Vitrina de nimiedades | Territorio influencer
Solo necesitas llamar la atención para ser considerado capaz de convencer a masas enteras
03/06/2023.- Un formulario en línea podría ser un simple paso que olvidaremos tan rápido como demos clic en "Enviar". O eso pensaba yo hasta hace unos meses, mientras llenaba uno. En una pregunta, debía elegir un conjunto de ocupaciones a las que deseaba dedicarme. En la lista, puesta por diabólica casualidad, aparecía la opción "Influencer".
Esa casilla quedó descartada para mí, más por sorpresa que por simple elección. ¿Influenciar a un grupo puede ser un simple oficio? ¿No es más bien el resultado de un trabajo mayor, un objetivo superior? ¿Quién nos unge con semejante poder? ¿Esa nueva forma de conquistar el mundo realmente puede ser una profesión del mañana? ¿Quién lo decreta? ¿Quién lo confirma?
A esas dudas, solo queda claro que el término “Influencer” dejó de ser un término de marketing digital para ponernos en otros aprietos. Ya no es una persona con una legión de seguidores haciendo cosas para atraer a más gente, lista para vendernos en medio de sus videos algún producto o servicio que, ¡oh, sorpresa!, no sabíamos que necesitábamos hasta ese momento. Ya es alguien que asume como su papel decirnos: “En esto debes pensar”.
Esta aspiración no es nueva: ya unos cuantos políticos, intelectuales y artistas probaron su suerte como líderes de opinión. Primero vino la notoriedad; luego, el estatus de persona influyente. Ha servido para la publicidad, la política, la economía y las expresiones “clásicas” de la cultura. Pero hoy asistimos a un nuevo estadio: no se necesita de lo anterior, sino dedicarse a llamar la atención para ser considerado alguien capaz de convencer de algo.
Que antes existieran líderes de opinión no quiere decir que fueron totalmente eficaces y obraron para bien. Pero hoy los límites entre la capacidad de influir y el riesgo de afianzar aún más tabúes, estigmas y falacias es mayor. Una gracia puede convertirse en una herramienta contra un sector vulnerable, un reto viral puede terminar en un serio riesgo de salud y una acción en nombre de la justicia sirve finalmente para aumentar la desigualdad.
Basta buscar afuera un ejemplo para sopesarlo. En Brasil, una pareja de influencers fue acusada esta semana de “racismo recreativo”, al difundir un video en el que ofrecen regalos o dinero a niños de tez negra. En Estados Unidos, hace tres meses, otro grupo de influenciadores fue demandado por haber incentivado la inversión en un esquema de criptomonedas considerado fraudulento. Muchos otros ejemplos se pueden conseguir, pero el punto de inflexión es el mismo: sin consideraciones éticas básicas, influir parece tan fácil como riesgoso para el diálogo público.
El mundo digital nos ha simplificado demasiados conceptos. En algunos casos, para afortunado bienestar. En otros, para hacernos más difícil y compleja la convivencia colectiva. La viralidad puede venir desde lo más primario, pero también puede servir para seguir ocultando discusiones pendientes y mantener el estatus quo de ciertos sectores. Qué vasto y movedizo es el territorio influencer.
Rosa E. Pellegrino