Al derecho y al revés | Recordando a Hugo Chávez

05/03/23.- Por estos días se acerca la fecha de la desaparición física del 47º Presidente de la República, valga decir, del jefe de Estado que quizás fue el más carismático, salvo el Libertador… pero en tiempos de Bolívar no había medios masivos, la mayoría no sabía leer y el formalismo heredado de la Corona española aún existía.

Como sea, me parece justo homenajear al comandante Chávez con quien tuve la suerte de conversar pocas veces, ninguna de ellas en profundidad porque las circunstancias no lo permitieron. Tan justo como homenajear otros jefes de Estado venezolanos que en sus oportunidades sobresalieron en la construcción de un país. Este es un proceso largo que no se hace de la noche a la mañana.

Bien, la primera vez que vi a Hugo, como le gustaba que lo llamaran, estaba prácticamente solo, vistiendo liquiliqui, en una avenida de Las Mercedes, repartiendo su propaganda a los pocos carros que pasaban ese domingo.

Paré mi vehículo y me puse a repartir volantes sin que el futuro Presidente supiera quién lo ayudaba. Ya para irse me preguntó si yo era hijo de DAR y, al contestar afirmativamente, me invitó a una reunión más formal después de enviarle saludos a mi padre, que como abstencionista no apoyaba su candidatura.

En otra oportunidad trabajaba en Vargas a poco de vaguada que introdujo este siglo. Estaba descansando en Camurí Grande —porque mi trabajo era duro— cuando aterrizaron dos helicópteros.

De uno de ellos bajó ya de Presidente Hugo Chávez y al verme nuevamente me preguntó por mi padre. Comparto la anécdota de que el jefe de Estado se sentó en un brocalito y me dijo: “Mano, haz como si estuviésemos conversando, que llevo días sin dormir”, y así se hizo cuando civiles y militares nos dejaron solos.

Hugo Chávez no solo era carismático, sino simpático también.

Luego a menudo el Presidente me llamaba para preguntar por DAR y de esas conversaciones telefónicas recuerdo la seriedad de los oficiales cuando anunciaban con voz de funeraria: “Le va a hablar el Presidente” y la informalidad de Hugo, que siempre terminaba invitándome a jugar bolas criollas, invitación que yo contestaba: “Presidente, usted sabe que yo no sé jugar bolas… Más bien salimos en moto, que es donde mejor me defiendo”, salida que a Hugo Chávez le provocaba risa.

La última vez que conversé con Hugo fue el día que murió mi padre. Estaba cercana la fecha en que el jefe del PSUV con su candidato le ganó a Henrique Capriles. Yo pensaba que eso pesaba mucho para el Presidente cuando me dijo que habría querido acompañarme en el cementerio, pero que las circunstancias lo dificultaban.

Hugo Chávez no pudo acompañar a DAR en el cementerio, pero no fue por la cercanía de su elección —que seguramente sabía iba a ganar—, sino porque estaba muy enfermo. A pesar de que estaba haciendo un esfuerzo casi sobrehumano, terminó su campaña en medio de una lluvia que, merced al carisma del Presidente, convirtió en motivo para fortalecer a sus electores.

Al Presidente Chávez mucha gente lo quiere y añora. Otros lo odian, olvidando que ningún país puede crecer arruinando su pasado, un pasado que el poder lo recibe a beneficio de inventario. En nuestro caso, la sociedad venezolana está obligada a recordar a Hugo Chávez tanto como a Bolívar, a Páez, al pillo Guzmán, a Juan Vicente Gómez, Pérez Jiménez y Betancourt.

Su mejor momento para mí fue en la ONU cuando, en pleno Nueva York, Hugo asimiló al Presidente yanqui, que había hablado en el mismo escenario un día antes, con el diablo porque: “Huele a azufre”.

Al margen de los gustos personales, políticos, sociales y económicos.

Domingo Alberto Rangel


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