Palabra rota | Miguel Mendoza Barreto
Escritor homenajeado en 18ª Filven, en Monagas
20/06/2023.- Miguel Mendoza es un hombre de la palabra y, como tal, ha recorrido los diversos caminos que la palabra indica. Lo conocemos especialmente como poeta, quizás porque en ese género ha escrito la mayor parte de su obra, pero hay sorpresas, y no es la menor de ella descubrir que Miguel Mendoza es al mismo tiempo un excelente narrador. Confieso que no conocía esta parte de su obra. El que sean textos publicados hace ya muchos años no facilita el acceso a unos libros que terminan por convertirse en tesoros ocultos esperando ser redescubiertos.
Con relación a su poesía, más allá de la maestría en la utilización del verso, más allá de los recursos propios que terminan por definir un estilo, hay presencias reiteradas que pueden calificarse de verdaderas obsesiones y, como sabemos, esas obsesiones integran y sustentan la originalidad, el ser único, de la creación literaria.
Si tuviese que aludir solo dos elementos de los muchos que le dan carácter a la poesía de Miguel Mendoza Barreto, aludiría la presencia de elementos naturales, específicamente fenómenos atmosféricos y cósmicos. La poesía de Miguel Mendoza está llena de constelaciones, elementos climáticos y planetarios. Lo que pudiese parecer un recurso más entre los muchos a los que recurre un escritor, es en verdad un modo de ubicarse el yo poético desde una perspectiva ontológica en el contexto del universo para atacar desde allí el rol del ser humano visto, existencialmente, como un integrante minúsculo del entorno cosmogónico.
Esa sensación de minusvalía, de pequeñez frente al cosmos, que ninguno de nosotros puede dejar de sentir, me lleva al segundo elemento de la poesía de Miguel Mendoza al que quiero hacer referencia: se trata de una generalizada sensación de tristeza, de un yo poético que se hunde en las profundidades del ser y expresa un desasosiego capaz de comunicarse al lector de manera casi sensorial. Así, pues, un verso donde el poeta exclama: “No me permitas estar alegre”, abandona prontamente su carácter individual para pasar a una dimensión colectiva que nos involucra a todos en cuanto género humano. Dice el poeta: “No hay remedio alguno para nosotros”. Es difícil no asociar esa sensación de soledad, de desesperanza con lo que Heidegger llamó el estado de yecto, es decir, el ser humano lanzado entre las cosas, en una sociedad en la que la individualidad constitutiva del mundo interior del ser huye de la racionalidad cosificada que orienta el funcionamiento de la sociedad.
Como dije, la otra vertiente de la obra de Miguel Mendoza Barreto es la narrativa. Parte esta de su obra representada especialmente en su libro Calle Bolívar Nro. 63.
Empiezo por decir que Miguel sabe cómo atrapar la atención del lector. Sus historias son precisas y puntuales; conducen al lector por una vía sin obstáculos por medio de un entramado de pequeños eventos, descripciones precisas y unos personajes que son, a la vez, familiares y extraños.
De un lado, se nota aquí también al poeta en la multiplicidad de imágenes más propiamente sensoriales que narrativas. Por ello abunda un lenguaje que se apoya en metáforas y símiles para transmitir al lector estados del alma, más que peripecias. Pero Mendoza Barreto también sabe narrar una buena historia con detalles que seducen al lector y le dan entidad real a sus personajes. Esos personajes están, además, anclados a lugares concretos de la ciudad de Maturín. No en balde su libro de relatos lleva el mismo nombre que la principal avenida de la ciudad. De ese modo se intenta una épica ciudadana, perfectamente circunscrita al sitio donde vive, a lo local y particular, siguiendo la enseñanza de Unamuno, según la cual si se quiere reflejar el mundo entero no hay mejor lugar para hacerlo que el propio pueblo.
Y de ese pueblo se ahonda en sus modos de vida, pero también en sus creencias y saberes, para llegar al desvelamiento de una verdadera idiosincrasia; al encuentro del alma popular, que es un anhelo del cual no puede desprenderse ningún escritor que encare su oficio con autenticidad.
Cósimo Mandrillo