02/23.- “Como base y principio en esta casa no se apuestan caballos ni se vende lotería”, replicó con voz entrecortada Marisol Obelmejías a una llamada telefónica que en tono engolado e inquisidor le hiciera el compadre Luis Marichales, a manera de chanza, ya que por esos días las autoridades capitalinas le habían metido la lupa al creciente juego ilegal de envite y azar que proliferaba en esa Caracas de antier no más…
Luego de risas y aclaratorias ambos concluyeron que es muy difícil erradicar el espíritu apostador intrínseco de la cultura lúdica del citadino de ayer… y de hoy.
La vía permitida fue y es a través del ente de beneficencia pública gubernamental representado en su marca –o su producto–, Lotería de Caracas, cuyo primer sorteo legal fue el 25 de febrero de 1812.
Origen italohispano
Según los anales de la apuesta, el envite y el azar, el 9 de marzo de 1771 el infante Diego López, miembro del coro del colegio San Ildefonso —institución encargada de obras de caridad a favor de la orfandad y los pobres, sobre todo en esos días cuando la peste causó estragos—, fue el primero en cantar oficialmente un resultado público del naciente juego de la lotería.
El entonces ministro de Hacienda de Carlos III —monarca español instaurado en Nápoles y Sicilia—, el marqués de Esquilache, dio a luz aquel sistema lúdico, de azar, efectivo para la recaudación de dineros públicos que se reinvertían en salud, construcción y obras sociales.
Fernando VI había sido sucedido por su hermano Carlos III, quien comenzó a ejercer el poder desde el seno de España, en donde sembró el práctico sistema de recaudación.
Con la conquista los españoles diseminaron sus costumbres y, así como la religión, el envite no escapó de sus inoculaciones invasivas en la híbrida cultura que desde entonces empezó a moldearse en este lado del mundo.
Los ya chinos tenían millones de historias y de sorteos previos a este cuento latino, porque a punta de loterías, a través de su método del billete de “Keno” —no Kino—, instaurado como juego de azar durante la dinastía Han entre los años 205 y 187 previos a Jesucristo, recaudaron los fondos necesarios para construir la Gran Muralla China.
San Cono, el guía
Uno recuerda a las abuelas muy celosas con sus libritos de los principales Salmos de la Biblia y El gran libro de San Cono. Cada vez que tenían un sueño consultaban con el santo apostador y siempre había una respuesta.
Soñar con muerto que habla es el 48. Si no habla es el 13. Con dientes es un muerto que viene y con culebras es un lío que se aproxima, por eso hay que pararse, zapatear y salir corriendo a jugarse el 49.
Hubo un momento en este marasmo de búsqueda de suerte a través del juego —según la sociología moderna, el aumento del factor lúdico es un sello de sociedades en crisis— que no solo brindaba la Lotería de Caracas, sino sus hermanas de otras regiones del país, que en vista del éxito inundaron de sorteos diarios la esperanza de los jugadores.
Se cuenta que el jugador compulsivo dormía bastante en procura de múltiples y variados sueños y así más opciones de apuestas, según recomendara el guía San Cono, a quien se le agradecían los aciertos, pero los yerros, que eran mayoría —ley de probabilidades—, se acompañaban con el grito de frustración: ¡Cono El Amable!
Relancinos y quinticos
La de Caracas no solo representa una lotería bicentenaria y de carácter filantrópico —con lo recaudado equiparon hospitales, ambulancias, infraestructura, becas y asuntos de interés público. Desconocemos el estatus actual—, sino que mantiene la esperanza de sacarse el premio gordo, si no en esa, en cualquier otro tipo de apuestas.
Las abuelas protagonistas del cuento son la materna Lourdes y la paterna Rosa, fieles a San Cono. Por su parte, la suegra María era más apegada a sus instintos. Las tres apostaban al “relancinero” ambulante —oficio desaparecido en esta moderna metrópolis— que vendía sus quinticos o en kioskos o quincallas donde apostaban “tostao” o fiao. Nunca dejaban pasar su suerte, porque “ahora sí…”. Estas eran tu abuela, mi abuela, nuestras abuelas caraqueñas.
Lourdes apostó en los negocitos de las Lomas de Urdaneta, Alta Vista y después en la avenida Sucre de Catia. Cuando llegaba diciembre no fallaba a los riferos porque “de ahí salen los regalos para los nietos”.
Una vez Rosa empeñó un pisacorbata de su hijo Luis y la sortija que un novio le había regalado a Yolma, su hija menor. Luis, a pesar de repudiar las apuestas no fallaba el 28 y el 62… A inicios de los años 50 Rosa jugaba donde el Quebrao Enrique en San Agustín del Sur. También lo hacía donde Jesús Pastrán, quien además era palafrenero en el hipódromo El Paraíso. La dateaba para sellar las mutuales que, por alguna razón cabalística —no caballística—, ella siempre combinaba la 4-1 con la que fuere.
Además, jugaban cartas y “cachito” con los dados mientras esperaban los resultados diarios de la Lotería de Caracas.
María apostaba en su zona E del 23 de Enero, casi siempre en el negocio de Memo, quien con el nuevo juego de los animalitos le apartaba el cupo de “La Paloma” correspondiente al 14, número más jugado de la doña, porque coincidía con la fecha de nacimiento de dos de sus hijas, Iris en noviembre y Rosaura en junio. Al 62 le pusieron “El Llorón”, porque una vez lo pegó con su comadre Aleja y lloraron de algarabía.
Desde el Cielo siguen con el azar y apostando para que la suerte de todos sus seres amados mejore y termine de llevarse el susodicho coronavirus… y que el país enderece el camino y retome su ritmo.
Luis Martín