Micromentarios | El mejor consejo que recibí en mi vida
El camino a la verdadera libertad personal
28/02/23.- En no recuerdo qué fecha de 1988 y durante una conversación que tuve con mi primera esposa, Josune Dorronsoro, sobre las actividades cotidianas caseras, ella me aconsejó aprender a desempeñarlas por si acaso algún día lo necesitaba.
Por supuesto, mi reacción machista fue mover la cabeza de izquierda a derecha y rechazar sus palabras.
–¡No creo que me sirva de algo convertirme en cachifo! –exclamé molesto.
Sin embargo, reflexioné esa noche y durante dos o tres días, y decidí demostrarle, en la práctica, que se equivocaba.
En las semanas siguientes, ella me enseñó a lavar mi ropa, especialmente, la interior; a planchar; coser; poner botones; así como fregar platos y ollas. También a hacer la cama al levantarme o poco después; a limpiar la casa, primero con la escoba y luego con un coleto húmedo; a echar y esparcir cera por el piso; y, finalmente, a pulirlo. Igualmente a manejar la aspiradora sobre los muebles, las repisas y la biblioteca.
Me hizo comprender que la limpieza no se limitaba a las habitaciones y la sala. También incluía los baños y la cocina.
Aprendí a poner orden en las gavetas y armarios, donde guardaba los elementos que constituían mi vestimenta habitual, y, por supuesto, a cocinar y poner la mesa.
Lo único que no asimilé fue la plancha. Aunque me esforzara, los pantalones me quedaban con al menos tres filos, como piezas de vestir diseñadas por Picasso.
Hasta entonces, lo único que yo sabía era hacer el mercado e ir a las respectivas oficinas a pagar las facturas de los servicios. Todo lo demás siempre tuve quien lo hiciera: mi madre, mi abuela, la propia Josune o alguna señora a la que pagábamos para que nos cocinara y mantuviera presentable y agradable nuestra cotidianidad.
Debo decir que el aprendizaje no me resultó fácil, aunque tampoco difícil. Más que un esfuerzo físico, requerí una reordenación psíquica, gracias a la cual logré superar múltiples prejuicios, casi todos relacionados con el machismo.
A medida que me iba haciendo diestro en una cosa y en otra, en lugar de sentir que me convertía en cachifo, curiosamente, sentía que me liberaba de algo. Descubrí que, en verdad, ese conocimiento que siempre había desdeñado constituía el pórtico de la verdadera libertad: la del individuo que toma su vida en sus manos y se hace responsable de ella. A la par, fui comprendiendo y admitiendo –sobre todo esto último–, mi papel de machista explotador hasta entonces y llenándome de vergüenza.
Cinco años antes, cuando nació mi hija Mariana, había aprendido a hacer teteros (biberones), papillas, tres tipos de sopas de vegetales, a cambiar pañales y a lograr que se durmiera cantándole.
Gracias al Jefe que está allá arriba, tuve la fortuna de encontrar quien me rescatara de ese estado de miseria mental en el que –con total inconsciencia– viví las primeras tres décadas de mi vida.
¡Hoy día puedo señalar, sin la menor duda, que el consejo que Josune me dio ha sido el mejor consejo que he recibido en mi vida!
Armando José Sequera