Araña feminista | Cultura de la violación e infancias
08/05/2023.- ¿Puede alguien sospechar de un padre, de un tío, de un hermano, de un abuelo? ¿Cuestionar la confianza de un maestro, de una autoridad religiosa o de un tutor a quien le ha confiado su hij@?
El abuso sexual en las infancias y en la adolescencia no distingue de clase socioeconómica, creencias religiosas ni políticas. Sucede en poblaciones rurales y urbanas. No tiene edad, etnia, color de piel ni profesión u oficio. Cualquier niño, niña y adolescente puede sufrir alguna forma de agresión sexual; y cualquier persona, independientemente de su profesión, nivel académico, estatus económico, creencia y práctica religiosa, puede ser un violador.
Según datos del Ministerio Público, se registraron en el país 1024 casos de violencia sexual contra la niñez y la adolescencia en los primeros diez meses del año 2022. En la mayoría de estos sucesos el agresor era parte del grupo familiar de la víctima o una persona muy cercana a ella.
El informe elaborado sobre abuso sexual en las infancias por la fundación Habla (2018) menciona que, en relación con el lugar donde ocurren los hechos, "el 50 % de los casos consultados fueron perpetrados dentro del hogar de la víctima", seguido por la escuela en un 6,86 %. Respecto al nexo, el mayor número de agresores fueron familiares de la víctima y/o conocidos (amigos de la familia, vecinos, familiares políticos, maestros, curas o sacerdotes).
De acuerdo al representante especial sobre violencia contra los niños de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)
la violencia sexual contra los niños y las niñas está envuelta en el silencio y el estigma, sustentada en normas sociales perjudiciales y la desigualdad de género. En consecuencia, muchas víctimas nunca cuentan su experiencia ni buscan ayuda. Los motivos son variados, pero pueden incluir: miedo a las represalias, incriminación, culpa, vergüenza, confusión, falta de confianza en la capacidad o la voluntad de los demás de ayudarles y desconocimiento de los servicios de apoyo disponibles.
En nuestra sociedad venezolana están vigentes todos los mitos de la cultura de la violación, porque no hemos desmontado lo simbólico, nos negamos a ir a la raíz. Nuestro tejido social sigue siendo permisivo e indiferente ante estos crímenes contra la niñez y contra la humanidad. Por tanto, son insuficientes las acciones positivas del Estado, por más voluntad que exista de aplicar las leyes.
Y es que en el hogar, en la escuela y en las iglesias, a las mujeres se nos educa desde niñas para decir sí aunque NO queramos, para quedarnos calladas ante situaciones abusivas, para perdonar la violencia que recibimos; así como se nos impone el no levantar la voz, ocultar la incomodidad, la rabia y el enojo frente a escenarios que nos son violentos. Se nos refuerza la permisividad, el sacrificio y la abnegación como cualidades positivas "propias" de las mujeres. Ser dóciles es nuestra virtud. Por eso, la línea que traza el consentimiento es tan privilegiadamente difusa para muchos. No somos educadas para poner límites. Al contrario, se nos educa para ser violentadas. Estos son los mandatos de género. Esta es la violencia simbólica.
El llamado al Estado es a promover y garantizar una crianza y una educación libres de estereotipos y mandatos de género, a poner el foco en los agresores. A la sociedad, el llamado es a creerles a l@s niñ@s cuando deciden denunciar, a acompañar a las madres y familiares solidarios con est@s y a repudiar estos hechos con firmeza; porque la culpa es siempre del violador.
Gabriela Barradas