Vitrina de nimiedades | Recuerdos impetuosos
27/05/2023.- Tienen vida propia, se activan a su antojo y pueden ser un problema si el propietario de esas vivencias no administra con criterio su sensibilidad.
Cuando uno escucha o lee: "Recordar: volver a pasar por el corazón", a lo Galeano, es casi inevitable sentirse envuelto por la poesía. Evocar lo pasado es visto como un ejercicio glorioso, no importa si provoca alegría o amargura. Volver a los recuerdos es una forma de decirle al mundo que hemos existido y en esta vida alguna huella se ha dejado. Pero, a veces, eso no tiene nada espléndido. Puede ser un problema y no faltará quien quiera dirimir diferencias, si lo amerita, ante la justicia.
Esta semana, medios internacionales reseñaron la peculiar demanda que un ciudadano interpuso en Colombia. Acusa a su vecino por colocar canciones que hacen recordar al agraviado su reciente ruptura amorosa, provocada por la infidelidad de su antigua pareja. La excesiva reproducción de canciones como El santo cachón eran un taladro en el alma del hombre ofendido, no sabremos si más dolido en su ego masculino que en su corazón amante.
Quedará en manos de un juez ver si las listas de reproducción del acusado, llenas de imágenes retóricas que solo hablan de cuernos, gente humillada y amistades que no eran tales, fueron una coincidencia musical desafortunada o una estrategia de burla bien tramada. Aunque parezca risible, estamos ante un problema más común de lo imaginado: los recuerdos tienen vida propia, se activan a su antojo y pueden ser un problema si el propietario de esas vivencias no administra con criterio su sensibilidad.
Salvo los seres alados e iluminados, dotados de autocontrol y una especial magia para no perder jamás la paz, casi todos tenemos una reserva de recuerdos que se activa con una risa, un olor, una palabra o una melodía. A mí, por ejemplo, la famosa marimba de Radio Rumbos, esa que tanto escuché allá en los años noventa, me recuerda a los almuerzos familiares. Es uno de mis más genuinos recuerdos de infancia y adolescencia.
Así como conectamos con lo bueno a través de estímulos tan simples, también nos enganchamos con momentos, personas y lugares que aborrecemos. Ese rostro que nos recuerda al "amigo" que quedó debiendo la dignidad, esa comida que antecedió a una malvada noticia, esa canción sonando en cualquier esquina que nos deja clavados reviviendo la decepción… De vez en cuando pasa y no podemos controlarlo.
Todos hemos sido alguna vez la persona que llora en un autobús mientras suena esa canción que nos revuelve el alma, ese ser que no vuelve a los sitios que huelen a dolor, ese humano reñido con ciertos sabores impregnados de amargura. Todos hemos chocado con el mundo, tan lleno de estímulos, tan vivo, tan autónomo.
Quién sabe si el demandante engañado tendrá suerte. Por ahora, hay un vecino con sus listas de reproducción en pausa y un juez dándole la vuelta a la ley de recuerdos impetuosos.
Rosa E. Pellegrino