Letra fría | Mi querido Daniel González

14/03/23.- Coño, hermano mío, ¿cómo me vas a echar esa vaina?... Llamé a Leonardo Guilarte, mi profesor de guiones, para preguntarle qué puede hacer uno cuando se te muere el protagonista de un cortometraje que apenas comenzaba a rodar. Menos mal que hicimos con Nelson y María Teresa y nuestros celulares un registro tuyo con la muestra del Techo de la Ballena que tienes en tu taller y quedó ese material. Pero tranquilo, mi pana, que ese lo hacemos seguro, como un homenaje de más de cuarenta años de amistad y cuarenta y cinco de tus hermosos amores con Esther, nuestra compañera de la Escuela de Letras, que dieron esa hermosa flor de Daniela, tu hacendosa hija que ha levantado La Sabaneta de Choroní, tu plantación de cacao adonde fuimos tantas veces a degustar tu sabrosa cocina. Inolvidable la pierna de cordero a la menta o, más recientemente, los perniles de Samanbaya, en esa deliciosa casa de los Boulton que disfrutamos tanto con nuestra querida amiga y tanta gente bella. Atrás quedaron aquellos días de París del 83, cuando nuestro pana Caupolicán nos sirvió de cicerone en el Museo del Louvre, que vimos rapidito y se salvó de vaina el retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo, más conocido como La Gioconda, porque el ratón por el día anterior pedía a gritos una cerveza, el cous cous de cordero y la botella de Calvados en Saint-Germain-des-Près.

No me sorprende que tu recuerdo se me antoja como memoria de papilas, porque fuiste un gran sibarita. Esther se reía porque en una larga llamada, días después, yo le decía que, de entre tantas cosas, lo que más me duele es el pernil de Daniel, je, je. Y me río aunque estoy llorando, porque también fuiste un gran jodedor, maestro del humor negro y del juego de palabras. De paso te llevaste el título del único chalequeador que me permití, y de vicepresidente de las rumbagenarias, aquellas fiestas que inventamos con Gandhi, para beber con los amigos antes de su partida, esa hermosa iniciativa que nos trajo la muerte de Cappy Donzella. Que, de paso, nos jodiste el invicto. Fuiste el primer muerto en cinco o seis años que nos hizo posible Santa Teresa tantas veces.

Dolor, como dijo Ernesto Villegas, es lo que quedó de la infausta noticia que descubrí el sábado en la noche, después que llegué de una deliciosa tarde de boleros y me tiré en la cama a revisar el Facebook, y me dio esa sensación de quedarme solo porque mis mejores amigos se siguen despidiendo. Al fragor de los tragos, sentí ganas de irme contigo. Primera ráfaga suicida de mi vida, que rápidamente fue conjurada porque el mejor homenaje que puedo rendirte es seguir vivo y seguir como tú hasta los 88 u 89, y el documental que sí va, pero este espacio se acabó, por ahora, y continuará si las lágrimas me dejan.

¡Un abrazo fuerte, Daniel querido!

 

Humberto Márquez


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