El 26-M en la UCV cayeron mitos y máscaras

Jornada electoral de la UCV en vez de salto cuántico terminó siendo una caída de platanazo

Estudiantes solicitaron la dimisión inmediata de García Arocha.

 

30/05/23.- Hay oportunidades históricas que se echan por la borda y sólo terminan siendo útiles para los humoristas. Por ahora, ese el caso de la jornada electoral de la Universidad Central de Venezuela del pasado viernes 26 de mayo: debió ser un salto cuántico y terminó siendo una caída de platanazo.

Sobre todo, se cayeron muchos mitos y muchas máscaras.

Uno de los mitos caídos es el de la capacidad técnica de una arrogante élite académica para hacer unas elecciones limpias, modernas, justas y "creíbles", palabra esta última impuesta por el injerencismo del norte global y su pareja inseparable, el pitiyanquismo y el eurocentrismo de nuestra derecha.

Jubilados, egresados, personal obrero, empleados y estudiantes abarrotaron pasillos de la UCV.

 

Esgrimiendo la autonomía como una licencia para actuar al margen de las leyes y de la institucionalidad nacional, la camarilla encabezada por la rectora Cecilia García-Arocha se negó a realizar elecciones durante más de una década, a pesar de ser un mandato de la Ley Orgánica de Educación y de que el Tribunal Supremo de Justicia emplazó a la universidad a elegir autoridades sobre las nuevas bases establecidas en esta normativa.

Ahora, cuando finalmente accedieron a hacerlas, convirtieron lo que parecía ser un momento estelar en la escena de una deplorable opereta.

La élite prepotente no quiso solicitar apoyo del Consejo Nacional Electoral, reivindicando su condición de Estado dentro del Estado, aunque la UCV vive de los fondos públicos y vaya que esa élite los ha usufructuado. Con desdén, los voceros declararon que ningún organismo auxiliar de "la tiranía" iba a enseñarles a ellos, excelsos arquetipos de la democracia, cómo elegir autoridades.

Y entonces pusieron la gran torta.

Autoridades ucevistas no encontraban cómo dar la cara al país por la megatorta.

 

Miles de obreros, empleados administrativos, estudiantes, profesores, personal jubilado y egresados llegaron desde bien temprano a votar al renovado campus de la UCV, muchos de ellos atraídos por la posibilidad de participar y de que su voto –por primera vez- tenga algún peso, gracias a lo que establece la ley vigente y que la camarilla se ha negado a acatar.

Los votantes formaron largas filas en los pasillos y recibieron las "chuletas" de los candidatos a rector. Incluso, uno de ellos, Amalio Belmonte (integrante de la corte de la reina Cecilia), se paseó por las colas, saludando con gestos pontificios.

Votantes eperaron con mucha paciencia la apertura de las mesas, que nunca sucedió.

 

Para jubilados y egresados fue una oportunidad de volver a ver a gente con la que compartieron vivencias, luchas, afectos y desafectos. Esto es algo extraordinario, que habitualmente sólo pasa en los velorios. Pero esta vez, por fortuna, nadie había muerto (hasta ese momento, porque luego perecerían tragicómicamente las elecciones).

Ese reencuentro tuvo su parte de safari político: veías pasar a un viejo camarada y cuchicheabas con tus compañeros de cola acerca de su actual preferencia. "¿Sigue siendo nuestro o se volvió escuálido?". Y uno de los compañeros te respondía: "Es escuálido, pero él dice que es de la auténtica izquierda guevarista".

El primer rato se pasó suavecito porque había mucho chisme que intercambiar, pero el panorama empezó a enturbiarse alrededor de las 10, cuando ya el proceso tenía un retraso de dos horas. "Si las elecciones las hubiera organizado el CNE y estuviera pasando esto ya hubieran quemado alguna máquina y sería noticia mundial", dijo un joven egresado de la Escuela de Historia.

La gente se entretuvo en la cola revisando celulares y charlando con amistades.

 

Mucha gente tuvo que retirarse sin votar porque, como lo explicó muy gráficamente una colega periodista, "estamos en tiempos en los que mono no carga a su hijo, y si lo carga es por un ratico". Ella está ya pensionada, pero si quiere sobrevivir tiene que trabajar horario completo y matar varios tigres.

Llegó el mediodía y en las pocas mesas donde se había abierto el proceso fue necesario interrumpirlo porque el material electoral se acabó o estaba mal compaginado. Alguien propuso hacerle un desagravio a la doctora Tibisay Lucena, recientemente fallecida, a la que se cansaron de acusar con argumentos falsos y por fallas que nunca ocurrieron.

En la tarde, entre rumores potenciados por las redes sociales, se anunció la suspensión de las elecciones, algo que -hay que reiterarlo- si hubiese ocurrido bajo la supervisión del CNE habría sido motivo para que se pronunciaran ipso facto Biden, Almagro, Guterres y Borrell.

Siguieron cayendo caretas. La Comisión Electoral salió a escena y declaró problemas logísticos, algo bastante triste como excusa, viniendo de un organismo técnico de la primera universidad del país, de la que egresan ingenieros, informáticos, estadísticos, matemáticos, politólogos, sociólogos y otros especialistas muy capaces.

Comisión Electoral de la UCV manifestó que elecciones se realizarán el 9 de junio.

 

Varios de los candidatos e integrantes de los comandos de campaña rechazaron el subterfugio de la Comisión Electoral, exigieron su dimisión y que se investigue a fondo el asunto, pues en la jornada fallida se dilapidaron 50 mil dólares (otras versiones dicen que 70 mil), que fueron aportados por el Estado venezolano.

Otros, en cambio, se pusieron antifaces, entre ellos los dirigentes de la Federación de Centros Universitarios, niños consentidos de la rectora saliente que se vieron impelidos por las circunstancias a armar un berrinche contra la señora, exigiéndole la abdicación (como corresponde a una monarca).

Ella, que no usa máscara alguna (nadie, en su sano juicio, se disfrazaría adrede de Cruella de Vil), les respondió como lo que es: una déspota eternizada en su cargo.

Al cierre de ese día que pudo ser histórico, se cumplió a cabalidad una tarea en la que las comisiones electorales de la derecha nunca fallan: hicieron una hoguera para quemar todo el material electoral utilizado en el abortado proceso. Un ademán loco con el que le quisieron otorgar un aura épica al lamentable fracaso.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ


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