Micromentarios│Un superhéroe truncado
04/03/23.- El trastorno de la psiquis padecido por Don Quijote de la Mancha, en la célebre novela que sobre él escribió Miguel de Cervantes, no es infrecuente. No lo fue entonces ni lo es ahora.
Aparte de las numerosas noticias que he leído en mi vida en torno a niños, jóvenes y adultos que lo han sufrido, hubo un caso en mi infancia que me tocó de cerca.
Fue el de un amigo y compañero de estudios con quien compartí un pupitre de doble asiento en tercer grado. Se llamaba José Manuel. Ambos teníamos ocho años y éramos admiradores de Supermán.
Los dos soñábamos con tener superpoderes y enfrentarnos victoriosamente al mal. Él esperaba atrapar malhechores y asesinos. Yo, rescatar chicas hermosas y muy inteligentes que hubieran sido secuestradas o agredidas por facinerosos de toda índole, desde contrabandistas de personas hasta malvados como Flores, Jesús María, otro compañero que se burlaba de nosotros y nos acusaba falsamente de cuanto se le ocurría.
Mi único castigo corporal en la escuela lo sufrí cuando el hermano Mariano —estudiaba en un colegio religioso— me hizo arrodillar sobre dos granos de maíz, frente a una imagen de San José Obrero, en tanto sostenía en la mano derecha, en alto, un zapato viejo y terroso.
Tanto José Manuel como yo temíamos a la kriptonita, aunque nunca la habíamos visto. O, precisamente, por no haberla visto y creer que en verdad existía.
Un día, José Manuel no fue a clases. A media mañana, mi madre fue a buscarme al colegio y, camino a casa, me expuso la razón de la ausencia de mi amigo.
Al comienzo de la noche anterior, se había atado una toalla de baño al cuello, a manera de capa, y se había lanzado al vacío, desde la azotea de su residencia.
Fuimos a casa para cambiar mi uniforme escolar por ropa oscura y luego nos trasladamos a la funeraria donde velaban al que entonces era mi mejor amigo. No recuerdo haber llorado, aunque estaba consciente de que jamás nos volveríamos a encontrar.
Quise verlo en el ataúd y me permitieron hacerlo. José Manuel estaba muy maquillado, supongo que para disimular los hematomas, ya que según oí decir cayó de cabeza. Para encubrir el exceso de polvo facial, le pintaron los labios, lo cual hacía que su rostro luciera grotesco.
Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue que colocaron a ambos lados de su cuerpo unas diez revistas de cómics protagonizados por Supermán, entre ellos, dos que yo le había prestado.
Quise reclamarlas, pero mi madre me indicó que no era adecuado.
Debido a esta experiencia, lo ocurrido con Alonso Quijano nunca ha sido para mí una situación ficcional, sino algo que ha sucedido y, lamentablemente, puede volver a suceder.
Armando José Sequera