Psicosoma | Espíritu de solidaridad
A mi hermanito poeta Ángel Tovar.
25/04/23.- Cada corazón y mente humanos en estos momentos están más alerta por los efectos del COVID-19, que todavía sigue. Por otro lado, casi siempre escuchamos hablar de la rapidez del tiempo, cuando dicen que hace poco estábamos en Navidades, que las próximas vienen más rápido —yo me anoto al recordar las del 2019 en Costa Rica— y que casi cual ráfaga hemos entrado en el segundo trimestre del año 2023.
La ilusión y el compartir con amistades y familiares en búsqueda de regalos y fiestas no pudieron ocultar las isis y traumas del encierro pandémico. Nadie se preparó y menos los centros educativos —y casi es verdad que nada puede sustituir la vida—, pero de que "vuelan, vuelan nuestras bisabuelas" y, como nada es casual, vivo con mis hermanas brujas de Escazú de Costa Rica.
Casi en obediencia ciega, por "competir" con la muerte, nos enferman al salir compulsivamente a buscar divertimentos y "regalos". Pocos entienden los efectos terribles de la pandemia a nivel psicoemocional (por aquello de que "el ánima no se ve").
Las actitudes defensivas nos coronan y jamás comprenderemos que somos un regalo de la vida y que no tenemos el control de nada. Solo sé que el virus del COVID-19 nos hace "fiesta".
Debería primar el autocuidado y responsabilidad solidaria, la emergencia sanitaria, la obediencia del distanciamiento social. ¿Estamos de fiesta con "la ruleta rusa" y será que se les está cumpliendo su agenda?
Las emociones y contactos humanos son pilares que están en detrimento y siempre han sido un arma milenaria. Muy pocos entienden este casi penúltimo reducto de la sobrevivencia y es casi predecible la ansiedad y angustia del detonante festivo para sobrevivir. Cuál es el miedo, si de todas formas nos morimos todos los días, pero el control emocional y la razón amorosa es culebrera, y la intuición nos alumbra con el autocuidado que debería ser nuestra prioridad. ¿Cómo el amor puede ser disparador de traumas, reflejos y transferencias?
Recuerdo que de las fiestas de burbujas pasamos a las clandestinas y ahora se masificaron y hasta extraña ver a las personas con mascarillas. Somos animales ritualistas e imperfectos, con la bellezura de recaer 'n' número de veces.
Todos extrañamos el contacto físico y afectivo que son necesidades básicas y nos hacen crecer psicológicamente al calor del cobijo de la autoestima y la confianza.
Entendamos algo: esto es el principio de los desastres de mutaciones virales, ecológicas, que en forma directa e indirecta hemos creado con la contaminación ambiental. Ya los sistemas de los Gobiernos han perdido el centro de convocar al cuido globalizado. El caos comienza y está bien que se visibilice el desmadre en todo. En el fondo estructural, la contaminación mundial por el sistema neoliberal predador y consumista es una perlita tánica. Estamos heridos de muerte lenta. Las catástrofes ambientales y la desaparición del agua dulce, de animales, plantas y aborígenes se están produciendo cada nanosegundo y no queremos darnos cuenta.
Nuestras percepciones, gustos y estilos de vida están regulados por dispositivos de los medios comunicacionales y reforzados por las redes digitales. Casi existe un consenso controlado por el grupo al que se pertenezca. Por ejemplo, en los grupos de WhatsApp nadie acepta disentir y es nula la crítica y la autocrítica. Entonces, ¿qué se puede aprender? Así, a vuelo de guáchara (ave nocturna de Caripe, emblemática del Parque Nacional El Guácharo), se ratifica la fuerza grupal del pensar en manada o como borregos. Recuerdo en la cátedra de Psicología social el Group Think del impulso psicológico hacia el consenso a toda costa.
Rosa Anca