Micromentarios | La comida vegetariana en el aire
06/06/2023.- La comida vegetariana en los vuelos intercontinentales o entre países de nuestro continente es, por lo general, triple D: desabrida, desvaída y detestable.
No solo carece de buen sabor, sino de sabor en general. Es pálida, como si sus ingredientes los hubiesen cultivado mucho más allá de Plutón y jamás hubiesen recibido un rayo de sol.
Basta mirarla para sentir repulsión.
Pese a esta aversión, hay que pensar que es lo único que comerás, porque el vuelo es de ocho o más horas. Te la tienes que comer sí o sí y, aunque con náuseas y los ojos cerrados, nada más te queda gritar: "¡Banzai!", y lanzarte sobre el plato en modo kamikaze.
La comida vegetariana de avión consiste casi siempre de muestras gratis de arroz o papas, más algunos vegetales hervidos o al vapor. En nuestro continente no faltan las vainitas y uno o dos arbolitos de brócoli, ambos blancos, como si hubieran sobrevivido a cinco diluvios universales.
Le acompaña una ensalada cuyos componentes están mustios, a menos que uno viaje en primera clase.
En vuelos intercontinentales se repiten con sádica insistencia unos espárragos que, de no ser porque alguna vez los he comido, supondría que son siempre los mismos. Para que quien lee se haga una idea de cómo son, imagine los tentáculos de un pulpo verde que fueron disecados hace varios meses para enviarlos a un museo de naturalezas muertas.
Su sabor, ya que advierto que también desea imaginarlo, es el mismo que el de una manguera de polipropileno sometida a barbacoa, bajo tierra extraída de una mina de grafito.
Su consistencia es parecida a la del tallo de una planta carnívora marchita.
Las ensaladas crudas, si vas en clase turista, parecen extraídas cuando menos de alguna cámara secreta de las pirámides egipcias. En primera clase, son de primera clase. De hecho, son tan frescas aquí que los ingredientes dan la impresión de haber sido cultivados en las propias nubes.
Como eres un vegetariano confeso, en las líneas aéreas suponen que no comes postre y, por lo tanto, te escamotean la habitual galletita con chocolate o el flan de vainilla.
En su lugar te entregan un pequeño envase con trozos de lo que en los estudios de Antropología prehistórica consideran frutas de la Antigüedad.
Generalmente, se trata de un fragmento de lo que una vez fue piña, más otro pedacito de vetusto melón y una infaltable fresa que hace décadas olvidó haber sido de color rojo. Ignoran que los vegetarianos ingerimos las frutas antes del resto del condumio. Para nosotros, es una especie de protector gástrico natural.
En varios viajes he recibido este envase con frutas que parecen haber sido convocadas allí para celebrar su primer centenario. Faltan, claro está, el pastel y las cien velas, pero más nada.
Tales segmentos de frutas, vistos objetivamente, dan la impresión de haber recibido no una, sino varias extremaunciones, antes de ser servidos.
En fin, que ser vegetariano y viajero aéreo no es compatible, a menos que usted esté dispuesto a convertirse en carroñero de plantas.
Armando José Sequera