¡Ah, mundo, llegó la fiesta del tamunangue!

El tamunangue se conoce también como “sones de negros”. Foto: Referencial.


San Antonio de Padua tiene la reputación de conseguir tanto objetos perdidos como buenas parejas y también intercede en problemas de salud

 

13/06/23.- En la tierra más musical de Venezuela, el estado Lara, en junio resuena una de sus expresiones más genuinas: el tamunangue, una tradición en la que confluyen rasgos de todas nuestras raíces, en especial la de la afrovenezolanidad. ¡Ah, mundo!

Se trata de una manifestación cultural autóctona de esta región que se gestó de la misma manera que muchas otras consideradas sincréticas (una mezcla de diversas culturas y creencias religiosas): los hombres y las mujeres bajo régimen de esclavitud se mantuvieron fieles a sus cantos, bailes y rituales, pero asumieron a un santo cristiano como su figura de culto. 

En 1609 fue conformada la cofradía de San Antonio de Padua, por el reverendo fray Antonio de Alceza, con sede en el Convento de San Francisco. Era una hermandad para morenos y esclavos, dice la ilustre historiadora Ermila Troconis de Veracoechea en Historia de El Tocuyo colonial.

En este caso, el sincretismo cristalizó alrededor de San Antonio de Padua, un portugués franciscano (originalmente agustino), cuyo nombre secular fue Fernando Martim de Bulhões e Taveira Azevedo, que vivió entre 1195 y 1231, ejerció su sacerdocio en diversas ciudades, pero dejó su huella más firme en Padua, ciudad al norte de Italia. 

No fue un cura cualquiera. Es doctor de la Iglesia, proclamado en 1946 por el papa Pío XII, debido a sus aportes al desarrollo de la fe católica y a sus facultades para interpretar la doctrina.

Por su origen étnico, San Antonio no era de piel oscura. Pero en Lara lo es, al menos de nombre, pues le llaman “el Santo Negro”. Incluso, la imagen de Curarigua tiene sus rasgos negroides. No llega a ser un afrodescendiente nato, como San Benito de Palermo o como algunas representaciones de San Juan, pero al parecer, con tanto baile de tambor, ha ido volviéndose afro.

Y es que la danza con la que los esclavizados de otrora comenzaron a honrar a San Antonio,  el tamunangue, se conoce también como “sones de negros”. No es casualidad que haya florecido en esa fértil región, donde las plantaciones de caña de azúcar del tiempo colonial requirieron de mucha mano de obra esclava.

“Se da un fenómeno cultural de incorporación de elementos de lo español, lo indio y lo negro. En este último sobresalen el tambor, el ritmo, la cadencia y la picardía, para no decir la sensualidad toda”, acota Marco Tulio Mendoza, profesor jubilado de la Universidad Centrooccidental Lisando Alvarado.

El momento estelar del tamunangue es el 13 de junio, fecha en la que se conmemora la muerte de San Antonio de Padua, pero los larenses no necesitan esperar un año para armar la fiesta. Cualquier oportunidad es buena para pagar una promesa al patrono, cuando se ha recibido el favor solicitado. Este santo tiene la reputación de conseguir tanto objetos perdidos como buenas parejas y también intercede en problemas de salud.

Igualmente es frecuente que los sones de negros resuenen en los actos fúnebres de creyentes y cultores que hayan pedido ese tipo de despedida.

Conocedores de las muy diversas manifestaciones de la cultura popular venezolana afirman que esta es una celebración peculiarmente alegre, tanto por los conocidos talentos musicales de los larenses como por el colorido espectáculo del baile, los trajes, las flores, los adornos en las calles y los altares, el tañer de las campanas y la profusión de fuegos artificiales.

No es una fiesta en la que cada quien hace lo que le venga en gana. Se rige por un estricto orden que las comunidades van traspasándose de generación en generación.

Todo comienza con la elaboración de los altares, en la que se utilizan flores, velas e inciensos. Sigue con el velorio, que se inicia con una versión de la oración católica de la Salve, pero en forma de décima y con tonalidades características de la música larense. Se cumplen todas las partes de una típica misa, se le agrega la entrega del pan de San Antonio, una tradición que también se practica en otras latitudes y que consiste en dar alimento a personas necesitadas.

Después de la misa comienza la procesión. San Antonio va custodiado por los batalleros con sus garrotes cruzados y por los músicos, que cantan frases en forma de cuartetas dedicadas a las virtudes del santo y a las habilidades de los batalleros. 

El baile se compone de ocho sones con nombres muy pintorescos: la batalla, el yiyivamos, la bella, la juruminga, la perrendenga, el poco a poco, el galerón y el seis figuriao. De todos los sones, el que ha tenido la mayor proyección individual ha sido la bella. Muchos recordarán el coro de La bella del tamunangue (“¡A la bella, bella y bella va!”), a cargo nada menos que del Quinteto Contrapunto. 

Cada pareja debe ejecutar un protocolo: dirigirse al altar, tomar las varas que allí se encuentran, inclinarse ante el santo, persignarse e iniciar el baile siguiendo las instrucciones de los cantores, algunas de ellas cargadas de picardía. Luego deben entregar la vara a la pareja siguiente. 

En el baile del tamunangue, las mujeres visten faldas muy coloridas (para ellas están prohibidos los pantalones). Los hombres se presentan con liquiliqui o pantalón kaki o jean, franela y sombrero. Todos calzan alpargatas.

En los primeros seis sones, las parejas salen una por una. En los dos últimos, varias parejas bailan simultáneamente. Los coreógrafos han determinado que hay más de 30 pasos diferentes en el seis figuriao, incluyendo intercambio de parejas, figuras en trío, cuarteto y ruedas en las que participan todos los bailadores. 

Cuando los cantadores quieren subrayar que van a un descanso o que se acabó la fiesta, lo dicen también cantando: Hasta aquí me trajo el río / la corriente 'e la quebrá / atención a los batalleros / voy a parar de cantar”.

 

Datos tamunangueros

  • La expresión cultural nació entre El Tocuyo y Curarigua, pero se expandió a Barquisimeto, Carora, Cabudare, Sanare, Duaca y más allá de las fronteras del estado Lara, a Falcón, Guárico, Portuguesa y Barinas.
  • Hay consenso en que no es sólo una manifestación musical, sino también un ritual religioso. Tiene componentes indígenas y europeos, con fuerte acento en lo africano. 
  • La creatividad de los cultores se expresa en versos, música y un género de danza muy teatral.
  • El Instituto del Patrimonio Cultural (IPC) lo reconoce como una de las manifestaciones culturales más completas de Venezuela, por lo que fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación.
  • El origen de la palabra tamunangue es objeto de polémica entre los cultores y estudiosos. Algunos afirman que deriva del tambor característico de este baile, al que llaman tamunango o cumaco. Otros dicen que esa denominación no es original de las poblaciones larenses. En todo caso, se trata de un instrumento de percusión en la que el ejecutante se coloca a caballo y golpea el cuero con las manos.
  • Según cultoras como Ana Díaz, la batalla que se escenifica entre dos hombres armados de garrotes es una simulación que hacían los negros de los combates de esgrima de los propietarios de las haciendas, por eso hay similitud con algunos  movimientos de esta actividad, convertida luego en deporte.

CLODOVALDO HERNÁNDEZ / CIUDAD CCS


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