Letra fría | Los 70 (I parte)
De los pocos lugares comunes que me gustan es aquel que expresa que la mejor edad es la que tienes. He disfrutado cada una de ellas, pero la más sabrosa quizás fue la década del 70. Me gradué de bachiller a los 17; precisamente en julio de ese año; viajé por primera vez a Estados Unidos; le di la vuelta a los Andes en auto, stop con Juan Antonio Crespo; estudié un semestre de Veterinaria para complacer a papá, luego por unas fotos indiscretas me mandó a estudiar a la Universidad Javeriana de Bogotá, donde fui rico por tres años, vacacioné en Cartagena en casa de Marcel Lemaitre, conocí a mi querida Dilcia, madre y abuela de mi descendencia, me casé con ella, tuve mis primeros hijos, Ligeia y Marcel, estudié Letras en la UCV, comí parrilla argentina en el Tropical Room cuando cobraba la beca, bebí que jode en La Bajada, aquel memorable bar de Sabana Grande, y en El Gato Pescador, el Tic Tac de Susy, El Viñedo, El Gran Café, La Vesuviana, el Chicken Bar, y en mi querido Tío Pepe de Regino Batallán, que nunca me cobró por una nota que escribí con Víctor Suárez, y decía que él debería pagarme por visitarlo. ¡Así sería esa nota! Jajaja, hice una maestría en la USB y, en general, fui muy feliz y lo sigo siendo.
Los 60 fueron bien buenos también, me metí mi primera pea a los siete años en Judibana, con Luis Pimentel en el bautizo de Nitzú Yamarte, se descuidaron los adultos y bebimos whisky Ancestor con Pepsi Cola, estudié primaria y primer año con Los Hermanos Maristas, papá me mandó interno al Liceo Militar Jauregui donde estudié segundo año, ya en tercero me fugué y lo terminé en los Maristas, me botaron por mala conducta y terminé el bachillerato en el Colegio Gonzaga, un hermoso episodio de mi vida de estudiar en un colegio a la orilla del lago de Maracaibo. ¡Colegio con playa, se imaginan!, me enamoré de Tatiana, una bella meretriz de La Zonita, amanecí varias veces en la Feria de La Chinita, y también fui muy feliz.
De los 50 no me acuerdo mucho, pero nunca olvidaré una muchachita de moñitos que vivía en la quinta de la esquina, Evajul se llamaba la casa, y la carajita terminó siendo Dilcia, a quién conocí por fin en Bogotá. Llamó un día preguntando por Alejandro Higuera, mi compañero de apartamento y le dije él no está, pero estoy yo. Y nos quedamos hablando dos horas! Jajaja.
¡Esta historia continuará!