Maltrato infantil: una plaga que acecha
Un elevado nivel de instrucción académica no necesariamente implica un antídoto contra el maltrato infantil
26/04/23.- El fenómeno del maltrato infantil no es nuevo. Tiene visos de enfermedad crónica de la humanidad. Ha existido desde tiempos muy remotos y en algunas sociedades se le considera parte del proceso de crianza. Pero no tiene por qué seguir siendo así. Al menos eso es lo que piensan quienes están dando la batalla para combatir estas conductas, que se producen principalmente dentro del hogar.
El 25 de abril se ha establecido como el Día Internacional de la Lucha contra el Maltrato Infantil, una iniciativa que busca crear conciencia sobre la situación que viven los niños y las niñas víctimas de abusos.
Para los organismos internacionales, se consideran maltrato infantil “los abusos y la desatención de que son objeto los menores de 18 años, e incluye todos los tipos de maltrato físico o psicológico, abuso sexual, desatención, negligencia y explotación comercial o de otro tipo que causen o puedan causar un daño a la salud, desarrollo o dignidad del niño, o poner en peligro su supervivencia, en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder”.
Los estudiosos del tema han precisado estas modalidades de maltrato de la siguiente manera:
Maltrato físico: quemaduras, golpes, pellizcos, fracturas o cualquier acción intencional que provoque daños físicos en el niño, sean estos visibles o no.
Maltrato psicológico: cualquier expresión verbal continuada o actitud que provoque en el niño o la niña sentimientos de descalificación o humillación.
Maltrato por negligencia: Falta de protección del niño ante eventuales riesgos y la no atención de sus necesidades básicas, cuando los padres o cuidadores están en posibilidad para hacerlo.
Abuso sexual: ejercicio abusivo de poder de un adulto que implica la satisfacción sexual del victimario en detrimento y desconocimiento de la voluntad del niño.
Como testigos de violencia familiar: cuando los niños y las niñas presencian el maltrato o abuso sexual hacia terceros, sean estos menores de edad, mujeres u otros integrantes de la familia o la comunidad. Los estudios manejan fuertes indicios de que las consecuencias son similares a las que experimentan los niños y las niñas que experimentan la violencia directamente.
Un mal que se reproduce
Uno de los aspectos más graves del maltrato infantil es que, de acuerdo con las investigaciones en diversas sociedades, se trata de un patrón que tiende a reproducirse generación tras generación.
Los pequeños maltratados se transforman en adultos maltratadores en un buen porcentaje de casos, aunque por fortuna, no en todos. Una parte de las víctimas crece, por el contrario, con la conciencia de que esa conducta no debe ser imitada.
Es de esperarse que la educación tenga un efecto positivo en la interrupción de la espiral de violencia intrafamiliar, pero hay mucha evidencia cotidiana de que no es así. Un elevado nivel de instrucción académica no necesariamente implica un antídoto contra el maltrato infantil.
Tampoco el estrato social es determinante en términos absolutos. Si bien es cierto que la pobreza extrema aumenta el riesgo de un trato violento contra niños, niñas y adolescentes, no lo es menos que en niveles medios y altos de ingreso económico se observan casos muy graves de abuso infantil.
La diferencia entre unos y otros grupos radica, quizá, en la forma de maltrato. Los padres y madres con menos educación formal y de estratos más empobrecidos pueden tener mayor tendencia a las acciones físicas, mientras en las familias de profesionales universitarios o de clase media y alta suelen predominar las excesivas presiones, las descalificaciones y la falta de atención directa a los descendientes.
Siempre al acecho
Hay factores que propician el maltrato. Uno de ellos es el abandono paterno, que obliga a las mujeres a “ser padre y madre a la vez”, un concepto que a veces se interpreta como la aplicación de “mano dura” en la crianza.
En ese mismo cuadro, ocurre con frecuencia que una nueva pareja llegue al hogar como figura masculina e imponga su autoridad de manera violenta o abuse sexualmente de los hijos e hijas de la mujer. A veces no hay golpes ni delitos sexuales, pero existe discriminación, pues el hombre solo atiende debidamente a sus propios hijos y no a los hijastros.
En los hogares en los que ambos progenitores deben trabajar, la figura perpetradora de los maltratos puede ser un familiar al que se encarga del cuido de los niños y las niñas o alguien que está presente en el lugar donde pasan el día. En este tipo de casos es frecuente que la víctima sea coaccionada a no delatar al victimario, en particular cuando se trata de abusos sexuales.
Ante la falta de una persona de confianza para el cuido, es frecuente que las madres y los padres opten por llevar a sus hijos al lugar de trabajo, donde pueden encontrarse con adultos malintencionados. Esto es más complicado cuando se trata de trabajos informales, como la buhonería, pues niñas y niños pasan el día en las calles y a menudo son forzados a trabajar.
Con otros matices, estas situaciones también se les presentan a niñas y niños de clases medias y altas a quienes sus padres anotan en todo tipo de actividades extracurriculares (deportes, tareas dirigidas, idiomas, manualidades, etcétera), como forma de “deshacerse” de ellos, un tipo nada sutil de maltrato. En esas actividades, además, pueden ocultarse personas maltratadoras y abusivas.
En suma, la plaga del maltrato infantil acecha en muchos lugares y es deber de la sociedad toda estar alerta para detectarlo, cuestionarlo, llamar la atención de quienes estén incurriendo en ese mal y denunciarlo ante las autoridades.
La violencia divulgada
La presencia ubicua de las cámaras y de las redes sociales en el mundo actual ha hecho sobresalir lo que hasta no hace mucho eran secretos macerados entre paredes: el maltrato infantil.
Es habitual ya ver en Twitter o en otras redes denuncias de violencia contra niños y niñas, debidamente documentadas con videos del acto abusivo.
Como todo lo que pasa por las redes, este tipo de reseñas de la vida dentro del hogar genera interminables polémicas. Aparecen los que piden el castigo legal del perpetrador del maltrato; salen a relucir los que quieren ejercer justicia por mano propia; y se manifiestan los que defienden el “derecho” de la madre o el padre a disciplinar a sus hijos e hijas.
Derivan las controversias hacia lo lesivo o constructivo que fue para los ahora adultos haber recibido una pela con correa, chancleta o vara encabullada. Incursionan en terrenos sociológicos, como el de la fragilidad de la “generación de cristal” y la excesiva permisividad que ha traído consigo la Ley Orgánica para la Protección de Niños, Niñas y Adolescentes (Lopnna).
Con los bemoles típicos de estas discusiones en redes, es esperanzador que el tema se divulgue y se ventile. Después de todo, es la reflexión personal y el debate colectivo el que puede producir algún cambio positivo y lograr que estos casos no terminen siempre entre susurros, en el hospital o en la morgue.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS