Crónicas y delirios | Última página, un libro de Cronicuentos
Una mezcla literaria de realidad y ficción, o una amalgama de periodismo y literatura
En la reciente Feria del Libro de Caracas y bajo el sello editorial de El perro y la rana fue presentado el volumen de mi autoría Última página. Cronicuentos, a cargo de Roberto Malaver, fraterno compañero de lides escriturales y humorísticas.
Los cronicuentos son, como lo indica su nombre, una simbiosis de crónica y cuento; en otras palabras, una mezcla literaria de realidad y ficción, o una amalgama de periodismo y literatura. Cierta noche de duermevelas vislumbré tal apelativo para nombrar estas narraciones inspiradas en noticias de prensa, y como soy de quienes sostienen que si algo no está en Internet no existe, ahí encontré el hallazgo: en 1963, Antonio Domínguez Hidalgo, maestro de escuela, cuentista y cantautor mexicano, utilizó por vez primera el nombre de cronicuentos en su libro de relatos Volanterías, seguido después por otros autores del mismo país.
Los textos incluidos en Última página se encabezan con el titular de un supuesto periódico o medio de comunicación. Dichas noticias, sorprendentes quizás para quienes no están inmersos en los ámbitos de la violencia, poseen una base real, pero ficcionada en cuanto a personajes, sitios, ocurrencias anecdóticas y precisiones temporales, lo cual hace de los cronicuentos materia narrativa sin desvirtuar la verídica sustancia que les dio origen.
En relación con los lindes entre crónica y cuento, García Márquez expresaba con su sabia sencillez que una crónica es un cuento que es verdad, evitándonos las arduas definiciones y clasificaciones. En la literatura universal existen diversos ejemplos de narraciones basadas en las noticias rojas de los periódicos, aunque hay dos (¿croninovelas?) que resultan memorables: A sangre fría, de Truman Capote; y Crónica de una muerte anunciada, del mismo Gabriel García Márquez, obras modélicas en su género.
La violencia es captada en Última página como una cotidianidad dura, dolorosa e injusta, aunque sin exagerados regodeos dramáticos, discursos éticos o interpretaciones sociológicas; y que tienen en el rescoldo expresivo algo de ironía existencial, como si el ímpetu de la cotidianidad tratara de habituarnos a los parajes del furor. Y al final de los relatos, incluyo 100 titulares de prensa para que todos se animen a escribir sus propios cronicuentos.
Termino con el texto que encabeza el libro, hoy dedicado a los lectores de esta columna:
«Supuesta víctima confesó que obrero linchado no era violador (El Heraldo dominical)
»El griterío, en volumen fogoso, subió por los vericuetos del sector “H” de La Nada, un barrio de barriales al oeste de la capital. Decibeles alarmantes, alboroto en cadena, terrores sin freno. Hablaban de un violador que se había metido en el cuarto de una ninfa de catorce años (Ligia del Carmen para más señas específicas, y sola para más agravio).
»La manifestación irguió su búsqueda y, como en cualquier favela del mundo, los resultados fueron casi instantáneos. “Es el número 14, la niña se encuentra ahí, debe hablar”. La cámara de Pasolini –de hallarse entre la anécdota– hubiese atestiguado la indignación de la comunidad, las nuevas lágrimas de las mujeres viejas, el arrebato vuelto consigna y un cielo de nubes angostas.
»(La cámara virtual enfoca a una Ligia llena de pequeños silencios, que muestra las pruebas del estropicio: la falda rota, dos moretones en los brazos. En primer plano, un jergón; detrás, varios afiches del cantante Ricky Martin. Paneo de los detalles del cuarto, ruido de un celular, groserías en sonido de fondo).
»“¿Quién fue, Ligia del Carmen?”, preguntó la anciana mayor. “¿Quién fue, quién?”, repitió el coro de La Nada. La muchacha, tras una palidez infinitesimal, dejó caer el nombre de Gervasio.
»Fuenteovejuna hizo el retrato humano e inhumano de Gervasio: “Cincuenta y cuatro años, aunque representa sesenta y cuatro; obrero de la construcción desempleado, sin amigos ni esposa, detenido una vez por pelear en la calle; oriundo de Cali, analfabeto, individuo de pocas palabras y mirada extraña”. Alguien del otro hatajo de ranchos agregó: “No creo que sea mala persona”.
»La venganza, sedienta, se apoderó de la turba. Corrieron los hombres tras una sombra o un destello; hurgaron las mujeres debajo de las piedras; jugaron los niños al vocerío falso (“¡Se parece a Gervasio… pero no es!”). La noche enardeció el tumulto, o tal vez tuvo culpa el calor; ya nadie se atreve a confirmarlo porque la ley de La Nada impide autoflagelarse.
»De repente, Gervasio apareció en escena. Estaba al lado de una escalinata, fumando, como si entre el humo esperase a los verdugos. Ligia del Carmen lo señaló (y juzgó) a punta de gemidos. Las explicaciones de Gervasio, sin comas, no se apreciaron: “Ella inventó la violación para robarme mi reloj mi cartera una plata una cadena”; y entonces la multitud estableció su sentencia inapelable (y ominosa): golpes, puñaladas, un ojo líquido por el suelo, las costillas en sismo de grietas, los pies al contrario del cuerpo, sangre para no olvidar, sangre para los anales de La Nada.
»Cuando se llevaban a rastras los despojos, Ligia del Carmen vio hacia las alturas y se asustó. Temblaba, la lengua le partía en balbuceos las palabras, hipeaba, se sacudía; y así, atropelladamente, dijo: “¡Gervasio era inocente, Dios me perdone!”».
Igor Delgado Senior
Última página. Cronicuentos puede ser descargado de manera gratuita en el siguiente link de la Editorial El perro y la rana:
http://www.elperroylarana.gob.ve/ultima-pagina/