Al derecho y al revés | Otra vez la educación
Como era de esperar, pocos acompañaron a estos héroes del salario enano
Por estos días la educación produce titulares: pero no como para causar emoción por lo novedoso de los planteamientos.
De hecho hemos vuelto a tiempos pretéritos cuando el profesorado todos los años tomaba las calles para exigir mejoras salariales.
Con una variante en este 2022… el motivo que esta vez llevó a pequeños grupos de profesores y maestras a protestar, acompañados de viejos dinosaurios de la política, no fue el aumento, sino más bien una disminución de los ya escuálidos salarios por vía a ignorar derechos previamente acordados.
Como era de esperar, pocos acompañaron a estos héroes del salario enano porque en el fondo el país, a mi juicio, finalmente ha entendido que la tesorería no tiene dinero, que si inorgánicamente lo inventan, como solía pasar los primeros de mayo del siglo pasado, vuelve la hiperinflación, y que ese escenario sería peor para todos los asalariados que somos la absoluta mayoría.
Pero tocar la educación no puede significar el repetir, año tras año, convocatorias a protestas frente al ministerio respectivo, protestas que por cierto los demagogos de la educación no las hacen frente a las instituciones privadas que, si bien pagan algo más que el gobierno, también hacen pasar hambre a los educadores.
Me parece que el debate de la educación debe dejar de lado un pasado que, debido a que solo tomaba en cuenta el salario de los profesores y empleados y nunca la calidad de la enseñanza, permitió que nuestro sistema educativo se fuese degradando, hasta quedar anclado a tiempos que no volverán.
Y ese debate debería aclarar lo que se ha escamoteado desde que irresponsablemente el presidente Guzmán Blanco decreto “la educación universal y gratuita”, sin definir en qué estaba pensando, más allá del aplauso ganado con esa frase vacía.
Durante las monarquías, solo recibían algo que se pudiera llamar “educación” la corte real y los pocos ricos que había.
Y fue la democracia que viendo que para manejar una masa creciente y entonces con derechos, había que educar a los muchachos, no fuese que les diera por levantarse contra el orden.
Y allí comienza nuestro patriótico debate.
La educación, en general, y la nuestra, en particular, adolece de un mal original, y es que la sociedad burguesa al promover universidades comenzó a minusvalorar a quienes no egresaban de esas instituciones. Es decir a los hijos de los más pobres.
Esa necedad, porque lo es, continuó hasta nuestros días, a pesar de que un buen mecánico de autos o un albañil de primera, generalmente gana más que un profesor o que un ingeniero.
Y que conozco gente que alardea de sus posdoctorados, siendo ignorantes como se dice “en varios idiomas” porque la universidad, a diferencia del trabajo, no enseña a pensar.
El problema social estriba en que el bachillerato actual es muy deficiente. Recuerdo que mi difunta esposa les daba clases a estudiantes de los primeros semestres de Ingeniería, que no sabían utilizar la regla de tres.
Aparte de eso, el bachillerato no enseña al estudiante a vivir civilizadamente en democracia, y eso es un error.
No le enseña el funcionamiento de las instituciones básicas, como los poderes del Estado, las gobernaciones y alcaldía, etc.
Tampoco sale el bachiller de hoy con conocimientos básicos para desempeñarse en el mundo y entender desde la geografía del territorio que heredamos de la independencia, hasta la de los países vecinos que algún día pudieran estar tentados a quitarnos uno o varios estados.
Y si nos movemos a las universidades, veremos que son instituciones ancladas en el tiempo, desfasadas en este siglo cambiante, donde para un muchacho que piensa probar suerte en otros países, más vale tener conocimientos de cocina, de mecánica automotriz o como técnico reparador de electrodomésticos, celulares y computadoras, que un título de ingeniero, abogado o economista, refrendado por la inefable rectora de la UCV, mi alma mater.
Y la clave para superar este atraso no es otra que dar libertad. Algo indispensable para que aparezcan pequeñas universidades especializadas, lo que las paquidérmicas instituciones nacionales no hacen.
Ingeniería Genética, Ingeniería Solar, Ingeniería Petroquímica o de Sistemas, son las carreras clave para este siglo.
Pero sobre ese tema no hablan nuestros populistas y demagogos, aunque algunos lleven décadas mencionando “la educación” cuando proponen soluciones a nuestros problemas, pero sin explicar a qué se refieren.
Hasta aquí, por falta de espacio, dejo el debate.
Le toca al presidente Maduro encabezar los cambios que poco a poco, pero sin descanso se deben llevar para que nuestros nietos tengan una educación con maestros excelentes, infraestructuras en buen estado y apoyo de los que puedan estar orgullosos.
Es decir, lo que ahora no tenemos.
Domingo Alberto Rangel